Información del libro

Experiencia que tienen los creyentes de la transformación, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7157-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

    Por favor, utilice Firefox o Safari
Actualmente disponible en: Capítulo 2 de 7 Sección 2 de 2

LA TRANSFORMACIÓN DEL ESPÍRITU

Ahora que conocemos bien las tres partes del hombre, podemos considerar en cuál de estas partes ha entrado el Señor Jesús. Cuando el Señor Jesús entró en nuestro ser en el momento de nuestra regeneración, Él entró en nuestro espíritu. Las Escrituras son muy claras en este punto. En 1 Corintios 6:17 dice: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Puesto que hemos sido unidos al Señor, Él y nosotros somos un solo espíritu. Esto muestra que cuando el Señor entró en nosotros, Él entró en nuestro espíritu. También, Romanos 8:16 dice: “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”. En este versículo vemos que los dos espíritus —el Espíritu divino y el espíritu humano— operan juntos y que el Espíritu de Dios opera en nuestro espíritu. Mientras estos dos espíritus operan juntos, se mezclan juntos como un solo espíritu. Están mezclados a tal punto que es difícil distinguir cuál es cuál. Estos dos versículos nos muestran que el Espíritu divino ha entrado en nuestro espíritu humano, y que estos dos espíritus se han mezclado juntos para formar un solo espíritu.

LA TRANSFORMACIÓN DEL ALMA

Ahora que Cristo está en nuestro espíritu, debemos considerar lo que ocurre en nuestra alma, esto es, en nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Este es un asunto de crucial importancia. Una vez que Cristo nuestro Salvador entró en nuestro espíritu, nuestro espíritu fue transformado. No obstante, es muy posible que nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad no hayan sido transformadas. Cristo está en nuestro espíritu, pero es posible que Él no esté en nuestra alma. Todos necesitamos ser transformados en nuestra alma (2 Co. 3:18; Ro 12:2).

A veces disfrutamos al Señor mientras oramos y ejercitamos nuestro espíritu. Después que hemos orado, sentimos que podemos amar a todos los santos. Pero poco después queda claro que, en realidad no podemos amar a todos los santos. Tal experiencia puede confundirnos. Después de todo, cuando estábamos orando, ¿acaso no tocamos a Cristo y le experimentamos? Cuando oramos, ejercitamos nuestro espíritu para tener contacto con Él, quien es el Espíritu, y como resultado tocamos nuestro espíritu y le experimentamos, le disfrutamos y le sentimos. Sin embargo, aun después que oramos, todavía es posible que usemos nuestro hombre natural, esto es, nuestro pensamiento natural, nuestras emociones naturales y nuestra voluntad natural, para tomar decisiones aparte de Cristo. Esto es posible porque, aun cuando tenemos a Cristo morando en nuestro espíritu, no tenemos a Cristo en el órgano de nuestra alma, y las funciones de nuestra alma aún no han sido transformadas. Este tipo de experiencia es muy típico en la vida cristiana.

Para citar un ejemplo, digamos que soy un hermano soltero que vive junto con otro hermano joven. Es un hecho que en mi ser interior yo amo a este hermano y que cuanto más oro y tengo contacto con Cristo en mi espíritu, más amo al hermano. No obstante, yo tengo pensamientos peculiares, y el hermano con quien vivo tiene hábitos peculiares. Mis pensamientos peculiares son incompatibles con sus hábitos peculiares. Como resultado de nuestras peculiaridades conflictivas, probablemente yo me fastidie de este hermano. Además, sus peculiaridades hacen que me enoje. Aunque amo genuinamente a este hermano y deseo que no haya dificultades entre nosotros, me es difícil soportarle y siento que ya no puedo vivir con él. Mi conflicto es una indicación de que, si bien he sido regenerado en mi espíritu, todavía no he sido transformado en mi mente, parte emotiva y voluntad. Aunque tengo a Cristo en mi espíritu, no lo tengo en mi alma. En mi espíritu estoy completamente transformado en la imagen y semejanza de Cristo, pero en mi mente, parte emotiva y voluntad sigo siendo igual que la gente del mundo. Hablando en sentido figurado, aun cuando en mi espíritu soy oro, en mi mente, parte emotiva y voluntad estoy lleno de polvo y de barro.

Si no fuese porque el Señor nos somete a estas pruebas, podríamos pensar que nuestra condición es apropiada, sin darnos cuenta de que permanecemos sin ser transformados. Por ejemplo, es posible que yo ame al hermano con quien vivo y que nos llevemos muy bien. Pero, aun cuando siento que amo mucho al hermano, y que no hay problemas entre nosotros, aún tengo mi viejo hombre, el hombre natural, el hombre de barro. Es solamente cuando vienen las pruebas que percibimos la verdadera naturaleza de nuestra condición de “barro”. Cuando el Señor nos envía hermanos peculiares, pareciera que Él mandase a echar agua a un terrón de barro. De la manera en que un terrón de barro no puede tolerar el agua y se hace lodo, así tampoco nosotros podemos tolerar a ciertas personas. Cuando somos probados, comprendemos que seguimos siendo el viejo hombre con la vieja mente, la vieja parte emotiva y la vieja voluntad.

