Estudio-vida de Danielpor Witness Lee
ISBN: 978-7363-6371-6
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En este mensaje consideraremos la victoria que los jóvenes descendientes del pueblo elegido de Dios —que había caído en degradación— logran sobre la seducción de la idolatría.
En el capítulo 3, la estrategia de Satanás consistió en valerse de la ceguera de Nabucodonosor para seducir con la idolatría a los jóvenes vencedores que estaban entre el pueblo elegido de Dios que había sido derrotado (vs. 1-7). Nabucodonosor erigió una gran imagen de oro, de sesenta codos (treinta metros) de alto y la puso en la llanura de Dura, en la provincia de Babilonia (v. 1). Puede ser que la interpretación hecha de su sueño en el capítulo 2 haya influido en que él decidiese erigir esta imagen. Nabucodonosor mandó a convocar a los altos funcionarios y a toda clase de oficiales y gobernantes de las provincias para que asistiesen a la dedicación de la imagen que él había levantado y ordenó a todos los pueblos, naciones y lenguas que adorasen su imagen de oro (vs. 2-5). Todo el que no se postrase y adorase habría de ser echado en medio de un horno de fuego ardiente (v. 6). Los tres compañeros de Daniel estaban entre los funcionarios allí reunidos, pero Daniel, el jefe de los prefectos sobre todos los sabios de la provincia de Babilonia, no estaba presente. Esto parece haber sido algo inusual. Creo que Daniel se mantuvo en un lugar escondido y oró con respecto a la situación.
Los tres compañeros de Daniel, quienes eran los jóvenes vencedores entre los cautivos judíos, opusieron resistencia a la idolatría diabólica y fueron acusados por los caldeos (vs. 8-12). Los caldeos sentían celos de Daniel y sus compañeros y aprovecharon su negativa con respecto a adorar la imagen de oro, tomándola como base para acusarlos ante Nabucodonosor.
Nabucodonosor, con ira y furor, tentó a los jóvenes vencedores al darles otra oportunidad de adorar su imagen de oro, además de amenazarlos con arrojarlos al horno de fuego ardiente si no lo hacían (vs. 13-15).
Los tres vencedores respondieron: “De ser así, nuestro Dios a quien servimos es capaz de librarnos del horno de fuego ardiente, y de tu mano, oh rey, nos librará” (v. 17). Su respuesta a Nabucodonosor fue descortés y muy osada (vs. 16-18). No obstante, todavía había algo del pensamiento natural en su respuesta. Ellos dijeron que Dios podría librarlos del horno de fuego ardiente. En realidad, Dios no tenía necesidad de librarlos del horno. Él los mantuvo en el horno e hizo que el fuego no tuviera efecto sobre ellos (v. 25). Ellos fueron osados, pero no fueron muy espirituales. Si hubieran sido espirituales, habrían dicho: “Nabucodonosor, estamos contentos de ir al horno de fuego ardiente, pues cuando nosotros vamos Él viene. Él hace de tu horno de fuego un lugar muy placentero”.
Nabucodonosor se llenó de furia y demudó su semblante contra los jóvenes vencedores. Él, entonces, ordenó que el horno fuese calentado siete veces más de lo normal y que ciertos hombres valientes de su ejército atasen a los vencedores y los echasen al horno de fuego ardiente (vs. 19-21).
Aquellos hombres valientes fueron muertos por las llamas de fuego, y los tres jóvenes vencedores cayeron atados en medio del horno de fuego ardiente (vs. 22-23).
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