Línea central de la revelación divina, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-8224-3
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Al crear al hombre, Dios usó el barro para formar el cuerpo del hombre como órgano externo y físico que tendría conciencia de las cosas físicas para que el hombre tuviera contacto con el mundo físico. Luego, Dios sopló en ese cuerpo Su aliento de vida; este aliento llegó a ser el órgano interno del hombre, su espíritu. La combinación del cuerpo y el espíritu produjo la persona psicológica del hombre, es decir, el alma. El espíritu como órgano interno y espiritual es más elevado que el cuerpo como órgano físico del hombre, puesto que el espíritu está compuesto del aliento de Dios. El aliento de Dios no es Dios mismo, pero es algo muy parecido a Él. Proverbios 20:27 dice: “Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, / que escudriña lo más profundo del ser”. El aliento que salió de la boca de Dios llegó a ser el espíritu del hombre, el cual es la lámpara de Dios que brilla en nosotros para Dios. Como hombres, tenemos dos órganos, el físico y el espiritual, y nosotros mismos somos almas vivientes, o sea, personas vivientes.
El deseo de Dios no era simplemente tener un hombre como alma viviente que tiene un cuerpo de barro y un espíritu humano formado del aliento de Dios. Esto no puede satisfacer a Dios, porque el pensamiento central de Dios es que Él sería uno con el hombre (Himnos, #451). En el huerto del Edén, Dios todavía no era uno con Adán. Dios era Dios, y Adán era Adán. A fin de llevar a cabo Su deseo, Dios puso al hombre frente a dos árboles, uno de los cuales era el árbol de la vida que simbolizaba a Dios mismo, y el otro, el árbol del conocimiento del bien y del mal, que era la corporificación de Satanás. Luego, Dios advirtió al hombre, diciéndole que tuviera cuidado con lo que comiera. Le dijo: “De todo árbol del huerto podrás comer libremente, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás; porque el día en que comas de él, ciertamente morirás” (Gn. 2:16b-17). Que Dios pusiera al hombre frente a los dos árboles fue una clara indicación de que Dios quería que el hombre lo tomara a Él al comerlo. Si el hombre recibía a Dios, Dios le sería vida en su espíritu. Esto se cumplió en el Nuevo Testamento. Según el Nuevo Testamento, Dios vino como pan de vida (Jn. 6:35), bueno para comer. Si lo comemos, tenemos la vida eterna, la vida divina, en nuestro espíritu. Cuando recibimos la vida eterna en nuestro espíritu, nuestro espíritu fue regenerado, y nacimos de nuevo. Primero, nacimos de la carne por medio de nuestros padres, pero ahora hemos nacido del Espíritu en nuestro espíritu (3:6). Ahora no sólo tenemos en nosotros la vida de Dios, sino que también somos uno con Dios. Dios puede regocijarse porque ha entrado en el hombre y ha llegado a ser uno con el hombre.
Es maravilloso nacer de Dios, porque este nacimiento indica que Dios y nosotros ahora somos uno. Podemos regocijarnos y exclamar: “¡Aleluya! Soy uno con Dios y Dios es uno conmigo”. Dios también puede regocijarse porque ha obtenido el deseo de Su corazón, sólo que todavía no lo tiene en plenitud. Después de ser regenerados, nosotros, los hombres creados por Dios, necesitamos ser transformados, renovados y conformados a la imagen de la corporificación de Dios. Todo lo que Dios es está totalmente corporificado en el Hijo (Col. 2:9). Además, el Hijo se hizo hombre, y este hombre pasó por la muerte y la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Hoy en día nuestro Salvador, el Hijo de Dios, Jesucristo, es el Espíritu vivificante, y ahora está en nuestro espíritu humano (2 Ti. 4:22). Además, “el que se une al Señor, es un solo espíritu con Él” (1 Co. 6:17). Esto es la consumación de que Dios es uno con nosotros. Dios está en nosotros para ser nuestra vida, y nosotros somos regenerados y estamos siendo transformados y conformados a Su imagen. Fuimos creados a la imagen de Dios, pero esa imagen simplemente era una fotografía de Dios. Sin embargo, ahora Dios se ha forjado en nuestro ser para transformarlo a la imagen de Su propio ser.
