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Ministerio de la Palabra de Dios, Elpor Watchman Nee

ISBN: 978-0-7363-0700-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 13 de 21 Sección 3 de 3

UNA MENTE SUJETA AL ESPIRITU

Cuando damos un mensaje debemos prestar atención a nuestra mente, la cual ocupa un lugar prominente en nuestro servicio como ministros de la Palabra, pues decide qué ha de decirse al principio de un mensaje y qué debe dejarse para el final. Si nuestra mente es versátil, sabremos cómo empezar un mensaje y cómo concluirlo, y lo que expresemos será oportuno, pues el espíritu brotará mientras hablamos. Pero si nuestra mente es voluble, no sabremos qué decir ni qué evitar, y el espíritu no podrá hallar salida. El ministro debe proteger su mente de cualquier daño, y cuidarla como un pianista cuida y protege sus manos. Si descuidamos la mente, no podremos ser verdaderos ministros de la Palabra. Debemos permitir que el Señor dirija nuestra mente, y no debemos permitir que ella se desenfrene, ni gire en torno a cosas ilógicas, vanas o triviales. Si el Espíritu no puede utilizar nuestra mente cuando la necesita, no podremos servir como ministros de la Palabra.

Esto no significa que la mente sea la fuente de nuestro mensaje. Si las actividades del ministro se basan en su mente, él debe desaprobarlas y eliminarlas. La idea de que el estudio de las Escrituras hace a una persona apta para enseñar la Palabra de Dios es abominable. Todo pensamiento que no provenga del espíritu debe eliminarse. Debemos rechazar todo mensaje que proceda de la mente, aunque no debemos anular sus funciones. Todos los libros del Nuevo Testamento se escribieron con una rica expresión del pensamiento humano. Por ejemplo, las epístolas de Pablo están llenas de pensamientos profundos y elevados, como se ve en Romanos. Esta epístola no tuvo su origen en la mente, sino en el espíritu; las ideas fluyen junto con el espíritu. La fuente debe ser el espíritu, no la mente. Debemos prestar especial atención a la mente para que esté disponible cuando Dios la necesite.

No debemos censurar la mente con demasiada premura. Si bien es cierto que no debemos usar la mente como fuente de nuestro mensaje, debemos predicar el evangelio por el espíritu con la ayuda de la mente. Cuanto más espiritual es un mensaje, más prominentes deben ser los pensamientos que están detrás de él. Todo mensaje espiritual está lleno de pensamientos. Cuando el espíritu es expresado, necesita el respaldo de pensamientos fecundos y exactos. Así que debemos dar a los pensamientos el lugar que merecen. En nuestra predicación, la mente decide el orden y la manera en que las palabras deben ser expresadas. Debemos hablar según la mente nos dicte. Nuestro espíritu no controla directamente lo que expresamos; si así fuera, solamente hablaríamos en lenguas. El espíritu usa nuestros pensamientos y nuestro entendimiento. En esto consiste el ministerio de la Palabra. Nuestra comprensión debe estar a disposición del espíritu, pues de lo contrario, se bloqueará por no haber quien medie entre él y la Palabra. El puente apropiado entre el espíritu y la Palabra es la mente. Por eso tenemos que proteger nuestra mente y permitir que sea renovada de día en día; no debemos mantenerla en la pobreza. La mente de algunas personas se debilita a tal grado que el Espíritu no la puede usar. Al estar en contacto con el ministerio de la Palabra comprendemos la profundidad de la consagración, la cual pocos comprenden. La consagración consiste en disponer todo nuestro ser para Dios, por lo cual es necesario que nuestra mente se sujete a El. Todos los días debemos cuidar nuestra mente; debemos protegerla para que no se debilite, ya que si está débil constantemente, no podremos utilizarla cuando la necesitemos. Debemos mantenerla ocupada a fin de que no sea un obstáculo al espíritu y pueda usar las Escrituras. Dios debe tener libre acceso a nuestra mente a fin de dirigirla conforme a Su voluntad. Por Su misericordia, podremos recordar lo que debemos decir, y lo que debemos mencionar al principio vendrá a nuestra mente primero, y lo que debemos mencionar al final, vendrá al final. La mente controla las palabras, y el espíritu controla la mente. Si nuestro espíritu puede dirigir nuestra mente, todo marchará bien, no importa si mencionamos algo primero, o después; si hablamos más, o si hablamos menos. Cuando la mente funciona debidamente, el mensaje se puede comunicar sin problemas, independientemente de la secuencia que siga.

