Vida que vence, Lapor Watchman Nee
ISBN: 978-1-57593-909-4
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Quisiera que prestaran atención a 1 Juan 5:11-12, que dice: “Y éste es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en Su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida”. ¿Habían visto esto antes? ¿Cómo se nos da la vida vencedora? Se nos da en el Hijo. Es imposible recibir la vida vencedora por otro medio que no sea el Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida. Cuando Dios nos da a Su Hijo, no solamente nos da una receta médica, sino al doctor mismo. Dios no meramente nos da la vida; El nos la da en Su Hijo. Tener la vida vencedora no es simplemente un asunto de recibir la vida, sino de recibir al Hijo de Dios. Por lo tanto, cuando nuestra relación con Cristo no es correcta, surgen los problemas. Una vez que dudemos de la fidelidad de Cristo y de Sus promesas, tendremos problemas en nuestro interior. Dios no nos da la paciencia, la mansedumbre ni la humildad independientemente de Cristo. El nos da la paciencia, la mansedumbre y la humildad en Su Hijo. Tan pronto surge algún problema en nuestra relación con Su Hijo, perdemos la victoria. Es por esto que necesitamos tener la debida relación con Cristo todos los días.
Todos los días debemos decir: “Señor, Tú eres mi Cabeza y yo soy un miembro Tuyo. Señor, Tú sigues siendo mi vida y mi santidad”. Si ponemos la mirada en nosotros mismos, no encontraremos ninguna de estas cosas. Pero si nuestra mirada se vuelve a Cristo, lo tendremos todo. Esto es fe. No podemos aferrarnos a la santidad, la victoria, la paciencia ni la humildad aparte de Cristo. Una vez que tenemos a Cristo, tenemos la santidad, la victoria, la paciencia y la humildad. Los chinos tenemos este proverbio: “Mientras permanezca verde la montaña, no escaseará la leña”. Dios no nos da “la leña”, sino “la montaña”. Mientras “la montaña” esté ahí, habrá “leña”. Nosotros creemos que el Hijo de Dios vive en nosotros. La causa principal del fracaso de muchos cristianos es que viven por sentimientos y no por fe.
Cuando caemos, no significa que todo lo que hayamos experimentado hasta ese punto haya quedado anulado o se haya perdido. Sólo significa que algo ha fallado en nuestra fe. Nunca debemos pensar que una persona tiene que caer después de haber vencido. Antes de vencer tenemos que caer. Dios quiere que caigamos, y que caigamos miserablemente. Pero después de vencer, no tenemos que caer. Aun cuando caigamos, tales fracasos deben ser sólo ocasionales. Cuando estamos en Adán y nos sentimos fríos, insensibles e impuros, significa que en realidad estamos fríos insensibles e impuros. Pero cuando estamos en Cristo, debemos decirnos a nosotros mismos que tenemos santidad y victoria. Todo lo que afirmemos tener lo obtendremos.
Finalmente, examinemos lo que significa crecer. Estamos de acuerdo en que después de vencer debemos seguir creciendo. Algunos son demasiado orgullosos; creen que después de haber vencido ya han sido santificados y no necesitan avanzar. Puede ser cierto que hayamos vencido y que hayamos sido santificados, pero debemos darnos cuenta de que ser introducidos en una experiencia es lo mismo que pasar por una puerta. Es imposible andar por el camino sin entrar por la puerta. Sólo podemos crecer después de haber vencido. Debemos comprender que el hombre posee libre albedrío, es un ser racional y tiene sentimientos. Cuando vencemos, solamente vencemos los pecados de los cuales tenemos conocimiento; no podemos vencer los pecados que ignoramos. Es por esto, que necesitamos el crecimiento.
¿De qué pecado está consciente usted? Suponga que es la ira. Si verdaderamente ha vencido en Cristo, usted tendrá la paciencia que vence la ira y no podrá crecer más en lo que a la paciencia se refiere. Su paciencia es la paciencia máxima, porque es la paciencia de Cristo. Es la misma paciencia que Cristo tuvo mientras vivió en la tierra durante Sus treinta y tres años y medio. Si su paciencia no es una paciencia falsa, sino que es la paciencia de Cristo, no es posible tener más paciencia, porque usted ya tiene la paciencia de Cristo.
