Conocer la vida y la iglesiapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-8903-7
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El Señor es el pan de vida, y Él es vida. Cuando comemos arroz al vapor, no ingerimos los granos de arroz sacados directamente de un saco de arroz ni de un contenedor de arroz. El arroz al vapor consta de los granos que han sido cocinados, preparados y puestos sobre la mesa a fin de que podamos comerlo. Aquel que está en el cielo es en realidad el Dios que estaba en la eternidad. Un día Él salió de la eternidad, al igual que se vierte el saco de arroz para que salgan los granos. Luego, Él entró en el tiempo y vino a la tierra a fin de llegar a ser el “arroz al vapor” servido sobre la mesa para el disfrute del hombre. Para este tiempo, Él es llamado vida, y Él es el pan de vida.
El Evangelio de Mateo relata que una mujer cananea vino al Señor y clamó: “¡Ten misericordia de mí, Señor, Hijo de David!”, pero el Señor no le respondió palabra. Ella lo intentó de nuevo, diciendo: “¡Señor, socórreme!”. El Señor respondió: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos”. Aunque la mujer cananea era una gentil, era muy bendecida y conocía a Dios, por lo cual dijo de inmediato: “Sí, Señor; también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (15:22-27). El pan sobre la mesa es para los hijos, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa. Esto significa que el Señor descendió del cielo como pan de vida para que el hombre le comiera. La tierra de los judíos puede compararse a un comedor, y los judíos eran los hijos de Dios, pero ellos desperdiciaron su pan y lo echaron bajo la mesa. Ellos alejaron al Señor de la tierra de los judíos y lo tiraron a la tierra de los gentiles. Lo que dijo la mujer cananea indica que si bien ella era un perrillo, el Señor Jesús no se hallaba sobre la mesa sino bajo la mesa, de manera que ella podía comerle y disfrutarle como pan. Ella admitió que era un perro, pero un perro también tiene su porción. El pan bajo la mesa era su porción. Debido a esto, el Señor la elogió, diciendo: “¡Oh mujer, grande es tu fe!” (v. 28). Nuestro Dios no sólo es el Dios del cielo; Él es también el pan de vida. Además, Él no sólo es el pan de vida; también es las migajas que cayeron de la tierra de los judíos y, como tal, Él puede satisfacernos interiormente a nosotros, los gentiles. Así que, la vida es Dios mismo.
Si Dios no tiene una relación con el hombre, Él permanecería en lo alto de los cielos, en donde el hombre no podría tocarle ni contactarle. Dios sería Dios, y el hombre sería el hombre. Sin embargo, Dios descendió del cielo y vino a la puerta del corazón del hombre. Ahora nuestro Dios es el pan de vida. Cuando le abrimos nuestro corazón, Él llega a ser nuestra vida en el momento que entra en nuestro ser. Ésta es la razón por la que Pablo dice que Cristo es nuestra vida (Col. 3:4). La vida es Dios mismo.
A menudo oímos decir que la vida de cierto hermano o hermana es verdaderamente maravillosa y rica. Si yo hubiese oído una palabra así hace diez años, sin lugar a dudas lo hubiera creído. Sin embargo, gradualmente Dios ha abierto mis ojos y he visto que la humildad de cierto hermano o la docilidad de cierta hermana no necesariamente son el resultado de que ellos sean ricos en la vida divina. En 1948, cuando estuvimos en Nankín, llegó una hermana de Hebei, y los santos me hablaron de la espiritualidad de ella, sugiriendo que ella era rica en la vida divina. De inmediato les pregunté en qué basaban su opinión. No pudieron responderme. Les dije que si las apariencias externas, tales como la velocidad de su andar, su modo de hablar con propiedad y la frecuencia de sus sonrisas eran las bases de tales consideraciones, entonces las estatuas de María en las catedrales católicas también podían considerarse como muy espirituales, porque ellas permanecen quietas, inmóviles y nunca se enojan. Lo que determina si una persona es espiritual no son las apariencias externas.
La vida es Dios mismo, y la vida es Cristo. Existen realmente tales cosas como humildad, docilidad y quietud en vida. Sin embargo, la humildad de mucha gente no es vida, y la docilidad de muchos tampoco es vida. Más bien, estas características son apenas un comportamiento. La vida genuina es Dios mismo; el comportamiento es el hombre mismo. Siempre que hablamos de la vida, nos estamos refiriendo al Dios que disfrutamos. Él es el Dios que entra en nuestro ser para hacerse cargo de nuestros problemas y resolver nuestras dificultades. Si necesitamos satisfacción, Él viene a ser nuestra satisfacción; si necesitamos docilidad, Él llega a ser nuestra docilidad. Dios es vida, y la vida es Dios mismo. El comportamiento es el hombre mismo, y es producido por la labor y los actos del hombre.
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