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Verdad, la vida, la iglesia y el evangelio las cuatro grandes columnas del recobro del Señor, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3645-1
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Actualmente disponible en: Capítulo 2 de 62 Sección 2 de 3

LA BENDICIÓN QUE SE EXPERIMENTA
EN LA IGLESIA

Dios aplasta a Satanás bajo los pies
de la iglesia edificada

La Biblia presta mucha atención a la iglesia. Romanos 16 nos dice que había una diaconisa en la iglesia en Cencrea, Febe, que amaba mucho a la iglesia y la servía de forma absoluta (v. 1). Luego, menciona también a una pareja, a Prisca y Aquila, quienes no sabían nada más que la iglesia (v. 3). Dondequiera que ellos estaban, ellos “manejaban” la iglesia. Cuando estuvieron en Roma, ellos “manejaron” la iglesia allí, y cuando se fueron a Éfeso, también “manejaron” la iglesia en ese lugar. ¿Por qué decimos que ellos “manejaron” la iglesia? Porque adondequiera que ellos iban, la iglesia en esa localidad se reunía en su casa. Debido al amor de ellos por la iglesia, Pablo dijo que tanto él como todas las iglesias de los gentiles les daban las gracias (vs. 4-5a). Muchos de los que leen el libro de Romanos nunca han visto que éste libro concluye con las iglesias locales. El último capítulo de Romanos se enfoca en las iglesias locales. Solamente las iglesias locales pueden llevar a cabo el propósito de Dios y acabar con el enemigo de Dios. Así pues, si hubiéramos estado en Cencrea, habríamos tenido que reunirnos con la iglesia en Cencrea, y si hubiéramos estado en Roma, habríamos tenido que reunirnos con la iglesia en Roma. Asimismo, si hubiéramos estado en Éfeso, habríamos tenido que reunirnos con la iglesia en Éfeso. Únicamente en las iglesias locales le proveemos a Dios una base para que aplaste a Satanás bajo nuestros pies. En otras palabras, únicamente estando en la iglesia podemos vencer a Satanás y aplastarlo bajo nuestros pies. Ésta es la revelación que vemos en el libro de Romanos (v. 20).

Recibimos la suministración
del Espíritu
siete veces intensificado

En Apocalipsis el Señor Jesús le mostró a Juan que debía escribir a las siete iglesias que gracia y paz les serían dadas de parte de los siete Espíritus que están delante de Su trono (1:4). La mayoría de los cristianos ve únicamente al Espíritu, pero al final de la Biblia se nos habla de los siete Espíritus. Estos siete Espíritus son dados en Su totalidad a las iglesias locales. Por consiguiente, si no estamos en una iglesia local y si no permanecemos en una iglesia de una manera clara y concreta, nos perderemos el suministro de los siete Espíritus. En la iglesia local se encuentran los siete Espíritus, esto es, el Espíritu siete veces intensificado, el cual abastece a la iglesia de una manera siete veces intensificada. Por esta razón, debemos ver que dondequiera que estemos, lo que más necesitamos es la iglesia en nuestro lugar y que esta iglesia es la mejor iglesia para nosotros. Nunca debiéramos escoger conforme a nuestros gustos.

LA PRÁCTICA ESPECÍFICA QUE TENEMOS
EN LA VIDA DE IGLESIA:
ALIMENTAR LOS CORDEROS DEL SEÑOR

¿Cómo entonces debemos poner en práctica la vida de iglesia? En primer lugar, cada uno de los santos debe nutrir, cuidar y guiar a los nuevos creyentes. En la iglesia hay siempre algunos que son más jóvenes que nosotros, a quienes debemos cuidar. Hemos bautizado a muchas personas, pero por lo general menos del diez por ciento permanecen en la iglesia. En otras palabras, damos a luz cien bebés, pero noventa de ellos desaparecen. ¿A qué se debe esto? A que nadie cuida de ellos. Los santos tienen la idea equivocada de que los ancianos deben asumir la responsabilidad de cuidar a las personas. Sin embargo, sólo hay unos cuantos ancianos. ¿Cómo podrían ellos cuidar de tantos santos? Entonces, puesto que la iglesia es la casa de los creyentes, todos en la iglesia deben asumir la responsabilidad de cuidar de otros.

