Espíritu divino con el espíritu humano en la Epístolas, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7893-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Lo que hemos visto en los capítulos anteriores es la primera etapa de la vida espiritual, esto es, la experiencia de “estar en Cristo”. Ahora pasaremos a mirar la segunda etapa de la vida espiritual, la experiencia de “permanecer en Cristo”.
“Permanecer en Cristo” y “estar en Cristo” son dos cosas diferentes. Aunque ambas hablan de nuestra relación con la vida de Cristo, aún así, los asuntos a que se refieren son diferentes. “Estar en Cristo” se refiere a que nosotros participamos de lo que Cristo es y a que somos uno con Cristo. “Permanecer en Cristo” se refiere a la experiencia de nuestra comunión con Cristo y de nuestro disfrute de Cristo.
Originalmente estábamos en Adán y participábamos de lo que era de Adán. Sin embargo, cuando recibimos al Señor como nuestro Salvador, Dios nos trasladó de Adán a Cristo. Esta es la primera etapa de nuestra experiencia de vida, así que, llamamos esta etapa “estar en Cristo”. Después de ser salvos y atraídos por el amor del Señor, seguimos más al Señor, nos consagramos, y tenemos varias clases de tratos. Así que, entramos en la segunda etapa de la experiencia de vida. Comenzamos a permanecer en Cristo en una manera práctica, a tener comunión con El, a disfrutarle y a experimentarle. Por lo tanto, llamamos a esa segunda etapa, la etapa de “permanecer en Cristo”.
Se ha designado la primera etapa como “la etapa de la salvación”, y la segunda como “la etapa de avivamiento”. Esto implica que en la primera etapa el hombre sólo tiene la salvación del Señor, siendo regenerado por el Espíritu Santo. En cuanto a las otras experiencias de vida, son muy vagas y débiles en él; así que esta etapa sólo puede ser llamada “la etapa de la salvación”. En la segunda etapa, él es constreñido por el amor del Señor y es avivado. El ama al Señor, sigue al Señor y gradualmente obtiene las diferentes experiencias de vida que vienen después de la regeneración. Por eso, esta etapa es llamada “la etapa de avivamiento”.
No podemos evitar dividir las experiencias de la vida temprana del cristiano en estas dos etapas. No obstante, conforme a la verdad, estas dos etapas no deben ni pueden ser divididas. Consideremos primeramente la división, de “estar en Cristo” y “permanecer en Cristo”. Cuando un hombre es salvo es trasladado a Cristo y debe entonces permanecer en Cristo. Una vez que participamos de lo que Cristo es, nos unimos con Cristo, y poseemos el hecho de que estamos en Cristo, debemos tener comunión con Cristo, disfrutar a Cristo y tener la experiencia de permanecer en Cristo. Nadie se muda a una casa sin vivir en ella y disfrutarla. De la misma manera, una vez que un hombre está en Cristo, debe permanecer en Cristo; estos dos eventos están conectados íntimamente y ocurren casi simultáneamente. Debido a esto, “estar en Cristo” y “permanecer en Cristo” sólo pueden ser consideradas una sola etapa. “Permanecer en Cristo” debe ser la primera etapa, y “estar en Cristo” es sencillamente el comienzo de esta primera etapa.
En cuanto a la división de la “etapa de la salvación” y de la “etapa de avivamiento”, el caso también es el mismo. La regeneración en la etapa de la salvación es, en realidad, un “avivamiento”. Originalmente, el hombre vivía en la presencia de Dios, pero a causa de su transgresión, vino a estar muerto y cayó en pecados. Ahora, a causa de la liberación del Señor él es avivado juntamente con el Señor y levantado juntamente con El. Esto es regeneración y esto es avivamiento. Por lo tanto, un hombre regenerado y salvo debe ser también un hombre avivado. Es anormal que un hombre sea salvo y no avivado, puesto que el punto central de la salvación es la regeneración, esto es, el avivamiento. Solamente en la salvación que no alcanza la meta de Dios es donde no existe la condición de avivamiento; en la salvación que alcanza la meta no hay sólo regeneración, sino también avivamiento. Por esta razón, la etapa de la salvación es la etapa del avivamiento, y las dos no deben ser divididas.
