Lecciones acerca de la oraciónpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1502-9
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Aunque existen muchos aspectos de la cruz, en relación con la oración existen principalmente dos aspectos. Un aspecto es simbolizado por la sangre derramada en el altar, y el otro es simbolizado por el fuego encendido en el altar. Cuando alguien ofrece un sacrificio en el altar, después de que éste haya sido aceptado por Dios y haya sido consumido por el fuego, solamente quedan dos cosas ante él. Estas dos cosas son la sangre alrededor del altar y las brasas de fuego sobre el altar. Al mezclarse las cenizas y las brasas, finalmente lo único que ve la persona que ofrece el sacrificio es la sangre y el fuego.
La sangre y el fuego son los dos aspectos más importantes de la cruz en cuanto a la oración. La capacidad que tiene un sacerdote para entrar al Lugar Santo a quemar incienso y orar ante Dios, se basa en dos cosas. En primer lugar, que haya traído consigo la sangre del altar de las ofrendas que está afuera, y que lo haya puesto sobre el altar del incienso. En segundo lugar, que haya traído consigo el fuego que ha consumido el sacrificio ofrecido en el altar de las ofrendas afuera y que lo haya puesto sobre el altar del incienso para quemar el incienso. La sangre sobre el altar del incienso adentro y la sangre sobre el altar de las ofrendas afuera son la misma. Las brasas de fuego en el altar del incienso adentro y las brasas de fuego en el altar de las ofrendas afuera son también las mismas. En otras palabras, la sangre que está sobre el altar del incienso por dentro se basa en la sangre que está sobre el altar de las ofrendas por fuera. El fuego sobre el altar del incienso por dentro se basa en el fuego sobre el altar de las ofrendas por fuera. La sangre es para la redención de los pecados, y el fuego es para darle fin a todo. A cualquier cosa que se ponga en el fuego se le dará fin. El daño más serio que le puede acontecer a cualquier cosa es ocasionado por el fuego. Cuando algo pasa a través del fuego, es consumido. En la cruz el Señor derramó Su sangre para cumplir la redención. Y a través de Su muerte dio fin a todo. Éstos son los dos aspectos más importantes que el Señor logró en la cruz. Todo sacrificio que se pone en el altar de las ofrendas no sólo derrama sangre, sino que también se convierte en cenizas. La cruz redunda en la redención y en la aniquilación. Éstos son los dos aspectos de la cruz.
En la redención del Señor, la cruz, por una parte, nos redime, y por otra, nos da fin. Todo el que ora a Dios debe ser alguien que ha sido redimido por el Señor en estos dos aspectos. Si uno no ha sido rociado por la sangre, ante Dios es simplemente como Caín, quien no podía ni ser aceptado por Dios ni orar. Todo aquel que es aceptable ante Dios y es capaz de orar, necesita ser rociado con la sangre. Por favor, recuerden que todo aquel que acude ante Dios para orar, no solamente necesita la redención de la sangre, sino también necesita ser consumido en la cruz. Nadab y Abiú cayeron muertos ante Dios debido a un problema relacionado con el fuego y no con la sangre. Ellos no habían sido consumidos, es decir, no habían llegado a su fin en el altar, y fueron ante Dios para orar según su hombre natural. Por consiguiente, sus oraciones no sólo no fueron aceptadas por Dios, sino que aun ellos mismos cayeron muertos por mano de Dios. Por tanto, todos los que aprenden a orar no solamente deben ser redimidos por la sangre, sino que también deben llegar a su fin, habiéndose convertido en cenizas. Su vida natural debe ser totalmente aniquilada por la cruz.
Los dos aspectos de la cruz realmente no son tan difíciles de entender, puesto que los tipos hallados en el Antiguo Testamento son mostrados allí como cuadros vívidos. Vemos que nadie podía entrar al Lugar Santo para quemar incienso y orar a Dios excepto por medio de la sangre y del fuego del altar de afuera. Si alguna persona fuera a entrar al Lugar Santo para quemar incienso sin el fuego que había quemado el sacrificio sobre el altar, seguramente tendría el mismo destino que Nadab y Abiú. Así que, sin la sangre y el fuego, nadie podía entrar en la presencia de Dios. Sin la redención y la obra aniquiladora de la cruz, nadie puede tener acceso a Dios. Un hombre puede orar mucho ante Dios, pero no debe tener tanta confianza de que todas sus oraciones son aceptables a Dios. La historia de Nadab y de Abiú es un excelente ejemplo. Nunca consideren ligeramente: “¿Oh, acaso no oramos ante Dios?”. ¡No! Todavía necesitan preguntarse: “¿Y qué acerca de la redención y la obra aniquiladora de la cruz?”. A menos que experimenten estos dos aspectos de la cruz, no tendrán manera de presentarse ante Dios.
En el cristianismo degradado y anormal de hoy, el concepto común es que Dios contesta todas las oraciones. Sí, hermanos y hermanas, ciertamente nuestro Dios es un Dios que contesta las oraciones. Sin embargo, incluso con mayor frecuencia Él es un Dios que no contesta la oración. Frecuentemente muchas personas dicen: “Por favor, oren por mí”. Éste es el lema de muchos cristianos hoy en día. Incluso quizás vean a alguien salir de un salón de baile que les dice: “¡Oren por mí!”. Puede ser que esa persona use ropa de moda y esté muy maquillada. O quizás vean a alguien alistarse para ir a una fiesta de Nochebuena. Al irse, puede ser que dicha persona le diga a un amigo: “Por favor, ora por mí”. ¿Ustedes creen que Dios va a contestar tales oraciones? ¡Nunca! No estén tan confiados de que Dios vaya a contestar a todas nuestras oraciones. Muchas veces nuestras oraciones no sólo no son contestadas, sino que ante los ojos de Dios, inclusive pueden constituir un pecado contra Él. Hemos visto cómo Dios trató estrictamente con los sacerdotes cuando el tabernáculo fue primeramente establecido y los sacerdotes entraron ante Dios para ofrecer el sacrificio. Si Dios tratara con la iglesia hoy de la misma manera, muchos no solamente sufrirían muerte espiritual, sino que aun morirían físicamente ante Dios.
Al comienzo de varios asuntos, Dios fue muy estricto a fin de recalcar que el principio implícito ahí era como una ley acorazada. En los tiempos del Pentecostés, Ananías y Safira mintieron al Espíritu Santo y cayeron muertos ante Dios. Esto no quiere decir que de ahí en adelante cualquiera que le mienta al Espíritu caerá muerto. Después de este hecho muchos mintieron, sin embargo, no cayeron muertos. No obstante, a los ojos de Dios, han muerto. Nadab y Abiú cayeron muertos porque violaron los principios de la cruz. Hasta el día de hoy, muchas personas aún siguen orando violando los principios de la cruz. Su destino es el mismo. Sus oraciones no solamente no son aceptables ante Dios, sino que ellos mismos están desaprobados por Dios. Sus oraciones, las cuales no fueron contestadas, y la desaprobación de parte de Dios, pertenecen al mismo principio que operó sobre aquellos que sufrieron la muerte física en la época del Antiguo Testamento. Al estar en contra del principio de Dios, ellos sufren la oposición de Dios.
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