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Administración de la iglesia y el ministerio de la palabra, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6813-1
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Actualmente disponible en: Capítulo 7 de 14 Sección 2 de 3

NO ES POSIBLE CUIDAR DE NUESTRA CASA
Y AL MISMO TIEMPO CUIDAR LA CASA DE DIOS

En una ocasión me confrontaron unos misioneros occidentales argumentando que un hermano que funcione como responsable de una reunión de grupo debe cuidar apropiadamente de su propia familia y no debe atender a tantas reuniones. Aunque esos misioneros tenían una buena intención, yo les pregunté: “¿Qué casa es más importante, la casa de Dios o la nuestra?”. Éste es un asunto relacionado con la consagración. No podemos decir Amén a la actitud que los misioneros occidentales tienen hacia sus familias. En lugar de que ellos sacrifiquen su propia casa por la casa del Señor, sacrifican la casa del Señor por su propia casa. No podemos decir Amén a esto. Tal vez tengan una familia maravillosa, pero ¿cómo se encuentra la iglesia que ellos dirigen? Ciertamente la mayoría de los santos que sirven al Señor tienen familia. Si ellos dedican todo su tiempo a cuidar de su familia, tal vez logren una familia semejante a un jardín lleno de felicidad y unos hijos semejantes a los ángeles; pero quizás la casa de Dios desaparezca. Esto depende de nuestra consagración.

Si nuestra consagración es absoluta, incluso nuestros propios hijos pueden levantarse oponiéndose a nosotros. Ninguno de los hijos de los misioneros occidentales se ha opuesto a sus padres, porque tales misioneros se preocupan demasiado por sus familias. Algunos de estos misioneros, aunque en su propio país no tienen sirvientes en sus casas, cuando vienen a China contratan cocineros, personas que cuiden a sus hijos, que hagan la limpieza y que laven la ropa de su familia; y contratan jardineros, choferes e incluso guardias. Si nos hemos consagrado de manera absoluta, los primeros que se opondrán a nosotros serán nuestros propios hijos. Por esta razón, yo cuestiono la consagración de los misioneros que argumentan sobre este asunto de forma irresponsable y aun sarcástica. Aunque ellos ciertamente son siervos de Dios, no debemos seguirlos en su manera de vivir. Indudablemente debemos cuidar de nuestra familia de la mejor manera posible, pero también debemos estar muy claros con respecto a nuestra consagración.

Cierto hermano responsable tiene cinco hijos, y la reunión que él cuida tiene más de cien santos. Si él solo cuidara de su familia, no podría cuidar a los cien hermanos y hermanas. Y si únicamente cuida a los cien hermanos y hermanas de su grupo, no sería capaz de cuidar de su familia de una manera apropiada. Es difícil aprender a cuidar apropiadamente a una reunión de grupo y a la vez cuidar a su familia de una manera adecuada. Encargarse de una reunión de grupo requiere todo nuestro ser. Debemos pensar en nuestra reunión de grupo incluso en nuestros sueños.

Si imitamos a los misioneros occidentales en la forma en que ellos cuidan de sus familias, el resultado de nuestra labor en la iglesia será semejante al resultado de ellos. En algunos momentos cruciales, ellos nos dicen: “Hermanos, no puedo seguir haciendo esta obra porque tengo que estar con mis hijos”. Pero nosotros no podemos hacer esto debido a nuestra consagración. Que Dios nos conceda Su bendición para que nuestras familias reciban Su misericordia y cuidado. Debemos entender que la manera de actuar de algunos misioneros no es la nuestra. Ellos no toman el camino de la consagración.

NO ES POSIBLE SERVIR AL SEÑOR
Y A LA VEZ A MAMÓN

El hermano T. Austin-Sparks en una ocasión dijo que hay algunos problemas con los misioneros occidentales del cristianismo organizado. Ciertamente reconocemos que ellos viajaron hasta tierras lejanas por la causa de Cristo, pero esto no significa que todos los misioneros que vinieron a China se sacrificaron a sí mismos y se consagraron. No tengo la intención de condenar su estilo de vida, pero debemos estar conscientes de que el camino de la consagración resulta en muchos sufrimientos. Antes de consagrarnos, no enfrentamos tantos problemas con nuestros estudios, trabajos y familias. Pero tan pronto como nos consagramos, experimentamos muchos problemas. Antes de consagrarnos, pudimos haber sido buenos maestros, doctores, servidores públicos, padres o hijos; pero cuanto más nos consagramos, menos capaces llegamos a ser y más problemas enfrentamos. En cierto sentido, Aquel que le ocasiona más problemas al hombre es Jesús; Él ha “arruinado” a innumerables personas. Muchas personas talentosas han sido arruinadas por Él; y muchos buenos estudiantes, profesores, padres y madres han sido arruinados por Él.

