Mensajes de vida, tomo 2 (#42-75)por Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6927-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Poco después que los libros del Nuevo Testamento se terminaron de escribir y los apóstoles pasaron a la historia, surgió un nuevo grupo de personas, conocidas como los padres de la iglesia. Ellos iniciaron el estudio de la cristología y se enredaron en muchos debates. La Persona de Cristo rebasa el entendimiento de nuestra mente, que es tan limitada. Las discusiones insolubles fueron resultado de estos esfuerzos mentales por definir a Cristo.
El debate sobre la Persona de Cristo continuó desde las postrimerías del primer siglo hasta comienzos del siglo IV. Finalmente el emperador Constantino intervino en el asunto. En su ambición por unir las diferentes facciones que formaban parte del Imperio romano, él convocó una convención en Nicea para resolver estos debates teológicos. Este César romano reafirmó su autoridad para poner fin a las disputas y para asegurarse que fuese formulado un credo. En el año 325 d. C. fue creado el Credo de Nicea por este consejo presidido por Constantino.
No obstante, no fue sino hasta el año 397 d. C. que los veintisiete libros del Nuevo Testamento fueron formalmente reconocidos. El concilio que decidió esto se reunió en Cartago, en el norte de África. Antes de esta fecha, siete libros del Nuevo Testamento, incluyendo el libro de Hebreos y de Apocalipsis, todavía se hallaban en tela de juicio. Ustedes pueden imaginarse cuán incompleto podía estar un credo que aún no tomaba en cuenta la autoridad de siete libros del Nuevo Testamento. Por ejemplo, los siete Espíritus de Apocalipsis (4:5) no se mencionan en el Credo de Nicea.
Fue aproximadamente en ese tiempo que se formó el catolicismo. Ya para finales del siglo VI imperaban la Iglesia Católica Romana y el papado. Éstos ejercieron su autoridad para prohibir que el común de la gente leyera la Biblia, argumentando que los laicos no podían entenderla acertadamente. El resultado de ello fue que el común de las personas perdiera el acceso a la Biblia, pues únicamente se le permitió al clero estudiarla, y sólo conforme a la interpretación oficial.
Estos diez siglos, en los que la Biblia permaneció oculta, son llamados la Edad de las tinieblas. Sin el resplandor de la Palabra de Dios, la humanidad quedó sumida en las tinieblas.
Cuando vino la época de la Reforma, bajo Martín Lutero, fue recobrada la justificación por la fe. La Biblia también fue liberada de su encierro. Fue en esa época que se inventó la imprenta, la cual permitió que la Biblia fuese aún más asequible a la gente, pues ya no tenía que ser copiada a mano. Miles de copias pudieron llegar a manos de los laicos.
Sin embargo, a pesar de ello, la Biblia no fue abierta. Las personas podían leerla con libertad, pero no podían entender mucho de lo que leían.
La Biblia fue abierta unos tres siglos más tarde en manos de los Hermanos de Plymouth, bajo el liderazgo de J. N. Darby y otros. Fueron los Hermanos quienes llegaron a entender la tipología y las profecías del Antiguo Testamento. Ellos estudiaron, por ejemplo, la imagen de Daniel 2, y al compararla con la historia, descubrieron que después de la cabeza de oro, representada por Nabucodonosor y Babilonia, vinieron los hombros de Media y Persia. Además, reconocieron que el abdomen de bronce era Grecia bajo el mando de Alejandro Magno, y vieron que las dos piernas de hierro representaban a la sección oriental y la sección occidental del Imperio romano. Asimismo comprendieron que los diez dedos correspondían a los diez cuernos de la bestia.
Sin embargo, lamentablemente los Hermanos cayeron en la trampa del sutil enemigo. Ellos ciertamente nos abrieron la Biblia; pero cayeron en la trampa del conocimiento según la letra, preocupándose más por las doctrinas que por la verdad. Por ejemplo, ¿cómo debe celebrarse la mesa del Señor? ¿Con pan leudado o con pan sin levadura? ¿Con jugo de uva o con vino? ¿Con una sola copa o con muchas copas? ¿Con pequeños fragmentos de pan o con un solo pan? ¿Debe celebrarse por la mañana o por la noche? ¿Quién puede participar de ella? ¿Quiénes deben distribuir el pan y la copa?
Todas estas consideraciones son interminables y se hallan en la esfera de la doctrina. Son un desperdicio de tiempo, dividen a los santos y crean conceptos. Éste definitivamente no es el propósito de la mesa del Señor. ¿Cuál es la verdad tocante a la mesa del Señor? Es la Cabeza y el Cuerpo, la muerte y la resurrección de Cristo. Preocupémonos por esto, no por las doctrinas en cuanto a la práctica.
La misma trampa acompañaba el asunto del bautismo. ¿Debe usarse agua caliente o fría? ¿Agua dulce o agua salada? ¿Debe hacerse por aspersión o por inmersión? ¿Cuántas veces se debe sumergir a las personas? ¿En nombre de quién se debe bautizar a la gente? Todos estos argumentos, basados en los estudios de las doctrinas, sólo servían para causar división. Debemos preocuparnos más bien por la verdad en cuanto al bautismo, cuyo significado es que nosotros somos sepultados y aniquilados, y que después somos resucitados y puestos en el Dios Triuno.
¿Pueden ver ustedes la sutil estratagema del enemigo? Primeramente la Biblia fue sellada. Luego fue liberada de su encierro, pero no fue abierta. Después fue abierta, pero mayormente de manera doctrinal. Los eruditos que estudiaban la Biblia cayeron en la trampa del sutil enemigo, alejándose inadvertidamente de la esfera de la verdad y pasando a la esfera de las doctrinas.
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