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Cristo crucificado, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3691-8
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Actualmente disponible en: Capítulo 8 de 14 Sección 3 de 3

LA MANERA DE EXPERIMENTAR A CRISTO

Ahora necesitamos ver cómo nosotros, que somos salvos, podemos conocer más de Cristo, ser más llenos de Él y obtener más experiencias de Él. Es importante que veamos que la realidad espiritual de la iglesia es Cristo mismo. Si no conocemos a Cristo, si no le experimentamos ni somos llenos de Él, toda obra que hagamos en la iglesia carecerá de valor espiritual y de realidad espiritual, debido a que toda realidad espiritual es sencillamente Cristo mismo. Todos nosotros tenemos a Cristo y somos salvos, pero ¿cómo podemos ser llenos de Él? ¿Cómo podemos experimentarlo y cómo podemos conocerlo? A continuación, brevemente presentaremos un solo principio.

LAS TRES MARÍAS

El primer paso que debe dar una persona para recibir a Cristo es creer. Una vez que cree, es salva. Sin embargo, para que reciba más de Cristo, no sólo necesita fe, sino también amor. Muchos cristianos no saben lo que significa amar a Cristo y muchos otros no se dan cuenta de que si no aman a Cristo, no podrán experimentarle ni ser llenos de Él. En la Biblia encontramos las historias de tres personas que nos muestran específicamente cómo uno tiene que amar a Cristo a fin de experimentarlo y conocerlo. Es muy interesante que las tres son mujeres, y que todas ellas se llamen María. Una es la María que dio a luz al Señor Jesús (Mt. 1:16); otra es la María de Betania, que era hermana de Lázaro y quien ungió al Señor Jesús con el ungüento de olor fragante (Jn. 12:3); y la otra es María Magdalena, que fue a la tumba del Señor Jesús después de Su resurrección y lloró al ver la tumba vacía, y a quien finalmente el Señor se le apareció (20:1). Estas tres Marías amaron al Señor Jesús en tres aspectos: en Su nacimiento, en Su muerte y en Su resurrección.

Aquellos que experimentan al Señor también lo experimentan en estos tres aspectos: en Su nacimiento, en Su muerte y en Su resurrección. Es maravilloso que hay una María para cada uno de estos tres aspectos. El nacimiento del Señor ocurrió por medio de María; antes de la muerte del Señor, encontramos a otra María; y después de la resurrección del Señor, nuevamente vemos a otra María. En términos espirituales, todos somos “Marías”. Así como Cristo fue engendrado de María, Cristo también ha nacido en nosotros. Primero, debemos experimentar la venida de Cristo a nosotros; segundo, necesitamos experimentar a Cristo en Su muerte; y tercero, necesitamos experimentarlo en Su resurrección. Pablo dijo: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte” (Fil. 3:10). Alguien que experimenta a Cristo debe experimentar estos tres aspectos: permitir que Cristo entre en él y nazca en él, experimentar la muerte de Cristo y experimentar la resurrección de Cristo.

Es fácil entender que Cristo está en nosotros, pero puede ser que no entendamos mucho acerca de la resurrección de Cristo. Pero una cosa es cierta: si hemos de experimentar la muerte de Cristo y Su resurrección, tenemos que ser una “María”. Según el relato de las Escrituras, sólo hay una clase de persona que experimenta y conoce la muerte y la resurrección de Cristo. El nombre de tal persona es María. Si no somos una María, aun si somos salvos, no podremos experimentar a Cristo. Si no somos una María, aun si somos salvos, será como si no tuviéramos a Cristo. Para que Cristo nazca en nosotros y nos llene, y para que pasemos por la muerte de Cristo, seamos librados de la vieja creación e ingresemos en la nueva creación, tenemos que ser Marías. El relato que encontramos en las Escrituras es muy significativo. Nada sucede por coincidencia ni por causalidad. El nacimiento de Cristo requería una María, la muerte de Cristo requería una María, y la resurrección de Cristo también requería una María. Aunque las tres eran personas diferentes, todas ellas tenían el mismo nombre. Ésta es una lección que Dios nos da.

LA PRIMERA MARÍA
ERA LA QUE HABÍA RENUNCIADO
A SU PROPIA POSICIÓN

Si una persona desea permitir que Cristo nazca en ella, y si desea experimentar la muerte y la resurrección de Cristo, ella debe ser una María. ¿Qué significa ser una María? Cuando leemos las historias de cada una de ellas, simplemente tenemos que inclinar nuestras cabezas y adorar al Señor. Tal vez no tuvieron mucha educación, talento o conocimiento, pero sí amaron a Cristo y tuvieron la experiencia de permitir que Él pasara a través de ellas. La primera María amó al Señor Jesús a tal grado que abandonó su propia posición. Cuando el ángel le dijo que iba a concebir en su vientre y dar a luz un hijo, ella respondió: “¿Cómo será esto? pues no conozco varón”. Entonces el ángel le respondió y dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc. 1:28-35). Para recibir esta comisión, esta virgen pura tuvo que estar dispuesta a sacrificar su posición. Incluso su prometido la malentendió y quiso despedirla. Esto muestra que esta María había experimentado al Señor Jesús, y permitió que el Señor pasara a través de ella, y menospreció por completo su propia posición.

