Cristo todo-inclusivo, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-87083-626-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Antes de pasar a considerar el libro de Números, debemos ver algo más en los libros de Exodo y Levítico. Hemos visto que la manera de entrar en la buena tierra es disfrutar a Cristo paso a paso, en una medida que va siempre en aumento, empezando desde el cordero de la pascua. Pero hay algo en nuestra experiencia que es aún más vital para nosotros; los principios o factores gobernantes. Hemos visto que la posesión de la tierra, es decir, la entrada al aspecto todo-inclusivo de Cristo, no se realiza por medio de una persona individual, sino por medio de un pueblo colectivo. Esto lo vemos bien claro. Pero debemos darnos cuenta de que, especialmente en el caso de un pueblo colectivo, se necesitan algunos principios gobernantes. Se necesita orden. En un cuerpo colectivo hay que poner las cosas en orden. Si no hay principios gobernantes, reinarán el caos y el desorden, y éstos están relacionados con el enemigo. Si nosotros somos desordenados, estamos arruinados y relacionados con Satanás. De esa manera, nos es imposible entrar en la buena tierra. Para mantener el orden entre los hijos del Señor, debe haber algunos principios o factores gobernantes.
En estos dos libros, Exodo y Levítico, no sólo vemos los varios aspectos del disfrute de Cristo, sino también los principios gobernantes que Dios ha ordenado entre Sus hijos. Hay por lo menos tres principios o factores gobernantes que son importantes y vitales.
El primer principio gobernante es la presencia del Señor en la columna de nube y la columna de fuego. No sólo digo la columna de nube y la columna de fuego, sino la presencia del Señor en la columna de nube y la columna de fuego. En estas columnas, la presencia del Señor es el primer principio gobernante. Este factor se relaciona con la reunión y la actividad o movimiento del pueblo del Señor. Cuándo, cómo y dónde el pueblo del Señor debe moverse y actuar depende de la presencia del Señor como se le revela en la columna de nube y la columna de fuego. En otras palabras, si queremos llegar a poseer la tierra, debemos hacerlo por medio de la presencia del Señor. Si la presencia del Señor va con nosotros, podemos entrar y disfrutar la tierra. Recuerde que el Señor le prometió a Moisés: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso” (Ex. 33:14). Esto significaba que El mismo llevaría al pueblo a que poseyera la tierra por medio de Su presencia. Esta fue la razón por la cual Moisés le dijo al Señor: “Si Tu presencia no va conmigo, no nos saques de aquí”. Moisés insistió en que la presencia del Señor fuera con él; de otra manera no iría.
“Mi presencia irá contigo”. Son palabras bastante peculiares. La presencia irá. Esto no significa necesariamente que El irá. Que El vaya es una cosa, pero que Su presencia vaya es otra. ¿Se da cuenta de la diferencia?
Quisiera mostrarlo con una historia. Una vez, cuatro o cinco de nosotros que servíamos al Señor juntos íbamos a cierto lugar. Viajábamos todos juntos. En aquel entonces uno de los hermanos no estaba contento con nosotros; no obstante, no tuvo otra alternativa que ir. Viajábamos todos en el mismo tren: todos menos este hermano estábamos en el carro número uno, y él se quedó solo en el carro número dos. Iba con nosotros, pero su presencia no iba con nosotros. Se fue con nosotros, viajó con nosotros y llegó con nosotros, pero su presencia no estaba con nosotros. Cuando los hermanos vinieron para recibirnos, él estaba allí, y durante toda nuestra visita en aquel lugar, él estaba allí. El estaba con nosotros, pero no su presencia. En verdad era muy extraño.
Hermanos y hermanas, muchas veces el Señor irá con usted, pero no Su presencia. Muchas veces el Señor verdaderamente lo ayudará, pero esté seguro, El no está contento con usted. Usted recibirá Su ayuda, pero perderá Su presencia. Lo llevará a su destino y lo bendecirá, pero durante todo el viaje no sentirá Su presencia. El irá con usted, pero no Su presencia.
¡Esto no es una teoría sino nuestra experiencia! Muchas veces en los años pasados he sentido la ayuda del Señor al estarle sirviendo. El Señor está obligado a ayudarme; El debe ayudarme por causa de Sí mismo. Pero puedo decirle que muchas veces no he tenido la presencia del Señor, simplemente porque no estaba contento conmigo. El tenía que ir conmigo, pero no estaba contento. Yo estaba sentado en el carro número uno, pero El estaba sentado en el carro número dos. Me acompañaba, pero me negaba Su presencia para que me diera cuenta de Su desagrado.
Hace algunos años, una hermana joven me hablaba de su matrimonio. Me decía: “Hermano, siento que es la voluntad del Señor que me comprometa con cierto caballero. El Señor me ha ayudado bastante en esto; así que, en cierta fecha anunciaremos el compromiso”. Yo conocía algo de la situación; así que, le dije a la hermana: “No dudo que el Señor le haya ayudado. Creo lo que me dice. Pero, ¿está contento el Señor con todo esto? ¿Está con usted la presencia del Señor mientras considera este compromiso?” Me contestó: “Oh, hermano, si le digo la verdad, sé que el Señor no está contento conmigo. ¡Lo sé! Por un lado me ha ayudado, pero por otro, sé que no está contento conmigo”. Le pregunté: “¿Cómo lo sabe?” Su respuesta fue muy significativa: “Cuando pienso en el compromiso, siento que he perdido Su presencia”. Este es un ejemplo excelente. El Señor la ayudó, pero le negó Su presencia.
