Experiencia de vida, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-87083-632-9
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Existe una estrecha relación entre la unción y la aplicación de la sangre. El propósito de la unción es impartirnos a Dios ungiéndonos para que tengamos comunión con Dios y seamos mezclados y unidos con Dios. Sin embargo, muchas áreas de nuestro ser son incompatibles con Dios, y muchas situaciones en nuestras vidas no están a la par con la justicia, la santidad y la gloria de Dios; esto hace imposible que Dios se mezcle o se una con nosotros. Por consiguiente, existe la necesidad de aplicar la sangre primero. El propósito de la sangre es limpiar todas las áreas que son incompatibles con Dios, y quitar todas las situaciones que no estén a la par con El. Primero, tenemos la aplicación y la limpieza de la sangre; luego el ungüento santo de Dios nos unge con Dios mismo. Por lo tanto, para experimentar la unción primero debemos tener la sangre. La sangre es la base de la unción.
La relación entre la unción y la aplicación de la sangre también se ve muy claramente en el Antiguo Testamento. Cuando un sacerdote va a aplicar el ungüento a un leproso en el momento de su limpieza, la sangre debe ser aplicada primero. Algo del ungüento es puesto “sobre la sangre”, o “sobre el lugar de la sangre” (Lv. 14:14-18, 25-29). Sería un gran pecado contra Dios si aplicáramos el ungüento antes que la sangre. Debido a que el ungüento representa al Espíritu Santo, quien vino para mezclar a Dios con el hombre, nunca debe ser aplicado a alguien que no ha sido limpiado por la sangre. Era necesario primero aplicar la sangre, la cual limpiaría toda la inmundicia y todas las áreas que son incompatibles con Dios; entonces el ungüento, el cual representa a Dios mezclado con el hombre, podía ser aplicado.
Este principio permanece inalterado en el Nuevo Testamento. Hemos dicho que debido a que 1 Juan habla de la comunión de vida, esta epístola menciona la unción. Pero no tan sólo eso, también menciona la sangre. Más aún, menciona primero la sangre, en el capítulo uno, y luego la unción, en el capítulo dos. Esto también indica que a fin de tener la comunión de vida, necesitamos no sólo la unción del ungüento, sino también la limpieza de la sangre. Más aún, la sangre viene antes que la unción. La sangre es necesaria para lavarnos de toda iniquidad a fin de que la unción pueda traer luego la comunión con Dios en vida. Por lo tanto, si deseamos experimentar la unción, debemos primero experimentar la sangre. Cuanto más apliquemos la sangre y le permitamos que nos lave continuamente, más experimentaremos la unción y el sentir de la presencia viviente de Dios y Su mover; así tendremos comunión con Dios. Por lo tanto, la unción y la aplicación de la sangre son también inseparables.
En 1 Juan 2:27 se dice: “Así como la unción misma os enseña todas las cosas”. En la enseñanza de la unción, no está solamente el aspecto de la enseñanza, sino también el aspecto de la unción; no está solamente la enseñanza del Espíritu Santo, sino también el mover del Espíritu Santo. La enseñanza no viene del ungüento o del Espíritu Santo, sino de la unción del ungüento, o sea, del mover del Espíritu Santo.
La enseñanza de la unción viene de la unción y es el resultado natural de que nosotros seamos ungidos. Cuando la unción se mueve en nosotros, por un lado, nos unge con Dios, y por otro, nos revela la intención de Dios. Ya que el ungüento es el Espíritu Santo y es Dios mismo, cuando este ungüento nos unge, nos unge con los componentes de Dios. Sin embargo, ya que esta unción es el mover del Espíritu Santo, indudablemente causa que tengamos sentimientos internos. Una vez que tenemos el sentir de la unción dentro de nosotros, nuestra mente es capaz de comprender alguna parte de la mente de Dios en este sentir de la unción. Podemos saber qué le agrada o desagrada a El, y qué desea y qué no desea. Este entendimiento o conocimiento es la enseñanza que obtenemos de la unción. Por lo tanto, la enseñanza de la unción tiene dos aspectos: primero, a través de la unción ganamos más de Dios mismo, es decir, más de los componentes de Dios; segundo, a través de la enseñanza conocemos Su mente y vivimos en El.
