Espíritu y el cuerpo, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-4516-3
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En Hechos 1:8 el Señor Jesús dijo: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y seréis Mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. Aparte de todos los mensajes anteriores en los que hemos hablado del Espíritu, no podríamos entender lo que significa ser un testigo del Señor. Ser un testigo del Señor es ser una persona que está totalmente saturada del Espíritu vivificante, una persona que interiormente está llena del Espíritu vivificante y completamente sumergida en el Espíritu. En ellas, tanto interiormente como exteriormente, está el Espíritu vivificante. Hemos visto claramente que en la impartición de Dios, el Señor Jesucristo hoy es el Espíritu vivificante. Cuando somos llenos de Él y sumergidos en Él, somos uno con Él y de esa manera somos Sus testigos. Todos los santos en el recobro del Señor deben ser tales testigos. Ser un testigo no depende de lo que usted dice y hace, sino más bien de que usted sea una persona llena de Cristo, sumergida en Cristo y plenamente saturada y empapada del Espíritu vivificante y todo-inclusivo. Si usted es así, entonces todo su ser será un testigo del Señor Jesús. Lo que usted es será un testigo.
En Hechos 1:8 la palabra testigos es diferente de la palabra testimonio, la cual aparece en otros versículos. Un testigo denota una persona, mientras que un testimonio se refiere a lo que dicha persona expresa o manifiesta. Primeramente somos testigos, y en segundo lugar, damos testimonio de algo. Según el libro de Apocalipsis, los santos, los creyentes, son el testimonio de Jesús, y el testimonio de Jesús colectivamente es la iglesia. En Apocalipsis los siete candeleros representan siete iglesias (1:20). Estos siete candeleros son un símbolo que nos muestra que las iglesias en la tierra hoy son el testimonio de Jesús. En la eternidad, la Nueva Jerusalén será el testimonio de Jesús. Colectivamente y corporativamente, las iglesias son el testimonio de Jesús, pero individualmente cada uno de nosotros es un testigo de Jesús. Cada uno de nosotros debe ser un testigo de Jesús, una persona saturada de Cristo, sumergida en Cristo y empapada de Cristo. Todo lo que seamos, por dentro y por fuera, debe ser Cristo. Eso es ser un testigo. Entonces, cuando nos reunamos juntos, seremos un testimonio corporativo, pues todos expresaremos lo mismo. En esto consiste el testimonio de Jesús.
En el cristianismo actual vemos muy poco de lo relacionado con los testigos o el testimonio. Aunque vemos muchos cristianos, no vemos muchos testigos. En vez de ver el testimonio de Jesús, lo que vemos en el cristianismo es una mera religión. No obstante, cada uno de los santos que está en las iglesias del recobro del Señor debe ser un testigo vivo, lleno de Cristo, saturado de Cristo y sumergido en Cristo, quien es el Espíritu todo-inclusivo. Si somos así, entonces espontáneamente seremos el testimonio de Jesús cada vez que nos reunamos.
Por causa de este testimonio de Jesús, todos debemos tener una vida diaria elevada. La manera en que vivimos a diario entre nuestros vecinos, compañeros de clase, familiares y amigos debe ser sobresaliente. Mateo 5, 6 y 7, los cuales comprenden la constitución del reino de los cielos, revela que la norma del vivir de los ciudadanos del reino es muy elevada. En nuestro andar diario debemos manifestar excelencia. Esta excelencia sorprenderá a las personas, de modo que sientan admiración por nuestro vivir diario. Esto también será muy convincente. Éste es el factor básico de nuestro testimonio. Si queremos ser verdaderos testigos de Jesús, nuestro andar diario debe alcanzar esta norma. Sin embargo, esto no es un simple comportamiento externo, sino que es la manifestación de Cristo en nuestro vivir. Pablo declaró: “Porque para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). No se trata simplemente de hacer lo bueno o de comportarse bien; mucho más que eso, se trata de manifestar a Cristo en nuestro vivir a fin de expresar a Cristo. Si no tenemos un andar diario así de elevado, seremos un fracaso en el recobro del Señor. Seremos derrotados y, en cierto modo, el Señor también será derrotado. Por supuesto, el Señor no puede ser derrotado, pero debido a nuestro fracaso, el enemigo pensará que el Señor ha sido derrotado. ¡Cuán vergonzoso es para los que están en el recobro del Señor si su andar diario cae por debajo de esta norma!
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