LA CUMBRE DEL MENSAJE,
Y LA CUMBRE DEL ESPIRITU

Es fácil para nosotros saber cuándo hemos llegado al clímax de nuestro mensaje, pues nuestra mente lo nota de inmediato; pero no es fácil determinar cuándo llega a la cumbre el espíritu, ya que nuestra mente no puede detectarlo.

Mientras estamos en la plataforma, ¿cómo saber hasta dónde quiere Dios que lleguemos o a qué altura debemos elevarnos? ¿O qué parte del mensaje debemos recalcar? ¿O cuándo desea que el mensaje alcance la cima? Mientras el ministro comparte su mensaje, debe prestar atención a la diferencia que hay entre la cumbre de la Palabra y la cumbre del espíritu. Si somos rectos, sabremos exactamente lo que Dios desea que expresemos y cuándo el mensaje debe llegar a la cumbre. Normalmente, el orador presenta el tema en una forma general, pero hay algunas partes del mensaje que son elevadas y son la parte cumbre del mismo. Debemos estar atentos para saber dónde y cuándo llegar a ese punto. El propósito de nuestro mensaje es conducir el discurso a la cumbre. Sin embargo, debemos comprender que es posible que el punto culminante del espíritu no coincida con el del mensaje. Esto complica algo el asunto. El trabajo del ministro sería más fácil si el mensaje llega a la cima al mismo tiempo que el espíritu. Cuando sabemos cuál debe ser la cúspide del mensaje, avanzamos paulatinamente hacia ella. Lo único que debemos hacer es llevar la predicación al punto culminante. De esta manera, nuestro espíritu halla salida, y la unción brota. El espíritu fluye al grado de ser tan fuerte y poderoso como la Palabra expresada. En tal caso, no habrá mucha dificultad para darle salida al espíritu.

Cuando Dios nos da un ministerio, juntamente con él nos da las palabras que necesitamos. Sin embargo, al ministrarlas a la iglesia, sucede algo peculiar: el mensaje llega a la cima, pero el espíritu se rezaga. En otras ocasiones ocurre lo contrario: el espíritu brota sin restricciones, pero el mensaje no lo alcanza. En verdad, el espíritu es liberado, pero brota con un enfoque que a veces concuerda con el enfoque del mensaje y a veces no. En muchas ocasiones, tan pronto entramos al corazón del mensaje, el espíritu fluye de una manera fuerte, poderosa y hasta explosiva. El espíritu es liberado aun cuando apenas se han pronunciado unas cuantas palabras, posiblemente dichas de manera indiferente y antes de que el mensaje llegue a la cima, pero no siempre ocurre así.

En necesario discernir entre el clímax del mensaje y el del espíritu. Es importante que nuestra mente dirija nuestras palabras a fin de que cuando se llegue al clímax espiritual, usemos las palabras que nos sirvan de apoyo para ministrar. Por regla general, la cúspide del ministerio debe ser la cúspide de nuestro mensaje. Cuando éste llega a su cúspide independientemente del espíritu, es difícil, aunque no imposible, darle salida a nuestro espíritu. Algunas veces, cuando el ministro regresa a su mensaje normal, el espíritu emerge y se mueve poderosamente. Al predicar debemos estar atentos a estas dos cosas: el punto culminante del mensaje y el punto cumbre en el que damos salida al espíritu, ya que a veces están sincronizados, pero a veces no coinciden.