Solamente podemos vencer los pecados de los cuales estamos conscientes. Sin embargo, existen pecados de los cuales no estamos conscientes, y éstos no se incluyen en nuestra experiencia de la victoria de Cristo. Por consiguiente, necesitamos leer Juan 17:17 que dice: “Santifícalos en la verdad”. Por un lado, tenemos 1 Corintios 1:30, que dice: “Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría: justicia y santificación y redención”. Por otro lado, tenemos Juan 17:17, que dice: “Santifícalos en la verdad”. Cristo nos santifica, y la verdad aumenta la medida de esta santificación. ¿Hay algún hermano que conozca toda la Biblia desde el día de su salvación? No, la conocemos gradualmente. La verdad nos dice lo que es correcto y lo que no lo es. Por ejemplo, es posible que hace dos años no tuviéramos conocimiento de que cierto asunto era pecado. Ahora vemos que lo es. Es posible que hace dos semanas no tuviéramos conocimiento de que algo era pecaminoso, pero hoy nos damos cuenta de que es pecado. Muchas de las cosas que pensábamos que eran buenas y que aprobábamos, vienen a ser pecado para nosotros.
Hay una diferencia entre el pasado y el presente, porque cuanto más conocemos la verdad, más pecado descubrimos, y cuanto más pecado descubrimos, más necesitamos que Cristo sea nuestra vida. Cuanta más capacidad tenemos, mayor es nuestra necesidad de Cristo. Necesitamos estudiar la Palabra de Dios diariamente de una manera cuidadosa para poder ver lo que es pecaminoso. Cuanto más veamos nuestros pecados, más tendremos que decirle al Señor: “Dios, muéstrame en estos asuntos que Cristo es mi victoria y mi suministro”. Si deseamos crecer, es indispensable que tengamos la luz de la verdad. La luz de la verdad expondrá nuestros errores y nos mostrará nuestra propia vulnerabilidad. Una vez que la luz de la verdad exponga nuestra condición, nuestra capacidad aumentará, y cuanto más aumente nuestra capacidad, más podremos asimilar.
Me agrada mucho 2 Pedro 3:18 que dice: “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. Este es uno de los pocos pasajes de la Biblia que habla del crecimiento. Crecemos en la gracia. ¿Qué significa crecer en la gracia? Nadie crece para entrar en la gracia; todos crecemos en la gracia. No es posible decir que crecemos para entrar en la gracia; sólo podemos crecer estando ya en la gracia.
¿Qué es la gracia? La gracia consiste en que Dios haga algo por nosotros. Crecer en la gracia significa que necesitamos que Dios obre más en nuestro lugar. Supongamos que Dios ya ha hecho cinco cosas por mí. Pero todavía quedan otra tres cosas que El debe hacer. Dado que mi necesidad ha aumentado, necesito que Dios haga más por mí. En esto consiste la relación entre la gracia y la verdad: la verdad pone de manifiesto nuestra necesidad, mientras que la gracia suple esa necesidad. La verdad nos muestra dónde está nuestra escasez, mientras que la gracia llena este vacío. ¡Aleluya! Dios no sólo tiene la verdad, sino también la gracia. En el Antiguo Testamento, los hombres fracasaban repetidas veces porque sólo tenían la verdad; ellos no tenían la gracia. Tenían la ley, pero no tenían la fuerza para guardarla. Damos gracias y alabanzas al Señor, “pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn 1:17). Damos gracias al Señor por habernos mostrado la verdad y suministrado la gracia. ¡Aleluya!
Puedo decir delante del Señor: “Seré un mendigo para siempre. Siempre seré pobre. Tengo que venir a Ti hoy, y tendré que venir a Ti mañana y pasado mañana”. Agradecemos a Dios porque podemos hacerle peticiones todos los días. Podemos hacer súplicas el lunes, y luego pedir más el martes. Si molestamos a Dios y le pedimos de esta manera, El dirá que hemos crecido en la gracia. Cuanto más veamos nuestros fracasos, más súplicas le haremos a Dios. Pediremos que El se haga cargo de nuestro caso. Le diremos: “Señor todavía sigo siendo incapaz. Necesito que Tú te encargues de estos asuntos”. Cuando nos demos cuenta de que hemos hecho algo incorrecto, lo primero que debemos hacer es decirle a Dios: “Te confieso mis pecados. (En estos casos, usted debe darle nombre propio al pecado. Debe llamar pecado al pecado). Dios, no me cambiaré a mí mismo. He aprendido una lección más. No puedo cambiarme ni tengo la intención de hacerlo. Te agradezco porque ésta es otra oportunidad para gloriarme en mi debilidad. Te doy gracias, Dios, porque Tú puedes hacerlo. Te doy gracias porque puedes quitar mi debilidad”. Hermanos y hermanas, cada vez que nos gloriemos en nuestra debilidad, el poder de Cristo extenderá tabernáculo sobre nosotros. Cada vez que digamos que no podemos lograrlo, Dios nos mostrará que El sí puede. Si hacemos esto continuamente, creceremos.
