Hombre espiritual, El (juego de 3 tomos)por Watchman Nee
ISBN: 978-0-7363-0699-7
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El Señor Jesús dijo que el hombre no regenerado nace una sola vez, y es carne y vive en la esfera de la carne.
Cuando un hombre no ha sido regenerado, vive en la concupiscencia de su carne, satisfaciendo los deseos de la carne y de los pensamientos, y es por naturaleza hijo de ira (Ef. 2:3) porque “no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios” (Ro. 9:8). El alma está dominada por la atracción de los deseos del cuerpo y, en tal condición, comete pecados vergonzosos. Pero ya que en este momento el hombre está muerto para Dios (Ef. 2:1), está muerto en sus delitos y en la incircuncisión de su carne (Col. 2:13) y no está consciente en lo más mínimo de que está en pecado y quizá hasta esté orgulloso de sí mismo, pensando que es mejor que otros. De hecho, cuando un hombre está en la carne, la sed de pecar, que actúa por medio de la ley, opera en sus miembros y lleva fruto para muerte (Ro. 7:5). Ya que es “carnal, vendido al pecado”, (v. 14) sirve “con la carne, a la ley del pecado” (v. 25).
Debido a que la carne es excesivamente débil (aunque es bastante fuerte para cometer pecados y seguir los deseos de la mente), no puede satisfacer a Dios ni cumplir Sus requerimientos, y tampoco puede guardar la ley (Ro. 8:3). La carne no solo es incapaz de cumplir la ley de Dios, sino que ni siquiera puede sujetarse a ella, “por cuanto la mente puesta en la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede” (v. 7). Sin embargo, esto no significa que la carne se conduce a su antojo y rechaza por completo las cosas de Dios. De hecho, hay hombres carnales que hacen lo posible por guardar la ley. La Biblia no dice que los que son de la carne no andan de acuerdo a la ley, sino que afirma que “por las obras de la ley ninguna carne será justificada” (Gá. 2:16). Es común que los que son de la carne no guarden la ley; eso mismo es evidencia de que son de la carne. Sin embargo, Dios dispuso que el hombre es justificado por la fe en Jesucristo, y no por la ley (Ro. 3:28). Por lo tanto, aun si una persona carnal trata de guardar la ley, eso sólo demostrará que se somete a sí misma y a su propia voluntad, mas no a Dios, y así establece otra justicia que no es la de Dios. Esto también demuestra que ella es carnal. De todos modos, “los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (8:8). Estos tres “no pueden” (es decir, la carne no puede guardar la ley, no puede sujetarse a la ley, y no puede agradar a Dios) juzgan a todos los hombres carnales con respecto a sus pecados.
Ante Dios, la carne es absolutamente corrupta. Ya que la carne está estrechamente ligada a las pasiones, la Biblia frecuentemente habla de “los deseos de la carne” (2 P. 2:18). Aunque el poder de Dios es grande, El no transforma la naturaleza de la carne en algo que le agrade. El mismo dice: “No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne” (Gn. 6:3). La corrupción de la carne está fuera del alcance de Dios; es algo que El no puede cambiar. Tampoco el Espíritu Santo en Su luchar contra la carne puede hacer que ella deje de ser carne. Lo que es nacido de la carne, carne es. Sin embargo, el hombre por no entender la Palabra de Dios intenta reformar y mejorar la carne. Pero la Palabra de Dios es verdadera y permanece para siempre. Ya que la carne está en un estado tan deplorable delante de Dios, El les dice a Sus santos que aborrezcan “aun la ropa manchada por su carne” (Jud. 23).
Dios conoce la verdadera condición de la carne, y sabe que ésta no puede cambiar. Todo aquel que intente mejorar o cambiar su propia carne, aun negándose al yo, está destinado a fracasar. Dios sabe que la carne no puede cambiar ni mejorar ni reformarse. Así que, aunque El quiere salvar al mundo, El no emprende la tarea de cambiar la carne, porque eso no conduciría a nada. Dios no cambia la carne del hombre, sino que le da una nueva vida para que pueda cooperar con El en llevar la carne a la muerte. La carne debe morir. Este es el camino de la salvación.