Hermanos y hermanas, deben entender esto claramente. Nunca crean que tener la ayuda del Señor, es suficiente. ¡No, no! ¡Ni mucho menos! Debemos tener la presencia del Señor. Tenemos que aprender a orar diciendo: “Señor, si no me das Tu presencia, aquí me quedaré contigo. Si Tu presencia no va conmigo, no iré. No seré gobernado por Tu ayuda, sino por Tu presencia”. Luego debemos orar más, diciendo: “¡Oh, Señor! no quiero Tu ayuda solamente; quiero Tu presencia. Señor, Tu presencia es imprescindible. Puedo prescindir de Tu ayuda, pero no de Tu presencia”. ¿Puede decirle esto al Señor?
Muchos hermanos y hermanas se acercan a decirme: “Hermano, ¡el Señor realmente me ha ayudado!” Siempre deseo preguntarles: “¿Ha sentido la presencia del Señor? Ha recibido Su ayuda, pero ¿qué me dice de Su presencia?” Muchos reciben la ayuda del Señor, pero muy pocos tienen Su presencia. El factor gobernante no es Su ayuda, sino Su presencia.
Algunos obreros cristianos me han dicho: “Hermano, ¿no se ha dado cuenta usted de cuánto nos ha ayudado el Señor? ¿No cree que el Señor nos ha bendecido?” Les he contestado: “Indudablemente el Señor les ha ayudado y bendecido, pero quedémonos en silencio delante del Señor por unos momentos”. Después de un rato, pregunté: “Hermano, en lo más profundo de su ser, ¿siente que la presencia del Señor está con usted? Sé que han hecho algo para el Señor; sé que el Señor le ha ayudado y bendecido. Pero me gustaría saber si en lo más recóndito de su ser siente que el Señor está presente con usted. ¿Siente continuamente que Su rostro le está sonriendo, y que Su sonrisa ha entrado en usted? ¿Tiene esto?” Estas son palabras tiernas que escudriñan el corazón. Como siervos del Señor, la mayoría de las personas no pueden mentir; deben decir la verdad. Finalmente tales hermanos me han dicho: “Debo admitir que he perdido desde algún tiempo la comunión con el Señor”. Luego he preguntado: “Hermano, ¿qué sucede? ¿Está gobernado por la ayuda del Señor o por Su presencia? ¿Está gobernado por Sus bendiciones o por Su sonrisa?”
Hermanos y hermanas, aunque sea con lágrimas en nuestros ojos, debemos decir día tras día: “Señor, sólo Tu presencia sonriente me satisface. No quiero nada más que la sonrisa de Tu faz gloriosa. Mientras tenga esto, no me importa si los cielos se caen o si la tierra se desintegra. El mundo entero puede levantarse en mi contra, pero mientras tenga sobre mí Tu sonrisa, puedo alabarte, y todo estará bien”. El Señor dijo: “Mi presencia irá contigo”. ¡Qué tesoro! La presencia, la sonrisa del Señor, es el principio gobernante. Es de temer recibir cualquier cosa del Señor y perder Su presencia. En verdad es algo de temerse. Es posible que el Señor mismo le dé algo a usted, y que sin embargo esa misma cosa le prive de Su presencia. Le ayudará y le bendecirá, pero esa misma ayuda y bendición puede apartarlo de Su presencia. Debemos aprender a ser guardados, regidos, gobernados y guiados, sencillamente por la presencia del Señor. Tenemos que decirle al Señor que no queremos nada más que Su presencia en una manera directa. No queremos tener Su presencia indirectamente. Esté seguro, muchas veces usted tiene la presencia del Señor “de segunda mano”; no la tiene de primera mano, no es directa. Procure ser gobernado por la presencia directa del Señor, de primera mano.
Este no sólo es un requisito y lo que le capacita, sino también el poder para seguir adelante y poseer la tierra. La presencia del Señor, experimentada de primera mano, lo fortalecerá con poder para obtener la plenitud, es decir, el Cristo todo-inclusivo. ¡Qué fortaleza, qué poder existe en la presencia directa del Señor! Esto ciertamente no es asunto de doctrina, sino de una experiencia profunda.
“Mi presencia irá contigo”. ¡El Señor es tan maravilloso, tan glorioso, tan misterioso! Pero, en qué manera nos muestra Su presencia? ¿Cómo es hecha real para nosotros? En los tiempos antiguos, Su presencia siempre estaba en la columna de nube durante el día y en la columna de fuego durante la noche. Durante el día, mientras brillaba el sol, allí estaba la nube; en la oscuridad de la noche estaba el fuego. La presencia del Señor revelada durante el día era la nube, y en la noche era el fuego.
