Testimonio de Jesús, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-8269-4
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Algunos cristianos enfocan su atención en la serpiente, en las bestias y en la mujer, y pasan por alto a Cristo. Ellos estudian el fondo del cuadro, pero pasan por alto el personaje principal. Tenemos que ver la revelación de Cristo en el libro de Apocalipsis. Todos los cristianos conocen al Cristo del que se habla en los cuatro Evangelios, pero son muy pocos los que ven a Cristo en el libro de Apocalipsis. El Cristo de Apocalipsis es muy diferente al Cristo de los cuatro Evangelios. El Evangelio de Juan dice que Él es el Cordero (1:29). Apocalipsis también nos dice que Cristo es el Cordero, pero nos dice algo más. Él ya no es solamente el Cordero, sino que ahora es el León. Este León no es igual que el Cordero. ¿Es nuestro Cristo hoy el Cordero o el León? Podemos afirmar que Él es el León, pero en lo que refiere a nuestra experiencia, Él sigue siendo el Cordero. En Apocalipsis 5 el ángel lo presenta como el León de la tribu de Judá, pero cuando Juan se volteó para verle, él vio un Cordero (vs. 5-6).
Hoy el Señor ya no es solamente el Cordero. En los cuatro Evangelios Él es el Cordero, pero en Apocalipsis Él es el Cordero-León. Para nosotros los que lo amamos, el Señor es el Cordero, pero para aquellos que no lo aman, Él es el León. Para nosotros Él es el Cordero, y para el enemigo, el mundo y las cosas pecaminosas, Él es el León. Puesto que lo amamos y Él es para nosotros el Cordero, ¿por qué entonces, Él también tiene que ser el León? Porque hay aún muchas cosas negativas en nuestro ser. Él murió en la cruz como el Cordero de Dios para redimirnos, pero incluso después de que hemos sido redimidos, seguimos siendo una mezcla de muchas cosas negativas. Por tanto, Él tiene que ser también el León a fin de purificarnos de tales cosas.
En los Evangelios, Juan se reclinaba en el pecho de Jesús. Juan era íntimo para con Él, y Jesús era bueno, encantador, tierno, amable y cariñoso con Juan. Sin embargo, cuando Juan vio de nuevo a Jesús en Apocalipsis, él se espantó y cayó como muerto a Sus pies (Jn. 13:23; Ap. 1:17). De Su boca no salían palabras de gracias, sino una espada aguda de dos filos (Lc. 4:22; Ap. 1:16). En el Evangelio de Juan, Jesús miraba a la gente y lloraba por ellos, y Su mirada encantadora verdaderamente los cautivaba. Sin embargo, en Apocalipsis Sus ojos son como llama de fuego que ardían e iluminaban (Jn. 11:35; Lc. 22:61; Ap. 1:14). Por tanto, podemos decir con plena libertad que el Cristo de Apocalipsis es diferente al Cristo de los Evangelios. Todos necesitamos ver que este Cristo es diferente.
En Apocalipsis 1:2 se menciona “el testimonio de Jesús”. El testimonio de Jesús es la revelación completa de Cristo. Yo llevo ministrando más de doce años en los Estados Unidos y he hablado de muchas cosas. Sin embargo, en todos estos años el tiempo no era adecuado para ministrar plenamente acerca del testimonio de Jesús. He dedicado mucho tiempo para llegar a un entendimiento correcto sobre el testimonio de Jesús, y por muchos años esto era un misterio para mí. Algunos dirán que el testimonio de Jesús es nuestro vivir tal como Él vivió. Él era manso, humilde, amable y tierno, y si llevamos una vida de esa manera, seremos Sus testigos. Hace cuarenta años acepté esta interpretación, pero con el paso del tiempo me di cuenta de que esa interpretación no era adecuada. En el Nuevo Testamento la misma palabra en griego se traduce como “testimonio” y “testigo”. Un testimonio es un testigo. La diferencia principal está en que la palabra testigo puede usarse como un verbo, cuyo significado es el de dar testimonio o testificar. Cuando funciona como sustantivo, ambas palabras testimonio y testigo pueden referirse tanto a la cosa de la cual se testifica o a la persona que da el testimonio. Jesús es el testimonio de Dios, Él expresa a Dios delante de los hombres. Todos los hombres saben que Dios existe, pero nadie jamás lo ha visto. Sin embargo, existe en este universo un hombre que incluso vivió en la tierra y cuyo nombre era Jesús, quien fue y aún sigue siendo el testimonio de Dios. Todo lo que Dios es lo vemos en Él (Jn. 1:18). Jesús da testimonio de Dios no solamente mediante Sus palabras y Sus hechos, sino también con lo que Él mismo es. Su propio ser es el testimonio de Dios.
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