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Cuatro elementos cruciales de la Biblia: Cristo, el Espíritu, la vida y la iglesia, Lospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6380-8
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LO QUE CRISTO ES

En 1961 guié a los santos en Taipéi, durante un estudio de las riquezas de Cristo, a elaborar una lista de todos los títulos de Cristo hallados en la Biblia. Al final, logramos encontrar casi trescientos títulos. De hecho, los nombres y títulos de Cristo no se limitan sólo a trescientos, pues son inescrutables e inagotables. Por lo tanto, en este mensaje intentaremos resaltar los principales puntos y sacar los extractos, usando los doce versículos incluidos en la lectura bíblica, a fin de abarcar completamente tantos misterios.

Cristo es Dios

En cuanto a la verdad, Romanos 9:5 dice que Cristo es Dios, quien es sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Confucio de China era una persona muy buena y fue venerado como el principal de los sabios; sin embargo, él nunca se atrevió a decir —ni nadie jamás lo ha dicho— que estaba por sobre todas las cosas y que era Dios bendito por los siglos. En vez de ello, dijo: “Todo el que peque contra el cielo no podrá orar más hacia el cielo”. Esto muestra que él reconocía que era un hombre, no Dios. Pero cuando Cristo estuvo en la tierra, Él no sólo expresó a Dios, sino que además les dijo a las personas claramente que Él era Dios. Además, Él demostró que era Dios por medio de señales y prodigios y por medio de palabras de vida.

Las palabras que Cristo habló eran sencillas pero misteriosas. No sólo eran palabras elevadas, sino también palabras llenas del suministro de vida. Él dijo: “Yo soy [...] la vida” (Jn. 11:25; 14:6). Nosotros tenemos vida, pero no somos vida; en cambio, Cristo es vida. Nuestra vida es frágil, pero Su vida lo trasciende todo. En Él está la vida (1:4); solamente Él es vida. Estas palabras que Él habló son en verdad elevadas y de gran trascendencia. Además de esto, Él dijo: “Yo soy la luz” (8:12); “Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá hambre” (6:35); y “El que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás” (4:14). Aparte de Dios, ¿quién puede hablar tales palabras? Los sabios a través de los siglos no pudieron decir estas palabras. En su mente ni siquiera tenían conceptos tales como “la luz del mundo”, “el pan de vida” ni “el agua de vida”. Si examinamos los escritos de los sabios, no lograremos encontrar estos pensamientos y conceptos. En los seis mil años de la historia humana, fue sólo el Señor Jesús quien repetidas veces se refirió a la vida, la luz, el pan de vida y el agua de vida, porque Él es todas estas cosas. El propio Señor Jesús es el pan de vida, el agua de vida y la luz de la vida. Por lo tanto, con frecuencia cuando abría Su boca, hablaba de estas cosas. Los hombres no tenían estos conceptos en su mentalidad, por lo que no podían hablar de ellos. Hace doscientos años un filósofo francés dijo que si el Jesús de los cuatro Evangelios fuera una invención, entonces quien lo inventó estaba calificado para ser Jesús. Esto es porque las palabras que Jesús habló no tenían comparación con lo dicho antes de esa época ni desde entonces. Esto es especialmente cierto con respecto a la vida. Por lo tanto, Sus discípulos testificaron, diciendo: “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (1:4). Cuando mucho, Confucio solamente podía hablar de la “virtud resplandeciente” del hombre, mas de su propia persona no podía decir que en él estaba la vida y que la vida era la luz que alumbra a las personas. Sin embargo, el Señor Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, jamás andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (8:12). Ningún filósofo o sabio puede decir tales palabras. El hecho de que el Señor Jesús pudo decir estas palabras tan extraordinarias que no tenían comparación con lo dicho ni antes ni después de esa época, demuestra que Él no era una persona ordinaria.

El Señor Jesús también hizo muchos milagros, o señales, en la tierra para demostrar que era Dios. Sin embargo, Él no hizo estos milagros a la ligera. Mientras estuvo en la tierra, con frecuencia la gente lo desafió para que les hiciera un milagro. Él les respondió: “La generación malvada y adúltera busca señal; y señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás” (Mt. 12:39). Sin embargo, si era necesario hacía un milagro. El relato de Lucas 7 nos dice que había una viuda en la ciudad de Naín, cuyo único hijo había muerto. Durante el funeral, ella lloraba mientras caminaba. Ella no pedía un milagro, sino que sólo lloraba. Quizás sentía que ni el cielo ni la tierra responderían a su llanto. Nunca se imaginó que el Señor del cielo y de la tierra vendría en ese momento. Cuando el Señor pasó por la ciudad y vio aquella situación, se compadeció de ella. De inmediato se acercó y tocó el féretro, diciendo: “Joven, a ti te digo, levántate” (v. 14), y entonces revivió y se incorporó el que había muerto. La Biblia nos muestra muchos milagros así. Él incluso calmó los vientos y el mar (Mt. 8:23-27). Todos estos casos dan suficiente prueba de que Él es la vida y el Amo soberano.

El Señor Jesús es la vida, la luz y el Amo soberano. Por esta razón, Su discípulo Juan escribió al principio de su Evangelio: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas por medio de Él llegaron a existir, y sin Él nada de cuanto existe ha llegado a la existencia” (Jn. 1:1-3). Él es el Creador, el Amo soberano del cielo y de la tierra, y Aquel que es real y viviente. Por lo tanto, ninguno que crea en el Señor se sentirá engañado; más bien, casi todos se lamentan de haber creído en Él muy tarde. Yo me siento contento de haber creído en el Señor antes de llegar a la edad de veinte años, y mi fe se ha fortalecido cada vez más porque Aquel en quien creo es el Señor y Dios.

Hay muchas religiones en el mundo, y también son muchos los que han fundado religiones. Hay muchos filósofos, como también maestros y sabios de la antigüedad. Sin embargo, de entre tantos hombres de renombre, ninguno se ha llamado a sí mismo Señor, el Amo soberano, ni Dios. No sólo eso, sino que casi ninguna religión les exige a las personas a creer en su fundador como su señor. Por ejemplo, creer en el budismo es creer en Buda, no en un señor. No obstante, creer en Jesús es creer en el Señor porque Jesús es el Señor. El universo tiene un Señor, y toda criatura tiene un Señor. Quizás algunos digan que nuestros padres que nos dieron a luz son nuestros “señores”, pero si nuestros padres se enfermaran, ni siquiera podrían ser “señores” de ellos mismos. No piensen que el esposo es el señor de una familia, porque cuando él tiene que afrontar muchas situaciones, no puede actuar como el señor. Sólo hay un Señor en el universo, y Él es Jesucristo. Solamente Él puede ser nuestro Señor porque Él es la vida. Él es Señor de todos, quien es capaz de reinar sobre cualquier entorno. El Señor Jesús es el Señor y la vida, y Él reina sobre todas las cosas. Por lo tanto, Él es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos.


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