Romanos 8:3 dice: “Lo que la ley no pudo hacer, por cuanto era débil por la carne...” Esto representa la verdadera condición de la persona moral, la cual es parte de los hombres carnales. Quizá ellos deseen sinceramente guardar la ley, pero son de carne. Por ser débiles, no pueden guardar toda la ley. Estas personas están en cierta categoría. Hay otra categoría de hombres que no guardan la ley de Dios en lo más mínimo. La mente de ellos está puesta en la carne, la cual es “enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede” (v. 7). Sin embargo, la ley declara que el que guarda la ley vive por la ley, y el que no la guarde será condenado a la perdición. ¿Qué tanto de la ley debe guardarse? La respuesta es toda la ley, “porque cualquiera que guarda toda la ley, pero tropieza en un solo punto, se hace culpable de todos” (Jac. [Stg.] 2:10). “Ya que por las obras de la ley ninguna carne será justificada delante de El; porque por medio de la ley es el conocimiento claro del pecado” (Ro. 3:20). Así que, cuanto más se esfuerce el hombre por guardar la ley, más consciente es de que está lleno de pecado y menos capaz es de guardar la ley de Dios. Por lo tanto, la primera parte de Romanos 8:3 nos muestra la condición del hombre y cuán pecaminoso es.
Debido a que el hombre es pecaminoso, Dios decidió salvarlo, y la forma de hacerlo fue “enviar a Su propio Hijo en la semejanza de la carne de pecado”. Puesto que Su Hijo no tiene pecado, sólo El puede salvar. “En la semejanza de la carne de pecado” se refiere al nacimiento del Señor Jesús en la tierra, cuando tomó un cuerpo humano y se identificó con la humanidad. El propio Hijo de Dios, el Verbo vino “en la semejanza de la carne de pecado”, es decir, El se hizo carne. Este versículo presenta la encarnación. Lo importante que debemos destacar aquí es que El es el Hijo de Dios y que no tiene pecado. El texto no dice que fue hecho “carne pecaminosa” sino que vino “en la semejanza de la carne de pecado”, es decir, El se hizo carne, teniendo la semejanza del cuerpo pecaminoso del hombre. Aunque El se hizo carne, seguía siendo el Hijo de Dios; así que permaneció sin pecado. Pero como también tenía la semejanza de la carne pecaminosa del hombre, estaba unido íntimamente con los pecadores que estaba en el mundo.
¿Cuál fue el propósito de la encarnación del Señor? Fue ser hecho un sacrificio por el pecado (Ro. 8:3); esta es la obra que la cruz efectúa. El Hijo de Dios vino para redimirnos del pecado. Aquellos que son carnales pecan en contra de la ley y no pueden cumplir la justicia de Dios; por lo tanto, deben perecer y sufrir el castigo que merecen por el pecado. Pero el Señor vino al mundo, tomó la semejanza de la carne de pecado y se identificó completamente con todos los hombres carnales. Así que, cuando murió en la cruz, todos los hombres carnales fueron juzgados en El, como si hubiesen recibido el castigo por sus pecados. El no tenía pecado y, por ende, no tenía que recibir ese castigo, pero cuando El recibió el castigo, tenía la semejanza de la carne de pecado. Por consiguiente, como Cabeza de un nuevo linaje, al sufrir el castigo incluyó en Sí mismo a todos los pecadores. Esto resuelve el problema del castigo.
El hombre carnal que debía recibir el castigo, ahora tiene en Cristo un sacrificio por el pecado. Pero ¿qué va a suceder con la carne que está llena de pecados? El “condenó al pecado en la carne”. Fue por causa del pecado que El murió. Así que Dios, al que no tenía pecado lo hizo pecado por nosotros. Cuando el Señor Jesús murió, murió en la carne (1 P. 3:18). Cuando murió en la carne, los pecados que cargó en Su carne fueron crucificados con El. Eso es lo que significa la afirmación de que “condenó al pecado en la carne”. Condenar significa juzgar o castigar. El juicio y el castigo por el pecado es la muerte, o sea que es “juzgar al pecado en la carne” o “condenar al pecado en la carne”. Esto significa que El dio muerte al pecado en la carne. Por lo tanto se puede ver que cuando el Señor Jesús murió, no solo murió como un sacrificio por el pecado sufriendo el castigo en lugar del hombre, sino que también trajo el castigo al pecado. Así como el pecado fue condenado en el cuerpo del Señor cuando El murió, asimismo el pecado es condenado en la carne del creyente que está unido a la muerte del Señor; y el pecado ya no tiene poder para hacerle daño.
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