¿Qué significan estas dos cosas: la nube y el fuego? Varios pasajes de las Escrituras nos muestran que la nube es el símbolo del Espíritu. A veces en nuestra experiencia, el Espíritu Santo es exactamente como una nube. La presencia del Señor está en el Espíritu. Muchas veces sabemos que la presencia del Señor está con nosotros. ¿Cómo lo sabemos? Nos damos cuenta en el Espíritu. Creo que la mayoría de nosotros hemos tenido esta clase de experiencia. Hemos experimentado la presencia del Señor en el Espíritu. Es en verdad misterioso. Si me pregunta cómo se experimenta la presencia del Señor en el Espíritu, sólo puedo contestar que la experimento, me es real. El Señor está en el Espíritu, y Su presencia es hecha real para mí en el Espíritu. La realidad está en el Espíritu. A veces, ya sea por nuestra debilidad, o porque le parece al Señor que necesitamos aliento o confirmación, nos da alguna consciencia y aun un sentimiento de que el Espíritu realmente es como una nube.
En 1935 estaba dando yo un mensaje acerca del derramamiento del Espíritu Santo. A la mitad del mensaje, de repente tuve la sensación de que una nube me envolvía. Me parecía que estaba dentro de una nube. Inmediatamente en la reunión hubo un cambio decisivo, y las palabras que salían de mi boca eran como agua viva derramándose. Toda la congregación estaba atónita. Cuando se tiene tal experiencia, no se necesita hablar nada de la mente. Las palabras fluyen del Espíritu.
Esa es la presencia del Señor en la columna de nube. La podemos sentir en esa forma. Viene en forma de cierta clase de guía y aliento. Tenemos cierta carga por el Señor, y El nos da el aliento de sentir Su presencia en el Espíritu. Sin embargo, ésta es una experiencia especial concedida por el Señor. Diariamente, podemos experimentar la presencia del Señor en el Espíritu en una forma normal y ordinaria.
Entonces, ¿cuál es el significado de la columna de fuego? El fuego se necesita en la noche, cuando hay oscuridad. Pero el significado es el mismo que el de la nube. La nube es el fuego, y el fuego es la nube. Cuando el sol brilla, la presencia del Señor tiene la apariencia de una nube; cuando llega la oscuridad, Su presencia tiene la apariencia de fuego. Es la misma entidad con diferentes apariencias. ¿Qué, pues, representa el fuego? Representa la Palabra. La nube es el Espíritu, y el fuego es la Palabra. Cuando el sol brilla, uno tiene un entendimiento claro en el Espíritu; puede seguir fácilmente a la nube. Pero muchas veces es como la noche, y usted se encuentra en tinieblas. No puede confiar en su espíritu; su espíritu está muy perplejo. En tal situación, debe confiar en la Palabra. La Palabra es como el fuego, ardiente, brillante, iluminador. Salmos 119:105 dice: “Lámpara es a mis pies Tu palabra, y lumbrera a mi camino”. Cuando el cielo está muy claro y todo está brillante, la nube es suficiente; pero cuando la oscuridad cubre el cielo, usted no puede discernir cuál es la nube y cuál no lo es; debe seguir el fuego. A veces su cielo, su día, es sumamente claro y la luz del sol es brillante y fuerte. Sin la más mínima duda puede verse y seguirse el camino del Espíritu. Pero probablemente con más frecuencia se encuentra en tinieblas, en la noche. Ayer lo entendía todo claramente, pero hoy se encuentra en tinieblas; está perplejo y turbado. Pero no se preocupe; tiene la Palabra. Siga la Palabra. La Palabra es el fuego, el fuego ardiente, la luz brillante. Cuando se encuentra en tinieblas, puede seguir esta luz porque la presencia del Señor está en el fuego.
Muchas veces ha habido hermanos que me han dicho: “Hermano, ahora me siento en tinieblas”. Les contesto: “¡Alabado sea el Señor! Ahora es el tiempo correcto para ir a la Palabra. Si no estuviera en oscuridad no tendría la oportunidad de experimentar al Señor en la Palabra. Sencillamente tome Su Palabra”. Cuán bueno es experimentar a Cristo en Su Palabra cuando estamos en tinieblas.
La presencia del Señor siempre está en estas dos cosas: en el Espíritu y en la Palabra. Cuando usted tiene un entendimiento claro, puede darse cuenta de que El está en el Espíritu. Cuando se encuentra en tinieblas, puede verlo en la Palabra. Siempre está en estos dos: en el Espíritu y en la Palabra. ¿Lo ve todo claramente hoy? ¡Alabado sea el Señor! Usted sentirá al Señor en el Espíritu. ¿Está en tinieblas? También puede alabarle porque lo puede ver en Su Palabra. Algunas veces estamos en la luz del día, y otras veces estamos en la noche, en la oscuridad. Eso no debe preocuparnos. En el día, cuando todo está claro, tenemos al Espíritu como la nube; en la noche, cuando está oscuro, tenemos la Palabra como el fuego. Podemos seguir al Señor por medio de Su presencia en el Espíritu y en la Palabra.
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