Autobiografía de una persona que vive en el espíritu, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1126-7
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El décimo aspecto de una persona que vive en el espíritu consiste en ser uno que saborea a Cristo. Si hemos de amar a la iglesia debemos experimentar a Cristo, es decir, debemos ser los que saborean a Cristo, pues sólo así tendremos algo de Cristo para ministrar a la iglesia que amamos. En 2 Corintios encontramos el aspecto de amar a la iglesia, pero aún más vemos el aspecto de saborear a Cristo, de disfrutarlo y de experimentarlo. Pablo recibió muchas visiones y revelaciones; él nos dice que “fue arrebatado hasta el tercer cielo” (12:2), y también que “fue arrebatado al Paraíso” (v. 4). El apóstol Pablo, por ser un hombre que vivía en la tierra, conocía las cosas de la tierra. Pero los hombres no conocen las cosas que están en los cielos ni las que están en el Paraíso, la cual es la sección agradable del Hades (Lc. 23:43; 16:23, 25); no obstante, el apóstol Pablo fue arrebatado a estas dos regiones desconocidas. Así que, recibió visiones y revelaciones de estas regiones escondidas. Por esta razón mencionó estas dos partes remotas del universo.
Estas visiones y revelaciones, sin embargo, no hicieron que Pablo amara a la iglesia; él llegó a amarla porque experimentó, saboreó y disfrutó a Cristo. Después de que Pablo recibió estas visiones y revelaciones, dijo: “Y para que la excelente grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás, para que me abofetee, a fin de que no me enaltezca sobremanera” (12:7). Pablo rogó al Señor tres veces que le quitara el aguijón de su carne; no obstante, el Señor no quiso quitarlo, a fin de que Pablo pudiese saborear y disfrutar a Cristo como gracia, y pudiera experimentar Su poder. El Señor le dijo a Pablo: “Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad” (12:9). Esta no fue una visión ni una revelación, sino más bien una experiencia.
Actualmente el Cuerpo de Cristo no necesita a un grupo de personas llenas de visiones y de revelaciones, sino a aquellos que experimentan a Cristo de forma práctica, es decir, a los que disfrutan de Cristo y lo saborean. Al experimentar a Cristo de esta manera, obtenemos algo concreto de El que podemos ministrar a Su Cuerpo. Las visiones y revelaciones por sí solas no funcionan, pues aunque el apóstol Pablo recibió visiones, tuvo que “entrar en el horno”. Si usted dice que tiene visiones y revelaciones, debe prepararse para “entrar en el horno”. El Señor frecuentemente envía pruebas y sufrimientos para que experimentemos a Cristo como nuestra gracia y poder. El Señor permite que tengamos un aguijón, a fin de que experimentemos el poder de Cristo en nuestra debilidad.
Es menester que hoy en la iglesia un grupo de hermanos y hermanas estén bajo el aguijón, bajo presión, para que experimenten a Cristo de forma práctica. Debemos experimentar a Cristo como la gracia que todo lo provee, la cual suple todas nuestras necesidades sin importar el ambiente en que nos encontremos. Además, al saborearlo a El, experimentamos Su poder que se perfecciona en nuestra debilidad. Debemos pasar por sufrimientos para que la suficiencia de la gracia del Señor sea magnificada en nosotros, así como es necesario que padezcamos debilidad para que se exhiba la perfección del poder del Señor. Al experimentar a Cristo como nuestra gracia y poder, tendremos algo real de Cristo para ministrar a Su Cuerpo, al cual amamos. Si amamos a la iglesia, debemos saborear a Cristo; de lo contrario, no tendremos nada que ministrarle a ella. El Cristo que disfrutamos y experimentamos es lo único que tenemos para ministrar a la iglesia. Por esta razón, es importante experimentar a Cristo de forma práctica en medio de nuestros sufrimientos. El ministerio se constituye, se produce y se forma en nosotros cuando experimentamos ricamente a Cristo en medio de los sufrimientos, las presiones que nos consumen y la obra aniquiladora de la cruz.
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