Somos hombres naturales, hombres de barro, hasta que, por la gracia de Dios, el Cristo quien está en nuestro espíritu aumente y se expanda dentro de nuestro ser, saliendo fuera de nuestro espíritu y extendiéndose para saturar nuestra alma junto con todas sus partes. Una vez que Cristo se extienda en nuestro ser y sature las partes de nuestra alma, amaremos a nuestros hermanos sin esfuerzo alguno. En ese tiempo, sencillamente no nos importará cuán peculiar sea un hermano. Incluso le diremos al Señor: “Señor, te alabo. Este querido hermano es precioso para mí”. Debemos estar llenos de fe respecto a este asunto.

Cuando yo era joven, apenas recibí el llamado del Señor, viajé a Shanghái y me quedé allí con algunos hermanos jóvenes. Lo que experimenté allí fue muy similar a lo que acabo de describir. Antes de ir a Shanghái oré: “Señor, estoy consciente de que al llegar a Shanghái habrá otros hermanos que permanecerán conmigo. Señor, ayúdame a amarlos. No importa quienes sean o cómo se comporten, capacítame para amarlos”. Después que llegué, le pedí al Señor cada mañana que me ayudara a amar a los hermanos. En poco tiempo, me parecía que todos los hermanos que estaban conmigo eran peculiares. No había dónde pudiera escaparme de ellos. Después de cierto incidente, en el cual me disgusté con un hermano, fui a mi habitación, y de rodillas en el piso, oré: “Señor, perdóname. Realmente no puedo amar a estos hermanos”. Yo era un ejemplo de un hombre que había sido regenerado en su espíritu pero que no estaba transformado en su alma. Aun cuando mi espíritu amaba a los hermanos, mi alma permanecía siendo vieja y natural.

Cuando tenemos contacto con otros cristianos, es posible pensar que todos ellos sean peculiares. En general, sentimos que todos los demás son peculiares y que nosotros somos muy normales. Basándonos en esto, sentimos que no podemos amarlos. Sus viejos hábitos, o los defectos de su carácter, con frecuencia provocan que nos disgustemos con ellos. Finalmente, ellos no serán de nuestro agrado e incluso sentiremos desprecio por ellos. Si este problema se deja sin solucionar, podría causar incluso que estemos descontentos en la vida de iglesia.

Poco después de dos años y medio de estar en Shanghái, el Señor se incrementó y se extendió dentro de mí. Cuando tuve otra oportunidad de quedarme con otros hermanos y se creó cierta situación que anteriormente me habría hecho enfadar, no me afectó. Fui capaz de amarlos no sólo en mi espíritu, sino también en mi mente, parte emotiva y voluntad. Los amé de manera genuina. Una semana después de que experimenté ese trato, el hermano cuya peculiaridad me había sido tan molesta también fue librado de su peculiaridad.

Aun cuando tenemos la imagen de Dios, en nuestro estado natural no tenemos nada precioso en nuestro ser, somos simplemente hombres de barro. La intención de Dios es que los hombres de barro seamos transformados plenamente en Su misma imagen, de modo que seamos tan preciosos como el oro, las perlas y las piedras preciosas. La manera en que esto sucede es muy simple. Primero, el Señor Jesús entra en nuestro espíritu para ser nuestro elemento interior, lo cual transforma nuestro espíritu. Desde ese momento en adelante, si cooperamos con Él, Él aumentará dentro de nuestro ser y se extenderá desde nuestro espíritu a nuestra alma. El día que Él regrese incluso nuestro cuerpo físico, la parte exterior de nuestro ser, será saturado con Su elemento (Fil. 3:21). En ese tiempo, nuestro cuerpo será saturado con el Espíritu. Cuando Él regrese, Él será glorificado en nosotros, nosotros seremos manifestados con Él en gloria y nosotros seremos semejantes a Él (Col. 3:4; 2 Ts. 1:10; 1 Jn. 3:2). Ésta es la intención que Dios ha planeado llevar a cabo con nosotros.


Nota: Esperamos que muchos se beneficien de estas riquezas espirituales. Sin embargo, para evitar cualquier tipo de confusión, les pedimos que ninguno de estos materiales sean descargados o copiados y publicados en otro lugar, sea por medio electrónico o por cualquier otro medio. Living Stream Ministry mantiene todos los derechos de autor en estos materiales, y esperamos que ustedes los que nos visiten respeten esto.

Back to Top