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Economía de Dios, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-87083-536-0
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CAPITULO DIECINUEVE

EL CRISTO ESCONDIDO
EN NUESTRO ESPIRITU

El tabernáculo, o el templo, como hemos visto, consta de tres partes: el atrio, el lugar santo y el Lugar Santísimo. En el interior del atrio, el tabernáculo se divide en dos partes: el lugar santo y el Lugar Santísimo. Antes de ver lo que hay en el Lugar Santísimo debemos ver lo que hay en el atrio y en el lugar santo.

EL ATRIO

En el atrio se encuentran dos cosas: el altar y el lavacro. Todos los que estudian la Biblia concuerdan en que el altar tipifica la cruz de Cristo y que el lavacro tipifica la obra del Espíritu Santo. ¿Hemos nosotros experimentado el altar y el lavacro? En la cruz, Cristo fue ofrecido como nuestra ofrenda por el pecado. El murió por nuestros pecados, y hasta fue hecho pecado en la cruz por causa nuestra; así que El es nuestra Pascua. La Pascua significa que El, el mismo Cordero de Dios, llevó nuestros pecados y murió en la cruz. Primera Corintios 5:7 claramente establece que Cristo es nuestra Pascua. El día que creímos que El murió por nuestros pecados fue el día de nuestra Pascua. Fue ese día cuando nosotros disfrutamos a Cristo como nuestro Cordero pascual.

Después de que experimentamos el altar de la cruz, el Espíritu Santo comienza a obrar inmediatamente, como es representado por el lavacro. El lavacro es un lugar para que la gente se lave y se purifique. Después de haber recibido a Cristo como nuestra Pascua, el Espíritu Santo comienza Su obra limpiadora por dentro y por fuera. Cuando el pueblo de Israel entraba en el tabernáculo, tenía que pasar el altar en el cual estaba la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones; pero ellos también tenían que lavarse los pies y las manos en el lavacro para quitarse toda la suciedad terrenal. Desde que somos salvos, el Espíritu Santo nos limpia de toda la suciedad terrenal de nuestro andar diario. Si hemos tenido estas experiencias, significa que hemos sido salvos y que ya no estamos fuera del atrio. Una vez que estamos dentro del atrio, estamos en el límite y dominio de Dios. En otras palabras, estamos en el reino de Dios, porque hemos sido regenerados, redimidos, perdonados y ahora estamos limpios por la obra del Espíritu Santo. A menos que hayamos experimentado tanto el altar como el lavacro, no podemos ser jamás un verdadero hijo de Dios. Aunque tal vez hayamos entrado externamente en el cristianismo, si no experimentamos estas dos cosas todavía estamos fuera del reino de Dios.

EL LUGAR SANTO

Pero eso no es todo; esto es sólo el “ABC” de la vida cristiana. Debemos proseguir más allá. Hemos pasado la puerta principal del tabernáculo, pero todavía hay otro velo o puerta que debemos pasar. Desde el atrio, es decir, desde el lugar al cual llegamos por medio de creer en el Señor, debemos entrar al lugar santo.

Lo primero que se ve en el lugar santo es la mesa del pan de la presencia, una mesa sobre la cual el pan era exhibido. El pan tipifica a Cristo como nuestro alimento porque El es el Pan de Vida (Jn. 6:35). Cristo es el suministro para nuestra vida. El es nuestro maná diario que nos nutre para que vivamos ante Dios. La mesa del pan de la presencia no contiene sólo una pieza de pan; es una mesa que contiene una gran cantidad de pan. Esto significa que podemos experimentar un abundante suministro de vida, tal como el maná que caía del cielo. Cada mañana había un abundante suministro de maná. Puesto que ya experimentamos a Cristo como nuestra Pascua y la obra de limpieza del Espíritu Santo, ¿hemos seguido adelante a experimentar a Cristo como nuestro maná diario? Si lo hemos hecho, conocemos la mesa del pan de la presencia de una manera viviente.

Después de la mesa del pan de la presencia, la segunda cosa es el candelabro o candelero. Esto significa que Cristo es la luz así como la vida. Juan 1:4 dice que la vida está en Cristo y que la vida es la misma luz de los hombres. Juan 8:12 también establece que esta luz es la luz de la vida. Si podemos disfrutar y experimentar a Cristo como vida, El ciertamente llegará a ser nuestra luz. Cuando nos alimentamos de Cristo, podemos sentir cómo el brillar interior nos ilumina. Después de que hemos recibido a Cristo como nuestra Pascua y que hemos sido limpiados por la obra del Espíritu Santo, y después de que sabemos cómo alimentarnos de Cristo como nuestro diario maná de vida, podemos sentir el brillar interior.

Después de la mesa del pan de la presencia y del candelero, lo tercero es el altar del incienso. Esto lo experimentamos cuando percibimos un aroma, un olor fragante. Este olor fragante, el cual es Cristo en resurrección, se esparce y asciende hacia Dios. Cuando disfrutamos a Cristo como nuestro alimento y permanecemos en Su luz de vida, estamos en la resurrección. Hay dentro de nosotros algo que se esparce y asciende hacia Dios. Esto no puede ser confirmado por conocimiento ni por doctrina, sino que debe ser verificado por nuestra experiencia. ¿Hemos tenido experiencias como éstas? Aunque es posible que no hayamos tenido suficientes experiencias como éstas, el asunto principal en estos momentos es que sí las hemos tenido. ¡Puedo testificar que es maravilloso! Hace treinta y tres años yo estaba a diario y hasta a cada hora en este lugar santo. Cristo era mi maná diario y yo estaba lleno de El y lleno de luz. Yo estaba muy satisfecho con Dios y El estaba muy satisfecho conmigo, y dentro de mí algo de Cristo se esparcía y ascendía hacia Dios como olor fragante.


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