Esta noche les daré unos cuantos ejemplos de lo que significa crecer. Existen muchos pecados que no reconocemos como tales. Pero una vez que nos demos cuenta de que lo son, debemos decir: “Dios, he pecado. Necesito que Cristo exprese Su vida en mí”. Puedo contarles que una vez un hombre me trató mal, y yo le respondí con unas cuantas palabras precipitadas. Sabía que estaba mal responder como lo hice, pero yo argumentaba que él estaba más errado que yo, y que él no me había ofrecido disculpas. Yo sólo estaba errado un poco. ¿Por qué tenía yo que ofrecer disculpas? Sin embargo, Dios quería que yo lo hiciera. Esa persona me había ofendido, yo la había perdonado, y ya se me había pasado el enojo. Aún así, tenía que pedirle perdón. Pensaba que todo iba bien, pero me encontraba por debajo de la norma de Mateo 5, la cual dice que tenemos que amar a nuestros enemigos. Si yo pudiera amar a esa persona, sería capaz de amar a un gato o un perro. Escribí una carta en la que reconocía haber hablado precipitadamente, pero como no podía amar a esa persona, decidí no enviarla. Pensé escribirle otra cuando lo pudiera amar. Yo no lo odiaba y ya lo había perdonado, pero no podía amarlo. Sólo Dios podía amarlo. Dios dice que amar es la verdad y que no amar es pecado. Quería vencer y quería pelear con fe. Le dije al Señor: “Si Tú no haces que lo ame, no podré amarlo”. Cuando dije que no podía amar y que Dios era el único que podía amar, terminé amándolo. Por una parte, la verdad nos dice que debemos amar; por otra, la gracia nos suministra la fuerza para amar. Tales casos, a veces toman unos cuantos minutos y a veces varios días.
La señorita Fischbacher tenía una colaboradora que siempre la molestaba. Esta colaboradora siempre salía con unas ideas que la hacían sufrir. Si la señorita Fischbacher decía que había cierta cosa, la colaboradora le decía que eso no era así. Si la señorita Fischbacher decía que algo no era así, ella alegaba que sí. Parecía como si siempre tratara de demostrarles a los demás que la señorita Fischbacher no era sincera. La señorita Fischbacher trataba de soportar todo esto, pero no podía hacer nada en cuanto a su comportamiento. Cada vez que la señorita Fischbacher se encontraba con ella, recibía una palmadita en la espalda o un apretón de mano en señal de afecto. Por fuera todo parecía estar bien, pero en el fondo no lo estaba. Un día la señorita Fischbacher leyó 1 Pedro 1:22, que dice: “Amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro”. Ella reflexionó y pensó que era imposible amar a aquella persona, y mucho menos amarla entrañablemente. Ella le dijo al Señor: “No puedo vencer este asunto. Señor, he descubierto que esto es pecado. Tú has dicho que debemos amar a los hermanos entrañablemente, pero yo no consigo hacerlo. Esto sin duda es un pecado”. Pidió al Señor que le quitara este pecado. Ella no odiaba a esa persona, y había estado algún tiempo con ella, pero se le hacía difícil amarla. Cada vez que la veía, hacía todo lo posible por amarla, pero nada conseguía. Un día ella se encerró en su cuarto y oró a Dios: “Yo debo amar a esta persona pero no puedo. Esto es pecado. No te dejaré, hasta que pueda amar a esta persona”. Ella oró durante tres horas. Al final, el amor del Señor inundó su corazón, y sentía que podía hasta morir por esta persona. No sólo la amaba, sino que la amaba entrañablemente. Debido a que la amaba entrañablemente, oró por ella toda la noche. Al día siguiente, después de su día normal de trabajo, oró una vez más por ella. No sólo estaba experimentando la victoria, sino también el poder. Esta es la manera en que la verdad nos santifica. Esto es lo que significa crecer en la gracia. La verdad nos capacita para ver lo que es pecado, y la gracia nos suministra la fuerza para vencer el pecado. Una vez que descubrimos que algo es pecaminoso, no desistimos hasta vencer. Esta es la manera en que día a día crecemos en la gracia.
