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Vida cristiana normal de la iglesia, Lapor Watchman Nee

ISBN: 978-0-87083-495-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 5 de 9 Sección 2 de 6

DENTRO Y FUERA DEL CIRCULO

En cualquier lugar donde el evangelio ha sido proclamado y la gente ha creído en el Señor, ellos son la iglesia en aquel lugar, y son nuestros hermanos. En los días de los apóstoles la cuestión de pertenecer o no pertenecer a una iglesia era sencilla en extremo. Pero las cosas no son tan sencillas en nuestros días, debido a que el asunto se ha complicado por causa de las muchas autodenominadas iglesias que excluyen a aquellos que deberían estar en la iglesia e incluyen a aquellos que deberían estar fuera. ¿Qué clase de persona puede ser considerada correctamente como miembro de la iglesia? ¿Cuál es el requerimiento mínimo en el cual podemos insistir para la admisión a la comunión de la iglesia? A menos que los requisitos para hacerse miembro de la iglesia estén claramente definidos, siempre habrá el riesgo de excluir de la iglesia a los que de verdad pertenecen a ella e incluir a los que no.

Antes de proceder a descubrir quién realmente pertenece a una iglesia local y quién no, primeramente averigüemos quién pertenece a la iglesia universal y quién no, puesto que la condición para hacerse miembro de una iglesia es esencialmente la misma para la iglesia. Cuando sepamos qué clase de personas pertenecen a la iglesia, entonces sabremos también qué clase de personas pertenecen a una iglesia.

¿Cómo podemos saber quién es un cristiano y quién no? “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Ro. 8:9). De acuerdo con la Palabra de Dios, toda persona en cuyo corazón habita Cristo por Su Espíritu es un verdadero cristiano. Los cristianos pueden ser distintos unos de otros en mil maneras, pero en este asunto fundamental no hay diferencia entre ellos: todos y cada uno tienen el Espíritu de Cristo morando dentro de ellos. Si queremos saber quién pertenece al Señor, sólo tenemos que determinar si tiene el Espíritu de Cristo o no. Quienquiera que tenga el Espíritu de Cristo, está dentro del círculo de la iglesia, y quienquiera que no tenga el Espíritu de Cristo está fuera del círculo. El que participa del Espíritu de Dios forma parte integral de la iglesia de Dios; cualquiera que no participe del Espíritu de Dios no tiene parte en la iglesia. En la iglesia universal es así; en la iglesia local también es así. “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Co. 13:5). Hay una línea subjetiva de demarcación entre la iglesia y el mundo; todos los que están dentro de esa línea son salvos, y todos los que están fuera de ella, están perdidos. Esta linea de demarcación es el Espíritu de Cristo que mora en nosotros.

LA UNIDAD DEL ESPIRITU

La iglesia de Dios incluye un gran número de creyentes, que han vivido en diferentes épocas y que están esparcidos por diferentes lugares por toda la tierra. ¿Cómo es que todos han sido unidos en una sola iglesia universal? Con tales diferencias de edad, posición social, educación, origen, puntos de vista y temperamento, ¿cómo pudo toda esta gente convertirse en una sola iglesia? ¿Cuál es el secreto de la unidad de los santos? ¿Cómo ha causado la fe cristiana que esta gente, con todas sus diferencias, sea en verdad una unidad? No es por medio de tener una gran convención y ponerse de acuerdo en ser uno que los cristianos se unen. La unidad cristiana no es producto humano; su origen es puramente divino. Esta poderosa y misteriosa unidad es sembrada en los corazones de todos los creyentes en el momento que reciben al Señor. Es “la unidad del Espíritu” (Ef. 4:3).

El Espíritu que mora en el corazón de cada creyente es un solo Espíritu; por tanto, El hace que todos aquellos en quienes El habita sean uno, así como El mismo es uno. Los cristianos pueden ser distintos unos de otros en formas innumerables, pero todos los cristianos de todas las épocas, con sus incontables disimilitudes, tienen esta única paridad fundamental: el Espíritu de Dios mora en cada uno de ellos. Este es el secreto de la unidad de los creyentes y éste es el secreto de su separación del mundo. La razón por la cual existe la unidad cristiana y por la cual existe la separación cristiana es una sola.

Es esta unidad inherente lo que hace uno a todos los creyentes, y es esta unidad inherente lo que explica la imposibilidad de división entre los creyentes, salvo por razones geográficas. Aquellos que no tienen esto son extraños; quienes lo tienen son nuestros hermanos. Si usted tiene el Espíritu de Cristo y yo tengo el Espíritu de Cristo, entonces ambos pertenecemos a la misma iglesia. No hay necesidad de ser unidos; estamos unidos por el único Espíritu que reside en nosotros dos. Pablo rogó a todos los creyentes que fueran solícitos “en guardar la unidad del Espíritu” (Ef. 4:3); él no nos exhortó a tener la unidad, sino simplemente a guardarla. Ya la tenemos, porque es obvio que no podemos conservar lo que no tenemos. Dios nunca nos dijo que nos hiciéramos uno con otros creyentes; ya somos uno. Así que no necesitamos crear la unidad; sólo necesitamos mantenerla.

Nosotros no podemos producir esta unidad, puesto que por el Espíritu somos uno en Cristo, y no podemos quebrantarla, porque es un hecho eterno en Cristo; pero sí podemos destruir los efectos de ella, de manera que su expresión en la iglesia se pierda. ¡Qué lamentable! No sólo hemos fallado en guardar esta preciosa unidad, sino que de hecho hemos destruido sus frutos, a tal grado que hay poca evidencia externa de unidad entre los hijos de Dios.

¿Cómo hemos de determinar quiénes son nuestros hermanos y co-miembros en la iglesia de Dios? No por medio de averiguar si tienen los mismos criterios doctrinales que nosotros, ni por medio de enterarnos si han tenido las mismas experiencias espirituales; ni por medio de inquirir si sus costumbres, manera de vivir, ocupaciones y preferencias corresponden con las nuestras. Simplemente preguntamos: “¿Mora en ellos el Espíritu de Dios o no?” No podemos insistir en unidad de opiniones ni en unidad de experiencia ni en ninguna otra unidad entre los creyentes, sino en la unidad del Espíritu. Esta unidad sí puede existir y siempre debe existir entre los hijos de Dios. Todos aquellos que tienen esta unidad están en la iglesia.

¿No les ha ocurrido a veces en sus viajes, al conocer a un extranjero en un barco o en un tren, que después de un corto tiempo de conversación ha encontrado que de su corazón brota un amor puro para con él? Aquel brote espontáneo de amor fue causado por el mismo Espíritu que mora en ambos corazones. Tal unidad interna y espiritual trasciende toda diferencia racial, social y nacional.

¿Cómo podemos saber si una persona tiene o no esta unidad del Espíritu? En el versículo que sigue inmediatamente a la exhortación de Pablo de guardar la unidad del Espíritu, él explica lo que tienen en común quienes poseen esta unidad. No podemos esperar que los creyentes sean iguales en todo, pero hay siete cosas que todos los verdaderos creyentes comparten, y por la existencia o ausencia de éstas podemos saber si una persona tiene la unidad del Espíritu o no. Muchas otras cosas son de gran importancia, pero estas siete son vitales. Son indispensables para la comunión espiritual y son al mismo tiempo el mínimo y el máximo de requisitos que se puede exigir a cualquier persona que profese ser un co-creyente.


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