De estos dos aspectos, el principal es tener a Dios mismo, y conocer la intención de Dios viene luego. Además, tener a Dios mismo, siempre viene primero, y luego conocer Su intención. Cada vez que experimentamos la unción en nosotros, primeramente ganamos más de Dios mismo, más de los componentes de Dios; esto entonces produce un resultado: que conozcamos lo que Dios quiere que hagamos. Es imposible conocer Su voluntad sin tenerlo a El mismo.
Esto es similar al ejemplo de la pintura. Cuando pintamos un mueble, aplicamos la pintura y el color. Nuestro énfasis está en aplicar la pintura, pero una vez que aplicamos la pintura, su color aparece espontáneamente. Por lo tanto, primero es la pintura y luego el color. Más aún, pintar es el propósito primario, obtener el color es secundario. De la misma manera, cuando el Espíritu Santo nos unge, el propósito principal es pintarnos de Dios. Una vez que estamos pintados de Dios, espontáneamente conocemos Su intención. Por lo tanto, la enseñanza de la unción es meramente una función de la unción.
La enseñanza de la unción incluye tres puntos: el ungüento, la unción y la enseñanza. El ungüento es el Espíritu Santo, la unción es el mover del Espíritu Santo, y la enseñanza es el entendimiento de nuestra mente en cuanto a este mover. Nuestro entendimiento previo de la enseñanza era solamente corroborar la enseñanza misma. En otras palabras, limitamos la enseñanza del Espíritu Santo a qué debemos hacer, o a qué no debemos hacer; si obedecemos, tendremos paz; si no, no tendremos paz. En esta enseñanza, nosotros y el Espíritu Santo permanecemos como dos entidades separadas, no teniendo de ningún modo relación de mezclarnos el uno con el otro. Esta clase de conocimiento no es suficiente y no corresponde al principio del Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, Dios reveló al hombre Su voluntad separada de Sí mismo. En tal revelación Dios y Su voluntad estaban separados; el hombre podía solamente conocer la voluntad de Dios, pero no podía ganar a Dios mismo. Sin embargo, en la revelación que tenemos en el Nuevo Testamento, Dios y Su voluntad son inseparables. En el Nuevo Testamento, Dios revela al hombre Su voluntad en Sí mismo; a fin de conocer la voluntad de Dios, el hombre debe primero tener a Dios mismo. Por lo tanto, el asunto aquí no es solamente nuestro conocimiento, sino también la mezcla del Espíritu Santo con nosotros. Si el Espíritu Santo da solamente Su enseñanza, podríamos obedecer o desobedecer. Si lo obedecemos, tenemos Su enseñanza; si no, no la tenemos. Pero si el Espíritu Santo como el ungüento nos unge para enseñarnos, nuestra obediencia no viene al caso. El nos unge con algo ya sea que obedezcamos Su unción o no. Si obedecemos, El nos unge; si no obedecemos, de todos modos nos unge. Es posible que desobedezcamos la enseñanza de la unción, pero no podemos erradicar la unción.
Por ejemplo, Dios puede demandar que una persona deje su ocupación y le sirva a El en fe. Aparentemente, esto es una inspiración, una revelación, una guianza, o una enseñanza que Dios le da; pero, en la práctica, es el resultado del ungüento que lo ha ungido, bien sea una vez o por algún tiempo. El pudo haber desobedecido la enseñanza de la unción y haber continuado en la misma ocupación sin ningún cambio aparente, pero su gusto interno respecto a su ocupación fue diferente. La unción, a la cual él fue expuesto, permaneció dentro de él, y él no pudo pasarla por alto ni tampoco sus efectos.