¿Qué se debe hacer cuándo la cumbre del mensaje no concuerde con el del espíritu? El ministro de la Palabra debe recordar que en tales casos la mente tiene ciertos deberes. Al llevar a cabo el ministerio de la Palabra, uno debe contar con una mente flexible, despejada, enfocada en la Palabra y dispuesta para el Espíritu Santo. Ella debe ser lo suficientemente maleable como para hacer frente a cualquier imprevisto. Posiblemente Dios decida añadir o expresar algo diferente, o el Espíritu Santo cambia de dirección en el último minuto. Si la mente de uno es dura como el hierro forjado e insiste en expresar lo que ya preparó, entonces cuando el Espíritu quiere valerse del mensaje, no podrá, porque ella no coopera. Una mente demasiado rígida restringe la Palabra. Así que, aunque el orador llegue al clímax del mensaje, el espíritu todavía no estará allí. Como consecuencia, el ministerio se vuelve algo común. No es fácil explicar este fenómeno. Quizás podamos esclarecerlo más adelante. Por lo pronto, debemos recordar que la mente del ministro debe ser flexible y ágil delante del Señor, y consagrarse únicamente a la Palabra. Así, cuando el Espíritu Santo desee cambiar de rumbo, la mente lo seguirá. De este modo, él podrá conducir el mensaje a la cúspide que Dios desea.

Cuando comenzamos a hablar por el Señor, nuestra mente debe ser flexible y estar abierta al Señor. De esta manera, sabremos lo que Dios intenta hacer. Debemos verificar con el Espíritu Santo y con nuestro espíritu para ver si nuestra predicación sigue la dirección correcta y, a la vez, prepararnos mentalmente para enfrentarnos a circunstancias inesperadas. Si sentimos que después de pronunciar unas cuantas palabras el espíritu empieza a fluir, debemos utilizar nuestra mente para que facilite dicho fluir. Y si percibimos que el espíritu brota con mayor libertad cuando mencionamos ciertas cosas, debemos continuar en esa línea. En nuestra predicación, nuestra mente debe ser incisiva a fin de que llegue a la cumbre que el espíritu desea. Ni la mente ni el mensaje deben desviarse, sino que deben seguir la misma línea del espíritu; así cuanto más predique uno, más fluirá la unción, y más fácilmente brotará el espíritu. De esta manera, el mensaje se irá fortaleciendo hasta llegar a la cima a la que el espíritu llegue.

Algunas veces el espíritu y el mensaje llegan a la cima simultáneamente, pero no siempre es así. En ocasiones el espíritu llega antes que el mensaje, y no podemos evitarlo. Pero si el mensaje alcanza la cumbre y el espíritu no, debemos buscar la manera de darle amplia salida a éste. Debemos ser muy diligentes en este asunto. Es como si buscáramos una aguja con un imán, moviéndolo en todas direcciones, hasta que la aguja se le adhiera. El orador debe buscar diferentes maneras de comunicar su mensaje hasta lograr que el espíritu reaccione, y estar atento a ello. Una persona con experiencia se da cuenta inmediatamente cuando el espíritu empieza a reaccionar en su mensaje. Tan pronto el orador expresa lo que debe, se percata de ello en su interior. Quizá el cambio que haga es pequeño e imperceptible, pero él lo reconoce; así que, mientras habla, su mente dialoga con el Espíritu para ver si aprueba sus palabras. Al principio, es posible que la sensación sea casi minúscula, pero al continuar en la misma línea, el espíritu fluirá con mayor libertad. Su mente debe fortalecer el mensaje y seguir en la misma corriente. Al brotar el espíritu, logra que el mensaje llegue a la cúspide. Debemos aprender a estar atentos a la reacción del Espíritu cuando predicamos y observar qué palabras conducen al clímax y cuáles lo detienen. Al llegar al meollo del asunto, el espíritu fluirá más profusamente, tendremos más unción y lo que expresemos nos conducirá a la cima espiritual. Cuando tocamos el corazón de lo que debemos expresar, percibimos el Espíritu y la bendición del Señor. Esta es la cumbre del mensaje. Si nuestro espíritu es fuerte, podremos mantener nuestra predicación allí cierto tiempo; de lo contrario, la inspiración se debilitará. Debemos detenernos en el instante en que el espíritu se va y sólo quedan las palabras.

Por esta razón, nuestra mente debe centrarse y ser flexible delante del Señor. Debe concentrarse en el espíritu y no prestar atención a ninguna otra cosa; al mismo tiempo, debe ser tan dócil como para ajustarse a cualquier imprevisto. Debemos estar alerta y no permitir que la mente se endurezca y nos impida llegar a la cima del mensaje. Debemos adiestrarla para que acoja con entusiasmo la Palabra de Dios y la acción del Espíritu. Si hacemos esto, nuestras palabras llegarán a la cima espiritual cuando ejerzamos el ministerio de la Palabra.


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