Había tres hermanas británicas, una de las cuales estaba comprometida, y las otras dos habían decidido quedarse solteras. Las tres laboraban para el Señor en el interior de la China. La hermana que estaba comprometida era la más descontenta de las tres. Aunque su prometido le escribía con frecuencia para consolarla, ella se deprimía constantemente. Un día se puso a llorar en su cuarto pues se sentía sola. Las dos hermanas le preguntaron: “¿Por qué te sientes así? Tienes un novio que siempre te escribe. Nosotras tenemos más razones que tú para sentirnos solas”. Después de que le dijeron esto, regresaron a sus cuartos y de repente también se sintieron solas. Se pusieron a pensar en su labor en las regiones del interior de la China, lo extraña que era la comida, y lo incómoda que era la vivienda. ¡Cuánta soledad experimentaron! Hermanos, verdaderamente el pecado es algo contagioso. Mientras se lamentaban de su situación, recordaron la palabra del Señor: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del siglo” (Mt. 28:20). También recordaron Salmos 16:11, que dice: “En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”. Ellas le dijeron al Señor: “Es un pecado sentirnos solas. Tú nos has dicho que estarás con nosotras hasta la consumación del siglo; por lo tanto, reconocemos que sentirnos solas es un pecado. Tú has dicho que en Tu presencia hay plenitud de gozo y que a Tu diestra hay delicias para siempre; por lo tanto, reconocemos ante Ti que sentirnos solas es un pecado”. Ambas se arrodillaron y oraron: “Señor, reconocemos que sentir la soledad es pecado”. Desde el momento en que ellas confrontaron el sentimiento de soledad de una forma tan específica, nunca volvieron a sentirse solas. ¡Aleluya, el sentimiento de soledad nunca volvió!
Hermanos y hermanas, podemos descubrir pecados todos los días, y cada día podemos encontrar fracasos, pero al mismo tiempo tenemos el suministro fresco de la gracia. “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia” (Jn. 1:16). La recibimos cierto día, y seguimos recibiéndola una y otra vez.
Hubo una hermana que servia al Señor en la India y tenía muchas ansiedades. Un día leyó Filipenses 4:6, donde dice: “Por nada estéis afanosos, sino en toda ocasión sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios por medio de oración y súplica, con acción de gracias”. Ella pudo ver que la ansiedad era pecado y que no dar gracias también era pecado. Hermanos y hermanas, una vez que reconocemos un pecado tenemos que confesarlo al Señor y también debemos reconocer que el Señor vive en nuestro interior. Esto es lo que significa crecer.
Nuestra victoria en Cristo es absoluta; o sea que no es posible mejorarla. Pero la esfera de nuestra victoria siempre se expande. Cada persona recibe de parte del Señor diferentes grados de luz. Cuanta más luz un hombre reciba, más progresará. Cuanto más una persona esté consciente de cierto pecado, mayor será la provisión que reciba de parte de Dios, y cuanto menos luz reciba de parte del Señor, menos suministro recibirá. Hermanos y hermanas, tenemos que conocer la relación que la verdad y la gracia tienen con nosotros. Espero que todos le digamos a Dios todos los días: “Señor, no puedo lograrlo, ni tengo la intención de hacerlo”. Todos los días tenemos que orar al Señor pidiéndole que nos dé luz y gracia. Es posible que fallemos accidentalmente, pero podemos ser restaurados en un segundo. Si hacemos esto día tras día, nuestro crecimiento sobrepasará nuestras expectativas porque será el trabajo exclusivo de Cristo. ¡Aleluya, ésta es la salvación plena! ¡Aleluya! El nos está guiando hacia adelante. ¡Aleluya, Satanás no podrá hacernos nada! ¡Aleluya, Cristo ya venció!
Nota: Esperamos que muchos se beneficien de estas riquezas espirituales. Sin embargo, para evitar cualquier tipo de confusión, les pedimos que ninguno de estos materiales sean descargados o copiados y publicados en otro lugar, sea por medio electrónico o por cualquier otro medio. Living Stream Ministry mantiene todos los derechos de autor en estos materiales, y esperamos que ustedes los que nos visiten respeten esto.