El verdadero andar y la verdadera obra espiritual de un cristiano debe ser el resultado de tal unción, una unción que no sólo nos dé alguna enseñanza, sino que también añada algún elemento viviente en nosotros. Podemos desobedecer la enseñanza, pero el elemento que permanece en nosotros continúa siendo muy activo, de tal modo que no podemos seguir adelante por mucho tiempo sin obedecerle. Por ejemplo, puede ser que a un hermano originalmente le gustara el cine, pero la unción dentro de él le ha estado regulando desde que él fue salvo. Finalmente, él se da cuenta de que ya no debe ir más. Puede ser que vaya otra vez, pero luego que esté sentado allí, algo dentro de él le molestará tanto, que ya no podrá permanecer más tiempo allí. Luego, cuando esté nuevamente en camino al cine, algo dentro de él le molestará continuamente y de este modo evitará que vaya. Después de un período de tiempo más largo, cuando sólo esté considerando ir otra vez, algo dentro de él le molestará tanto que abandonará todos estos pensamientos. Por lo tanto, la enseñanza de la unción no solamente nos muestra qué hacer o qué no hacer, sino que nos unge impartiéndonos el elemento de Dios mientras nos enseña. Este elemento interno nos motiva, capacitándonos así para obedecer la enseñanza.
Anteriormente, con respecto a la enseñanza de la unción, le prestábamos mucha atención al asunto de la obediencia. Es cierto que la obediencia muchas veces trae una unción mayor, mientras que la desobediencia muchas veces hace que la unción cese y que se detenga la comunión de vida. Por lo tanto, la obediencia está estrechamente relacionada con la enseñanza de la unción. Sin embargo, sería demasiado exagerado decir que si uno desobedece, nunca tendrá la unción ni la comunión de vida, y que si uno continuamente desobedece, la comunión nunca será recobrada. Sin duda, si nosotros desobedecemos, la unción algunas veces cesará, pero muchas veces aunque desobedezcamos, aún así, nos ungirá. Aunque continuamos desobedeciendo, nos unge incesantemente hasta que obedezcamos. El asunto es que somos muy desobedientes. Si obedeciéramos la enseñanza de la unción aunque fuera sólo veinte de cada cien veces, seríamos los mejores cristianos. Pero la unción no se ha detenido a causa de nuestra desobediencia. En nuestra experiencia, a la unción muchas veces no le interesa si obedecemos o desobedecemos, si estamos de acuerdo o no. Si estamos de acuerdo, nos unge; si no lo estamos, también nos unge. Por consiguiente, después de recibir tal unción, somos diferentes de lo que éramos antes.
Hermanos y hermanas, esto es gracia, y esto es característico de la obra de Dios en nosotros en la era neotestamentaria. Si en verdad entendemos esto, no estaremos ansiosos por nosotros, ni preocupados por otros. Cuando ayudamos a otros meramente por medio de estímulos, métodos y atracciones externas, lo que resulta es de poco valor. Hoy parece que un hermano está siendo ayudado a levantarse, pero mañana puede ser que esté otra vez caído. Sólo cuando Dios unja al hombre de una manera viviente, será éste verdaderamente poseído por Dios. Si un hombre se pone bajo tal unción viviente por varias ocasiones, él no puede hacer otra cosa que seguir al Señor y obedecerle. Por consiguiente, cuando dirigimos a otros al Señor, debemos ayudarles a darse cuenta de esta unción viviente.
En conclusión, cuando mencionamos esta lección de la enseñanza de la unción, nuestro propósito es recalcar el asunto de la unción. Una mera enseñanza externa no tiene ningún valor. Sólo la enseñanza que resulta de la unción es de valor. Cuando obedecemos al Señor, no sólo estamos obedeciendo una enseñanza exteriormente, sino que estamos obedeciendo la unción internamente. Sólo entonces será el resultado de valor espiritual.
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