Cuando yo estaba en Manila, un grupo de hermanos y hermanas jóvenes me pidieron que les hablara. Mi primera frase fue: “Jesús arruina a las personas”. Aquellos jóvenes de Manila necesitaban ser arruinados por Jesús, y también las familias cristianas de los chinos extranjeros en Manila necesitan ser arruinadas por Jesús. No piensen que nuestra obra en el sureste de Asia es acogida favorablemente por la gente. Durante los últimos años hemos estado librando una batalla todos los días.

Cuando yo estaba en Manila en 1955, por un lado, los hermanos me respetaban, me tenían en gran estima y me trataban bien; pero por otro, yo estaba en una continua batalla con ellos. Yo estaba librando la batalla en cuanto al “cielo”. Quería erradicar el concepto del “cielo” de las fibras mismas del ser de ellos. Les dije que como cristianos no debemos pensar que ser un cristiano es un asunto de pedir bendiciones, longevidad, paz, temor del Señor y no pecar más. Tampoco es un asunto de ir al cielo a disfrutar de bendiciones eternas después de morir. Tal evangelio puede parecer muy atractivo, pero esto es un concepto completamente religioso que simplemente considera que Jesús es una persona más confiable que Buda.

Así que, yo estaba firme en pelear la batalla en cuanto a ir al cielo. Les mostré lo que dice la palabra del Señor en los Evangelios: “Si alguno viene a Mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun la vida de su alma, no puede ser Mi discípulo” (Lc. 14:26). Esta palabra tan fuerte tocó el corazón de aquellos que amaban al mundo.

En una fiesta de amor tuve comunión acerca de cómo leer la Biblia y orar, cómo recibir gracia y respuestas a nuestras oraciones, y cómo recibir la misericordia del Señor. Un hermano me preguntó por qué no les hablaba de esta manera a todos los santos, en lugar de hablarles de abandonarlo todo por el Señor y de la consagración. Yo inmediatamente le contesté: “Querido hermano, ¿acaso necesitas que yo dé mensajes que tú mismo puedes dar?”. Después de la comida, yo les dije a los ancianos que ellos necesitaban considerar su condición. Ellos no deben simplemente decir que los jóvenes aman el mundo y carecen de realidad; más bien, necesitan considerar su propia condición. Cuando ellos me vieron más tarde, se sentían avergonzados. Todos aquellos que aman el mundo deben sentirse avergonzados.

Por consiguiente, todo aquel que cree en Jesús será arruinado. Todo aquel que ha creído genuinamente en Jesús es arruinado por Él. No es corrompido por Él, sino arruinado por Él. Si los jóvenes quieren seguir a Jesús, ellos tendrán problemas en sus escuelas. Si uno de ellos es doctor, no debe esperar prosperidad. La mayoría de los que llevan una vida próspera y tranquila tienen problemas con su consagración. Alguien que puede prosperar como doctor, ganar dinero como comerciante, convertirse en un catedrático reconocido, obtener premios como alumno sobresaliente, o ser un padre excelente, todos ellos deben de tener problemas con respecto a su consagración. Una persona puede servir a un solo amo. Si está ocupada con sus estudios, no tendrá lugar en su vida para Jesús, y si está ocupada con Jesús, no tendrá lugar para sus estudios. De igual manera, si está ocupada con sus hijos, no habrá lugar para Jesús; y si está ocupada con Jesús, no habrá lugar para sus hijos. Por lo tanto, es imposible que una persona sirva al Señor apropiadamente y a la vez sea un buen doctor o un buen padre a los ojos del mundo.

Es fácil que una persona se gane el respeto de los demás siempre y cuando ella no se consagre. Pero esto no significa que aquellos que sirven al Señor y predican la palabra deban comportarse de una manera impropia. Si servimos al Señor y predicamos la palabra, ciertamente debemos comportarnos de una manera respetable y digna de ser elogiada por los demás. Si queremos ser absolutos en nuestra consagración, debemos estar preparados para llevar una vida de sufrimientos. Éste es el precio que debemos pagar, y debemos considerar el costo.

