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Mensajes de la verdadpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6894-0
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CAPÍTULO OCHO

SOMOS UNO DONDE ESTÁ EL HIJO

En el Evangelio de Juan, los capítulos del 14 al 17 componen una sección muy particular. En esta sección de la Palabra, el Señor primeramente dio un mensaje a Sus discípulos y luego ofreció la oración que consta en el capítulo 17. Al comienzo de esta sección se nos da el tema de las últimas palabras que el Señor habló a Sus discípulos antes de Su crucifixión: “Si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis” (14:3). Aquí el Señor reveló Su intención de llevar a Sus discípulos al lugar donde Él mismo estaba.

EL LUGAR Y EL CAMINO

El lugar donde el Señor realmente está no es un lugar, sino una persona. En Juan 14:4 el Señor dijo: “A dónde Yo voy, ya sabéis el camino”. Tomás respondió diciendo que ellos no sabían a dónde el Señor estaba yendo, y preguntó cómo podían saber el camino (v. 5). Entonces el Señor le dijo: “Yo soy el camino” (v. 6). Esto muestra que el camino es una persona, es Cristo mismo. Además de esto, el Señor le dijo a Tomás: “Nadie viene al Padre, sino por Mí”. Esto revela que el lugar es el Padre. Por lo tanto, el camino es una persona y el lugar también es una persona. No muchos cristianos han visto esto. El camino es el Hijo; y el destino, el lugar adonde nos lleva el camino, es el Padre.

Aunque el Hijo es el camino, Él podía serlo únicamente mediante la crucifixión y la resurrección. Un Cristo que no ha sido crucificado no puede ser el camino. En general, el Nuevo Testamento revela que Cristo murió en la cruz y se levantó de entre los muertos para llegar a ser el camino que nos da entrada al Padre. Por medio de Él, quien es nuestro camino, nosotros podemos estar en el Padre, así como Él está en el Padre.

EN EL PADRE Y EN LA GLORIA DEL PADRE

En los capítulos 14 y 17 de Juan la palabra donde se menciona dos veces. La primera vez, como ya vimos, se halla en 14:3, y la segunda en 17:24. En este versículo el Señor oró diciendo: “Padre, en cuanto a los que me has dado, quiero que donde Yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean Mi gloria que me has dado”. La palabra donde en 14:3 se refiere al Padre, mientras que la palabra donde en 17:24 se refiere a la gloria del Padre. El Hijo está primeramente en el Padre y luego en la gloria del Padre. La gloria del Padre es el Padre mismo expresado; por lo tanto, la gloria es la expresión del Padre.

EL PADRE ES GLORIFICADO
EN LA GLORIFICACIÓN DEL HIJO

El Evangelio de Juan dice que el Padre es glorificado en la glorificación del Hijo (13:31-32; 17:1). Al comienzo de Su oración en el capítulo 17, el Señor oró, diciendo: “Padre, la hora ha llegado; glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti” (v. 1). Éste es el tema de la oración del Señor en este capítulo. El Hijo era Dios encarnado, y Su carne era un tabernáculo donde Dios podía morar en la tierra (1:14). Su elemento divino estaba confinado en Su humanidad, así como la gloria shekiná de Dios estaba oculta dentro del tabernáculo. En cierta ocasión, en el monte de la Transfiguración, Su elemento divino fue liberado desde el interior de Su carne y se expresó en gloria, tal como lo vieron los tres discípulos (Mt. 17:1-3). Sin embargo, dicho elemento después volvió a quedar escondido en Su carne. El Señor, antes de esta oración, había predicho que sería glorificado y que el Padre sería glorificado en Él (Jn. 12:23; 13:31-32). Ahora Él iba a pasar por la muerte para que la cáscara de Su humanidad fuese quebrantada y así Su elemento divino, que era Su vida divina, fuese liberado. Además de esto, Él iba a ser resucitado para que Su humanidad pudiese ser elevada al nivel del elemento divino y para que Su elemento divino fuese expresado, de modo que todo Su ser, incluyendo Su divinidad y Su humanidad, fuese glorificado. De este modo, el Padre sería glorificado en Él.

Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él estaba en el Padre, pero, en un sentido, no estaba en la gloria del Padre. Juan 7:39 dice: “Jesús no había sido aún glorificado”. Juan 12:16 también nos da a entender que Jesús aún no estaba en la gloria del Padre: “Estas cosas no las entendieron Sus discípulos al principio; pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de Él”. Cuando el Señor fue crucificado y resucitado, Él fue glorificado (Lc. 24:26). Esto significa que después de Su resurrección, Cristo no solamente estaba en el Padre, sino también en la gloria del Padre.

Estar en el Padre implica el hecho de tener la vida y la naturaleza del Padre y ser uno con Él en dicha vida y naturaleza. Sin embargo, la gloria no se refiere a la vida y la naturaleza, sino más bien a la expresión. Por consiguiente, cuando estamos en el Padre, tenemos la vida y la naturaleza del Padre; pero cuando estamos en la gloria del Padre, expresamos al Padre. Ya hemos hecho notar que, en un sentido, el Señor Jesús no estaba en la gloria del Padre antes de Su muerte y Su resurrección. Sin embargo, en otro sentido, hubo ocasiones en que estuvo en la gloria del Padre, como lo estuvo en el monte de la Transfiguración (Mt. 17:3). Durante ese tiempo que estuvo en el monte, Pedro, Jacobo y Juan contemplaron la gloria del Señor. Además, la gloria se hizo evidente también cuando el Señor alimentó a la multitud y cuando levantó a Lázaro de los muertos. Lo que la gente vio en Él en esas ocasiones fue la expresión del Padre. Después de Su resurrección, Cristo permaneció siempre en la gloria del Padre. Así que en todo sentido Cristo hoy está tanto en el Padre como en la gloria del Padre.

Debemos preguntarnos si estamos o no en el Padre y en la gloria del Padre. Aunque podemos tener la confianza de decir que estamos en el Padre, tal vez no tengamos la confianza de decir que estamos en Su gloria.


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