Por consiguiente, hablando con propiedad, las cuatro etapas de la vida espiritual son en realidad sólo tres etapas, pues las primeras dos etapas son consideradas como una sola. Sin embargo, hay muchos que aunque son salvos, no demuestran tener avivamiento; aunque en verdad están en Cristo, con todo, no tienen una experiencia práctica de permanecer en Cristo. Aún necesitan la misericordia del Señor para ser atraídos por El, para que le amen, le sigan, y vayan en pos de El, de manera que sea manifiesto el avivamiento que hay en ellos y comiencen a disfrutar y a experimentar a Cristo. Por esta razón, entonces, dividimos la experiencia de vida temprana del cristiano en dos etapas.
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La segunda etapa de la experiencia de vida normalmente comienza con la consagración. Muchos cristianos esperan consagrarse antes de permanecer en Cristo, antes de tener comunión con El y así disfrutarle y experimentarle. Por esto, podemos decir que la primera experiencia de la segunda etapa de la vida espiritual es la consagración.
Estas dos experiencias, la salvación y la consagración, en condiciones normales, están estrechamente relacionadas. Una persona salva debe ser una persona consagrada. Una vez que una persona es salva, debe consagrarse al Señor. Ser salvo sin estar consagrado es una condición bastante anormal. Nuestra obra de evangelización debe ser realizada con solidez a tal grado que las personas se consagren inmediatamente después de ser salvas.
Con respecto a la experiencia de consagración hay cinco aspectos principales: la base de la consagración, el motivo de la consagración, el significado de la consagración, el propósito de la consagración y el resultado de la consagración. Estos cinco aspectos comprenden todo el contenido de la consagración. Examinemos ahora esta experiencia de la consagración de acuerdo con estos cinco aspectos.
El primer aspecto principal es la base de la consagración. ¿Sobre qué base tenemos que consagrarnos al Señor? ¿Sobre qué base requiere Dios que nos consagremos a El? Necesitamos tener una base para todo lo que hacemos. Por ejemplo, cuando nos mudamos a una casa y vivimos en ella, es porque hemos pagado un precio y la hemos alquilado o comprado. Este alquiler o compra es la base sobre la cual vivimos allí. Cuando un acreedor toma medidas para obtener el pago de una deuda, es porque la otra parte le adeuda. La deuda es la base para que el acreedor procure que le paguen. Nuestro Dios es muy recto y actúa muy razonablemente. Todas Sus obras son legales y tienen una base. El no puede obtener nada en el universo sin pagar un precio; tampoco puede demandar algo de nosotros sin tener una base. Por lo tanto, cuando Dios demanda que nos consagremos a El, no puede hacerlo sin una base. En este asunto, El tiene una base muy sólida, ésta es Su compra. El ya nos ha comprado. Por lo tanto, El puede demandar que nos consagremos a El.
En 1 Corintios 6:20 se dice: “Habéis sido comprados por precio”. Nuestra consagración está basada en esta compra de parte de Dios. Por ejemplo, usted puede ir a la librería y ver un gran número de libros exhibidos, sin embargo, no puede tomar ninguno de ellos porque usted no tiene ninguna base para hacerlo. Pero si usted paga tres dólares por uno de los volúmenes, entonces puede pedir que se le entregue y puede reclamar que le pertenece. Esta demanda está basada en la compra que usted hizo. La base de la consagración es exactamente igual. ¿Cómo puede Dios demandar que nos consagremos a El? La razón es que El nos ha comprado. Algunos piensan que la razón por la cual nos consagramos a Dios es que El nos ha creado. Esto no es correcto. La consagración no está basada en la creación de Dios, está basada en la compra que El hizo. En Exodo 13:2 vemos que después de la pascua, Dios ordenó a los israelitas diciéndoles: “Consagradme todo primogénito”. La razón de esta orden era que todos los primogénitos habían sido redimidos por Dios por la muerte del cordero. Ellos fueron comprados por Dios con la sangre del cordero. Comprar es adquirir el derecho de propiedad. Cuando Dios nos compra, entonces El tiene el derecho de propiedad, esto es, tiene la base para demandar que nos entreguemos a El para que seamos Suyos. Por eso, la base de la consagración es la compra de Dios.