En estos días el enemigo no sólo está causando disensión entre nosotros, sino que también está conduciendo a muchos a tener una consagración débil y a ser cristianos que hacen concesiones. No podemos servir al Señor y a la vez pertenecer al mundo; es imposible tener éxito en ambas esferas. Si todos los servidores se dedicaran a cuidar bien su profesión y su familia, tendrían más éxito en su carrera y podrían cuidar mejor de sus familias. Esto es semejante a un jardinero que cuida con esmero de un jardín regándolo diariamente y dándole mantenimiento. Ciertamente el jardín será hermoso. De igual modo, alguien que se dedica a cuidar un hospital diligentemente, hará que ese hospital sea exitoso.

Estos ejemplos pueden compararse con la consagración. Si nos dedicamos totalmente a cuidar nuestros estudios, nuestra profesión y nuestra familia, no podemos esperar que la iglesia florezca. En lugar de ello, la iglesia estará desolada y desierta. Si le damos la prioridad a nuestra carrera y a nuestra familia, y ponemos en segundo lugar al Señor y a la iglesia, ésta no tendrá incremento alguno.

El hecho de tener reuniones todos los días puede causar que suframos cierta pérdida personal. Pero debemos considerar cuál es el propósito de nuestra existencia. ¿Estamos aquí para nuestra casa o para la casa de Dios? Un misionero occidental en Manila testificó que su hija mayor y su segundo hijo deseaban ser predicadores. Él se regocijó de que muchos de sus hijos fueran predicadores y que toda su familia fuera una familia de misioneros. Si se lleva una vida fácil y confortable, sin pagar el precio de seguir al Señor, seguramente nuestros hijos desearán seguirnos. Predicadores así pueden viajar alrededor del mundo, tener muchos sirvientes, no sufrir carencia alguna y ser altamente respetados por los demás. ¿Quién no podría vivir de esta manera? Pero si ellos tomaran el camino de un nazareo, dudo que sus hijos quisieran convertirse en predicadores.

Debido a que aquellos que sirven al Señor en China han tomado el camino de la consagración, ninguno de sus hijos tiene el deseo de servir. Si anhelamos realizar una obra producto de la consagración y tomar el camino angosto del recobro del Señor, no debemos esperar que haya una vida confortable delante de nosotros. No podemos confiar en la manera de vida que llevan los misioneros occidentales. Si seguimos el camino de ellos, haremos la misma obra del cristianismo y no la obra de edificación de la iglesia. Si llevamos a cabo la obra de edificación de la iglesia, nuestra fama, reputación, familia, energía y nuestro hombre natural serán simplemente arruinados. Nuestra reputación junto con todo lo que somos será arruinada.

Aquellos que quieren servir al Señor y a la vez mantener su reputación ante su familia, sus estudios y su carrera, han tomado el camino equivocado. Es imposible que tengamos éxito en ambas esferas. Si queremos permitir que el Señor edifique y avance, nuestra consagración tiene que ser absoluta. Éste no es simplemente un asunto de seguir a nuestros padres o esposos porque tengamos el deseo de ser predicadores, sino que es un asunto de ser arruinados por Jesús. Él arruinará todo lo nuestro. En esto consiste una consagración absoluta.

Sin embargo, esto no quiere decir que no necesitemos estudiar, tener una profesión y cuidar de nuestra familia. No debemos abandonarlo todo. Debemos y tenemos que esforzarnos al máximo en nuestros estudios, en tomar cuidado de nuestra familia y en trabajar. Pero cuando exista algún conflicto entre estos dos aspectos, debemos considerar cuál lado vencerá. ¿Cuál debe llevarse la victoria, el Señor Jesús o nuestro bienestar? Debemos considerar cuál lado tiene la prioridad en nuestro interior. ¿Cuál es nuestra primordial ocupación? Debemos tener una respuesta definida delante del Señor. ¿En nuestra consideración, tiene el Señor Jesús y Su obra el primer lugar, o el segundo lugar? Si nos conformamos con llevar a cabo una obra del cristianismo, podemos darles a nuestros intereses personales el primer lugar y a los intereses del Señor el segundo lugar. Si deseamos edificar la iglesia, tenemos que darle al Señor la prioridad sobre todo lo demás.


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