Estudio-vida de Efesiospor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-0334-7
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En el versículo 4 vemos que Dios nos escogió para que fuésemos santos. Sin embargo, esto es sólo el procedimiento, no la meta. La meta es la filiación. Fuimos predestinados para filiación. En otras palabras, Dios nos escogió para que fuésemos santos con miras a que fuésemos Sus hijos. Por tanto, ser santos es el proceso, el procedimiento, mientras que ser hijos de Dios es la meta. Dios no desea simplemente conseguir un grupo de personas santas; El desea obtener muchos hijos. Quizá nos parezca suficiente que Dios nos escogiera para que fuésemos santos, y tal vez eso nos satisfaga. No obstante, Dios nos escogió para que fuésemos santos con un propósito, y este propósito es que seamos Sus hijos.
Tomemos como ejemplo la manera en que se hornea un pastel. Cuando una hermana hace un pastel, ella primeramente prepara la masa, mezclando varios ingredientes con la harina. A medida que los ingredientes se mezclan con la harina, podríamos decir que la harina es un cuadro de la santificación. Primero se separa la masa; luego es santificada al añadírsele varios ingredientes. Después de que la hermana mezcla bien la masa, le da cierta forma poniéndola en un molde. Del mismo modo, Dios primero nos separa, luego se agrega El mismo, el Padre, el Hijo y el Espíritu, a nosotros. Después sigue el proceso de mezcla. Decir que Dios nos mezcla significa que El nos inquieta. Tal vez nos agrada llevar una vida de iglesia tranquila, pero a menudo Dios interviene y cambia las cosas de manera radical. Con todo, así es la vida normal de la iglesia cristiana.
Ser santos significa mezclarnos con Dios. Dios nos santifica agregándose El mismo a nosotros y mezclándonos con Su naturaleza. Este es un asunto de naturaleza, es decir, trata de que nuestra naturaleza sea transformada por la Suya. Nosotros nacimos humanos, naturales, pero Dios quiere que seamos divinos. Esto sólo se logra si la naturaleza divina se añade a nuestro ser y se mezcla con él. Es así como Dios nos hace personas santas. Por consiguiente, la santificación es un procedimiento que transforma nuestra naturaleza. Sin embargo, ésta no es la meta. La meta es que seamos formados o moldeados. Es por eso que además de que Dios nos escoja para que seamos santos, es necesario que El nos predestine para que seamos Sus hijos. Ser santos tiene que ver con nuestra naturaleza, mientras que ser hijos, con ser formados. Los hijos de Dios son personas configuradas a una forma o figura específica.
El candelero de oro de Apocalipsis 1 es un ejemplo de esto. Según su naturaleza, el candelero es de oro, pero según su forma, es un candelero. Para que se produzca un candelero de oro primero se necesita el material, el oro puro. Esto alude al procedimiento, pero la meta es producir el candelero, con una forma definida. Asimismo, ser hechos santos es el procedimiento por el cual llegamos a ser hijos de Dios.
Cuando comprendí que la finalidad de la santidad era la filiación, me dije: “Cómo pudiste tener por meta la santidad en sí, cuando lo único que te puede satisfacer es ser un hijo de Dios”. Así que, no sólo somos santos, sino también hijos de Dios. No solamente poseemos la naturaleza santa de Dios, sino también la Persona de Su Hijo. Por consiguiente, no somos simplemente un cúmulo de santidad, sino también hijos de Dios.
Todo los cristianos sabemos que los creyentes genuinos de Cristo conforman la iglesia. Pero la iglesia no es solamente un grupo de personas salvas. La iglesia es una colectividad de individuos que han sido hechos santos en su naturaleza y así han llegado a ser hijos de Dios. Este grupo tiene que ser santificado, saturado y mezclado con la naturaleza de Dios. Entonces serán los hijos de Dios. La iglesia se compone de tales personas.
La situación del cristianismo actual está muy lejos de esto. En el cristianismo vemos grupos de personas salvas, pero que siguen siendo comunes y mundanas, y que no manifiestan la santidad. Además, no viven como hijos de Dios; más bien, muchos de ellos viven como hijos de pecadores. Aunque muchos de ellos creen en el Señor Jesús y han sido lavados con la sangre y regenerados por el Espíritu, siguen siendo mundanos y comunes, y no manifiestan ninguna señal de santidad en su vivir. Son idénticos a sus vecinos, amigos y parientes; con todo, hablan de ser la iglesia. ¡Qué vergüenza para Dios, y qué vergüenza para la iglesia! La iglesia se compone de una colectividad de personas que han sido apartadas para Dios, saturadas con Su naturaleza divina y totalmente santificadas para vivir como hijos de Dios. Ciertamente, la iglesia no debe ser un grupo de cristianos mundanos que viven como hijos de pecadores. Es vergonzoso decir que personas así sean la iglesia.
Si profesamos ser la iglesia, debemos preguntarnos si somos personas separadas y santificadas. ¿Estamos separados para Dios e impregnados de El? ¿Hemos sido santificados en cuanto a posición y también en nuestro carácter con la naturaleza de Dios de manera que vivamos como hijos de Dios? ¡Quiera el Señor alumbrar nuestros ojos para que veamos qué es la iglesia! La iglesia no es un grupo de cristianos que son fervientes y a la vez comunes y mundanos sin ninguna separación ni saturación. La iglesia está constituida por aquellos que han sido santificados por Dios y que viven como hijos de Dios.
Recuerden que el libro de Efesios trata de la iglesia. En la introducción de este libro vimos que la iglesia es un grupo de personas que goza de las buenas palabras de Dios (1:3). El primer ítem de estas palabras consiste en que fuimos escogidos para ser santos. Esta es la bendición de Dios, las buenas palabras que nos dirige. Sin embargo, muchos cristianos rechazan esta bendición. Dios declara que El nos escogió para que fuésemos santos, pero ellos afirman que no quieren ser distintos de los demás. Algunos dicen: “No queremos ser santos; nos gusta ser comunes”. Dios les dice: “Habéis sido escogidos para ser diferente”; pero ellos responden: “No queremos ser distintos, queremos ser como los demás”. Rechazar las buenas palabras que Dios nos dirige equivale a rebelarnos contra El. ¡Que el Señor tenga misericordia de nosotros! Realmente la necesitamos, ¡pues la actual situación es sumamente deplorable! Debemos ver que fuimos escogidos para ser santos, a fin de que llevemos una vida propia de hijos de Dios.
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