Dios nos ha comprado no con ninguna otra cosa sino con la sangre preciosa derramada por Su amado Hijo en la cruz (1 P. 1:19). ¡Qué gran “precio” (1 Co. 6:20) es esta sangre preciosa! Dios usó esta sangre preciosa como precio para comprarnos a fin de que le pertenezcamos.
Tal vez usted se pregunte: ¿De dónde nos compró Dios? Algunos piensan que Dios nos compró del dominio de Satanás o que Dios nos ha comprado de la esclavitud del pecado o que Dios nos ha comprado del mundo. Pero estos conceptos no concuerdan con la verdad. Comprar algo implica que el reconocimiento del derecho original de propiedad es legal, por lo tanto, uno debe usar los medios legales —comprar en este caso— para obtener el derecho de propiedad. El dominio de Satanás, la esclavitud del pecado y la usurpación del mundo son ilegales. Dios nunca ha admitido que éstos sean legales. En consecuencia, no es necesario que Dios nos compre de Satanás, del pecado y del mundo, por precio. Satanás, el pecado y el mundo nos han apresado por medios ilegales; nos capturaron y nos dominaron. Dios nos salvó de éstos por la obra salvadora del Señor en la cruz. Por eso, en este aspecto aquello es una salvación y no una compra.
Entonces, ¿de dónde nos ha comprado Dios? Gálatas 4:5 dice: “Para que redimiese a los que estaban bajo la ley”. Este versículo revela que Dios nos ha redimido de la ley; Dios nos ha comprado de estar bajo la ley. ¿Por qué nos ha redimido Dios de la ley? La razón es que cuando pecamos y caímos, no sólo quedamos bajo Satanás, el pecado y el mundo, y llegamos a ser sus cautivos, sino que también ofendimos la justicia de Dios, transgredimos Su ley y llegamos a ser pecadores. Puesto que vinimos a ser pecadores, caímos bajo la ley de Dios, y fuimos guardados y retenidos por esta ley. El hecho de que fuéramos así retenidos por la ley de Dios es del todo justo y legal. Por consiguiente, si Dios quería librarnos de Su ley justa, debía pagar el precio total para satisfacer la demanda de Su ley. Este precio es la sangre preciosa derramada por Su Hijo. Puesto que esta sangre satisfizo las demandas de la ley, fuimos redimidos del yugo de Su justa ley; esto es, fuimos comprados de estar bajo la ley. Desde el día que obtuvimos redención, hemos sido liberados del dominio de la ley; ya no estamos bajo su autoridad. Anteriormente pertenecíamos a la ley, pero ahora pertenecemos a Dios. El derecho de propiedad sobre nosotros ha sido transferido de la ley a las manos de Dios. Es sobre la base de esta transferencia de derecho que Dios demanda que nos consagremos a El. Por lo tanto, el derecho de propiedad que Dios tiene sobre nosotros por medio de Su compra es la base sobre la cual nos debemos consagrar a Dios.
Cuando guiamos a otros a consagrarse o cuando examinamos nuestra propia consagración, debemos prestar atención a la base de la consagración. Debemos darnos cuenta de que fuimos comprados por Dios y de que el derecho de propiedad sobre nosotros ha sido transferido a Dios. Por eso, ya no estamos en nuestras propias manos. Ya no somos nuestros. Así que, cuando nos damos cuenta de la base de la consagración, nuestra consagración se hace estable y segura.
Si fuésemos a investigar las experiencias de la consagración de los cristianos, descubriríamos que la mayoría fueron constreñidos por el amor del Señor. Este motivo es ciertamente bueno y razonable. Pero si fuésemos a consagrarnos al Señor sólo por sentirnos constreñidos por Su amor, ¿sería suficientemente estable esta consagración? La experiencia nos dice que no. La razón es que el amor es la manifestación del estado de ánimo y del deseo de nuestro corazón. Cuando estamos contentos, amamos; cuando no estamos contentos, no amamos. Hoy nos place amar, así que nos consagramos; mañana no nos place amar, así que no nos consagramos. Por consiguiente, si la consagración es un asunto puramente de amor, no será lo suficientemente estable. Estaría sujeta a tantos cambios cuantos tenga nuestro inestable estado de ánimo. Cuando entendemos la base de la consagración y nos damos cuenta de que ella está basada en la compra, entonces será estable y segura. Una compra no es un asunto de estado de ánimo sino de propiedad. Dios ya nos compró y tiene el derecho de poseernos. Por eso, sea que estemos alegres o no, debemos consagrarnos.