Todos los que experimentan al Señor deben ser personas que pierden lo que ellas mismas son. Hoy en día algunos cristianos no le permiten a Cristo pasar a través de ellos, porque no están dispuestos a sacrificar su posición. Ellos han sido verdaderamente salvos, pero no permiten que Cristo pase a través de ellos. ¿Por qué no se lo permiten? Debido a que tienen su propia posición y no están dispuestos a sacrificarla o a perderla. Aquel que verdaderamente ama al Señor y desea experimentarlo debe ser alguien que sacrifica su propia posición. María era virgen, pero ella estuvo dispuesta a sacrificar la posición que tenía de virgen. Si ella se hubiese quedado con su posición, la encarnación de Cristo no se habría podido llevar a cabo en ella.

A pesar de que muchos de nosotros somos salvos, Cristo aún no ha podido pasar a través de nosotros. ¿Cuál es la razón por la que no ha podido pasar? La razón es que permanecemos en nuestra posición y no estamos dispuestos a renunciar a ella. Todos hemos oído hablar del gran avivamiento de los hermanos moravos. La única razón por la cual ocurrió tal avivamiento fue que hubo una persona que permitió que Cristo pasara a través de ella. Él era un conde muy joven llamado Zinzendorf, quien amaba al Señor al grado en que renunció a su título de conde y se hizo más corriente que el común del pueblo. Debido a que estuvo dispuesto a sacrificar su posición, Cristo pudo pasar a través de él, llenarlo y obtener una base en él, a fin de convertirlo en un punto de salida. Esto introdujo un gran avivamiento.

El gran problema que tenemos hoy en día es que aunque predicamos a Cristo, muy pocos estamos dispuestos a sacrificar nuestra propia posición. Si un hermano que es jefe está dispuesto a no actuar como jefe debido a su amor por el Señor, estaría sacrificando su posición de jefe. Si alguien no está dispuesto a sacrificar su posición, Cristo no podrá pasar por medio de él. Algunos cristianos son muy espirituales, pero el problema que encontramos en ellos es que desean conservar su posición. A pesar de que aman y siguen al Señor, siguen teniendo este problema. Este problema le impide a Cristo pasar a través de ellos. Un hombre debe mantener su posición de hombre; sin embargo, alguien que ama al Señor, debe estar dispuesto a cooperar con el Señor cuando el Señor le pide que sacrifique su posición.

Quizás alguien pregunte: “¿Qué significa sacrificar nuestra propia posición?”. Les daré algunos ejemplos. Supongamos que un santo que es jefe en su trabajo le dice a uno de sus empleados: “Mañana es el día del Señor. Anda y escucha el evangelio”. Esto sería un ejemplo de alguien que no está dispuesto a sacrificar su posición. Supongamos que una esposa le dice a su criada: “Amah Wang, si no crees en Jesús no serás salva”. Aunque lo que le dice es correcto, Cristo no podrá manifestarse en ella porque todavía mantiene su posición. Algunas personas mantienen su posición incluso cuando vienen a la vida de iglesia. Un santo que lleva puesto un traje elegante, tal vez evite estrecharle la mano a otro santo que se gana la vida empujando una carreta y, en vez de ello, únicamente le estreche la mano a otro hermano que es jefe. Esto es tener posición. No estamos diciendo que los que aman al Señor y son conmovidos por el amor del Señor sean personas carentes de ética; al contrario, serán muy éticos y amarán más a sus colegas y a sus criadas. Si el hermano que es jefe es conmovido por el Señor, podría exhortar a su empleado, diciendo: “En la carne soy tu jefe, y tú eres mi empleado; pero de hecho, ambos somos pecadores. ¡Qué triste sería si no recibes al Señor Jesús! Yo oraré al Señor para que con un corazón sincero puedas escuchar el evangelio”. Por favor, tengan presente que esto no es una doctrina, sino Cristo mismo que sale y se expresa de una persona.

A veces las personas están dispuestas a renunciar a todo menos a su posición. Los ricos sólo tienen comunión con los ricos, los cultos con los cultos, los estudiantes con los estudiantes y los que tienen buenos puestos en sus trabajos con otros que tienen buenos puestos. Algunos dirían: “Las aves de la misma especie se juntan”. No obstante, en principio, como cristianos que somos, todos pertenecemos a la misma especie. El problema es que externamente todos tenemos cierta posición, la cual no estamos dispuestos a sacrificarla. Como resultado, el Cristo que está en nosotros no puede brotar de nuestro interior. ¿Cuál es la razón por la cual retenemos nuestra posición y no estamos dispuestos a sacrificarla? Se debe a que no amamos al Señor lo suficiente.

Como seres humanos que somos, debemos conservar nuestra posición; sin embargo, como aquellos que aman al Señor, debemos permitir que la vida desborde y Cristo sea liberado. Por favor, no se olviden que el primer requisito para que la vida se pueda desbordar en nosotros es que estemos dispuestos a sacrificar nuestra propia posición. La razón por la cual sus criadas y sus empleados aún no son salvos es que ustedes no están dispuestos a despojarse de su posición. Como seres humanos que somos, tenemos nuestra propia posición; sin embargo, como aquellos que aman al Señor, no tenemos posición. ¡Cuán hermoso sería si por causa del Señor, los santos más adinerados en la iglesia tuvieran comunión con los santos más pobres! Si usted, siendo una persona de una alta posición social y de buena familia, invita a algunos de los santos más pobres a su casa para tener comunión, ¡qué hermoso sería! No estamos diciendo que usted tenga que hacer esto para ser cristiano; más bien, lo que queremos decir es que aunque usted sea salvo, Cristo no tendrá libertad ni podrá pasar a través de usted a menos que pierda su posición. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos muestre que la iglesia es Cristo mismo y el rebosar de la vida de Cristo.


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