Antes de partir de este mundo, el Señor nos mandó que fuéramos y lleváramos fruto. Una vez que llevamos fruto, este fruto se convierte en los corderos que requieren de nuestro cuidado. Es por eso que al final del Evangelio de Juan, el Señor dijo a Pedro: “Apacienta Mis corderos” (21:15-17). No debemos pensar que las palabras que el Señor dijo a Pedro eran solamente para él. Pedro es nuestro representante; todos tenemos que cuidar de los corderos. Si predicamos el evangelio a otros, los guiamos para que sean salvos y los traemos a la iglesia para que sean bautizados, no debemos dejarlos solos, sino más bien, cuidarlos. Una madre, después de que da a luz, no abandona a su bebé; todo lo contrario, lo alimenta y cuida de él hasta en los mínimos detalles, por lo menos durante dieciocho años. Al escuchar esto, es posible que algunos piensen que esto es demasiado difícil y no se atrevan a predicar el evangelio. Sin embargo, recuerden que antes de que el Señor le dijera a Pedro que apacentara Sus ovejas, primero le preguntó: “¿Me amas?”. Hoy en día el Señor nos está haciendo la misma pregunta. ¿Acaso no amamos al Señor? ¿No amamos Su iglesia?

Hay un himno que dice así: “Somos para Él, / Somos para Él, / Somos para Su recobro” (Himnos, #385). Todos amamos al Señor, la iglesia, el recobro del Señor; no obstante, es posible que no amemos los corderos, porque alimentar a los corderos es una tarea ardua. Por ello, muchos dicen: “Está bien que nos pidan que prediquemos el evangelio. Si alguien está dispuesto a creer en el Señor, lo traeremos aquí para que sea bautizada. Si no está dispuesto, no lo presionaremos. Sin embargo, después de que sea salvo, no será nada fácil alimentarlo y hacer que sea un fruto que permanece”. Es por eso que aunque todos cantan: “Somos para Su recobro”, todavía seguimos teniendo muy poco aumento y multiplicación entre nosotros. Esto demuestra que en el asunto de alimentar a los corderos, las iglesias son totalmente incapaces de seguir en las pisadas del Señor y de llegar a la norma fijada por Él. No podemos seguir cantando: “Somos para Él, / Somos para Él, / Somos para Su recobro”, mientras el número de santos que ha dejado de reunirse sigue aumentando año tras año. Debemos salir a recobrar a estos santos y traerlos de nuevo a la vida de iglesia apropiada.

En el pasado habían entre mil trescientos y mil quinientos santos en la lista de la iglesia en Taipei, pero sólo quinientos estaban reuniéndose regularmente. Aún había entre ocho y diez mil que no estaban reuniéndose regularmente. Esto es anormal. Estamos muy ocupados predicando el evangelio y bautizando a las personas todo el año, pero después de bautizar a cien, desaparecen noventa en tres semanas. Eso no está nada bien. Tenemos que alimentarlas. No debemos decir que eso les corresponde a los ancianos. Sólo hay unos cuantos ancianos en la iglesia; ellos no pueden hacer mucho. Tampoco debemos decir que todos los demás hermanos y hermanas deben llevar esa carga. Cada uno de nosotros debe decir: “Yo soy quien debe cargar con la responsabilidad de alimentar a otros”.

En primer lugar, tenemos que repasar la información que hemos recolectado de todos los santos. Después debemos formar grupos de doce personas e incorporar a todos a algún grupo. No debemos agrupar a los santos según su condición espiritual, ni debemos designar un líder o hermano responsable en cada grupo. Lo que queremos es que cada uno de los santos que conforman el grupo asuman la responsabilidad. Ya que están en el mismo grupo, deben reunirse juntos. Ellos pueden decidir cuándo y dónde reunirse. Sin embargo, es posible que la mayoría de los santos que están en los grupos no se reúna regularmente. Esto es a lo único que debemos estar atentos. Si éste es el caso, necesitaremos que se levanten algunos hermanos que sirvan a tiempo completo y sirvan en coordinación para cuidar de los santos en dichos grupos.


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