Tengo la profunda sensación de que muy pocos hermanos entre nosotros que se han consagrado verdaderamente, se dan cuenta del derecho de propiedad que Dios tiene. Por esto, debemos volver a revisar esta lección. Nuestra consagración no debe ser sólo debido al amor del Señor; debemos darnos cuenta de que ciertamente Dios tiene el derecho de poseernos. Seguir al Señor no siempre es emocionante, y servirle no siempre es placentero. Aun los que hemos servido al Señor por muchos años, algunas veces sentimos que no es tan fácil servir al Señor, pero la urgencia dentro de nosotros nos impide hacer lo contrario. Muchas veces queremos darnos por vencidos pero no podemos. La razón es que nos damos cuenta de que Dios tiene derecho sobre nosotros. Fuimos comprados por Dios y le pertenecemos; por consiguiente, sea que nos guste o no, tenemos que consagrarnos y servirle. En el mundo actual, la gente se casa cuando le place y se divorcia cuando le viene en gana. Ellos actúan de acuerdo a su estado de ánimo sin reconocer ningún derecho de propiedad. Nuestra consagración no debe ser así. Tarde o temprano, la consagración verdadera descansará sobre la comprensión del derecho que Dios tiene sobre nosotros, con base en que El nos ha comprado. Sea que nos sintamos alegres o no, este hecho permanece invariable. Cuando estemos delante del tribunal para ser juzgados por el Señor en cuanto a nuestra consagración, el juicio no se basará en si le amamos o no, o si nos gustaría estar consagrados o no; estará basado en el hecho de si fuimos comprados por El o no. Si fuimos comprados por El, no podemos hacer otra cosa que consagrarnos; no tenemos nada que decir. Por lo tanto, de ahora en adelante, cada vez que hablemos sobre consagración, no debemos descuidar esta base.
Cuando leemos estas palabras en cuanto a la base de la consagración, puede ser que entendamos con nuestra mente y recibamos con nuestro corazón, pero aún esto no sería suficiente. No podemos decir que de este modo tenemos la base de la consagración. Necesitamos experimentar esta base en la práctica en nuestra vida diaria. Cada vez que ocurra algo que haga que nosotros discutamos con Dios, debemos inclinarnos delante de El y decir: “Señor, soy el esclavo que Tú compraste. Mi derecho de propiedad fue adquirido por Ti. Aquí y ahora declaro Tu derecho. Aun en este asunto te dejaré ser el Señor y decidir por mí”. Cada vez que nos alejemos de la posición de consagración, debemos sentir que estamos en un estado de rebelión similar al de Onésimo, el esclavo que huyó de su amo Filemón. Cada vez que nos hallamos confrontados con la oportunidad de escoger, debemos considerar dicha base de consagración, esta compra, como la roca de fundamento bajo nuestros pies. Debemos pararnos firmes en esa roca sin osar alejarnos de ella nunca. Si experimentamos la consagración en una forma tan sincera, ciertamente nos asiremos de la base de la consagración.
En el momento en que Juan Bunyan, el autor de El progreso del peregrino, era martirizado, expresó que no importaba la forma en que Dios le tratara, de todos modos le adoraría. Se dio cuenta de que no era sino un esclavo comprado, del cual Dios tenía completo derecho de propiedad. No importa la manera en que Dios le tratara, él no tenía nada que decir; sólo le adoraba. Sabía que hacer su propia elección significaba escapar y que aceptar la voluntad de Dios significaba consagración. Por esta causa, dejó que Dios escogiera todo por él y estuvo dispuesto a aceptar lo que Dios dispusiera, fuese lo que fuese. Hasta la muerte se mantuvo en la roca fundamental de la base de la consagración. En verdad, él fue uno que conoció el derecho de Dios y la base de la consagración. Nuestra comprensión de la base de la consagración debe alcanzar el mismo grado.
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