La herencia de Dios es la Nueva Jerusalén y, con el tiempo, nosotros como piedras preciosas seremos juntamente edificados para ser Su herencia. Por una parte, no nos gusta ser juntamente edificados. En lugar de reunirnos, tal vez preferimos quedarnos en casa y estar solos. No obstante, por otra parte hay algo en nosotros que nos hace sentir que no podemos vivir solos. Necesitamos reunirnos. En la vida divina hay un sentimiento de solidaridad. Reunirse en la vida divina es ser edificados. Mientras permanecemos en la iglesia en nuestra localidad, estamos siendo edificados conjuntamente sin estar conscientes de ello. La soberanía de Dios nos ha puesto juntos. Finalmente, en la Nueva Jerusalén con todos los hermanos y hermanas, nos acordaremos de cómo Dios nos ha puesto juntos en muchas situaciones. Me es difícil pasar tres días sin ver a un santo. Me gusta ver a los santos. La solidaridad es un atributo de la vida divina, y por medio de este atributo tenemos la edificación.
Por medio de la edificación, Dios obtendrá una novia que le corresponda a Él. La novia en Génesis 2 era una novia física, pero finalmente, en la consumación de la edificación de la Nueva Jerusalén, la novia no sólo será física y humana, sino también espiritual y divina. Será una novia maravillosa y admirable. La novia se preparará (Ap. 19:7) en una situación física, espiritual, divina y humana. Esta novia es una persona corporativa, y todos los componentes de esta persona son uno. El Dios Triuno, después de ser procesado, se ha mezclado con los hombres tripartitos y transformados, haciendo que todos sean uno. Esta persona corporativa es la novia y esta novia es una morada mutua para Dios y el hombre. Dios mora en el hombre y el hombre mora en Dios. La Nueva Jerusalén es el tabernáculo de Dios (21:3), la morada de Dios, y Dios y el Cordero son el templo donde moramos y servimos (v. 22). Dios es nuestra morada, y nosotros somos la morada de Él. Esto es el deseo del corazón de Dios y Su beneplácito. Esto también es el propósito de Dios conforme al consejo de Su voluntad.
El consejo de Dios es Su economía, y la economía de Dios es impartirse en nosotros. Cuando Dios sopló en el hombre Su aliento de vida, fue una impartición, y cuando lo recibimos como el árbol de la vida, también es una impartición. De esta manera Dios se ha impartido en nuestro ser. Los elementos de Su ser han sido impartidos en nuestro ser paso a paso y día tras día. La impartición de Dios también incluye la transformación, la conformación y la glorificación. Finalmente, Dios habrá sido totalmente impartido en nosotros, no sólo como nuestra vida y naturaleza, sino también como nuestra gloria. Entonces todos nosotros seremos uno con Él, y Él será uno con nosotros. De esta manera, llegaremos a ser Su novia como Su complemento.
Lo que hemos presentado en este mensaje, con respecto a cómo Dios creó al hombre con miras a Su impartición divina conforme a Su economía divina, es lo que Dios desea. Es el beneplácito de Dios, y es el ministerio, carga y comisión de nosotros. No tenemos otra carga que no sea este ministerio de la economía de Dios con Su impartición divina dentro de la humanidad. Debemos aprender a recibir la impartición de Dios todos los días. Él se está impartiendo en nosotros a cada momento y en toda situación, incluso en las cosas pequeñas, para renovarnos, transformarnos y conformarnos. Finalmente, seremos glorificados. Entonces disfrutaremos la consumación de Su impartición divina conforme a Su economía divina.
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