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Cristo crucificado, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3691-8
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Actualmente disponible en: Capítulo 4 de 14 Sección 3 de 4

NO HAREMOS LO MALO NI LO BUENO
POR NUESTRA PROPIA CUENTA

Es posible que algunos no entiendan lo que esto significa. Muchas veces cometemos pecados al actuar por nosotros mismos. También por nosotros mismos hacemos buenas obras. Así que, por iniciativa propia hacemos cosas malas y también cosas buenas. Sin embargo, hoy Dios quiere que nosotros no sólo rechacemos lo malo, sino también lo bueno. Dios quiere que rechacemos nuestra malignidad como también nuestra benignidad. Si no rechazamos nuestra bondad, entonces la bondad de Dios y la vida de Dios no podrán salir de nosotros.

Cierto hermano anciano era un hombre muy bueno. Un día dijo: “Definitivamente es bueno expresar el amor de Dios; con todo, expresar el amor del hombre es mejor que expresar el odio del hombre”. Él dijo esto porque no veía que únicamente una clase de persona puede expresar el amor de Dios. ¿Qué clase de persona es ésa? Es una persona que se rechaza a sí misma. Esta persona repudiará no sólo su odio, sino también su amor. El amor de Dios no puede expresarse por medio de alguien que vive en su odio; pero de igual manera, no puede expresarse por medio de alguien que vive en su propio amor. El amor de Dios es tan resplandeciente como el oro puro, mientras que el amor del hombre no puede compararse ni siquiera con el barro amarillento. La Biblia nos dice que incluso todas nuestras justicias son como trapo de inmundicia (Is. 64:6), mucho más lo son nuestros pecados. En la luz de Dios no podemos evitar confesar que aun nuestro amor es imperfecto y que nuestros motivos son impuros. Nuestro elemento interno es una mezcla impura. Sin embargo, el amor de Dios no es así. Al igual que el oro puro, el amor de Dios es puro, sin mancha, ilimitado, inconmensurable y sin motivo.

En resumen, si aquello que es del hombre no es rechazado ni quebrantado, entonces lo que es de Dios no se expresará por medio del hombre. Si no somos terminados, no importa qué clase de ayuda le pidamos a Dios que nos dé, Él no nos responderá. Dios jamás nos ayuda a hacer nada. Cada vez que hagamos algo por nuestra propia cuenta, Dios no moverá Su mano ni hará nada para ayudarnos.

EL PROPÓSITO DE LA SALVACIÓN DE DIOS
ES PONER AL HOMBRE EN LA CRUZ

Después de salva, una persona piensa que no debiera volver a enojarse ni decir palabras ociosas. Así que ora, diciendo: “Oh Dios, dame fuerza y ayúdame a no enojarme ni a decir ninguna palabra ociosa”. Sin embargo, Dios escucha toda clase de oraciones menos ésta. Todos probablemente hemos tenido este tipo de experiencia. Le pedimos a Dios que nos ayude a no enojarnos, pero al final acabamos por enojarnos aún más. Esto se debe a que el propósito de la salvación de Dios no es ayudarnos, sino crucificarnos y aniquilarnos. Supongamos que una persona muy malgeniada se muere. ¿Pediría ella ayuda para no enojarse? Cuando una persona se muere, su mal genio se acaba; cuando una persona muere, sus palabras ociosas se desvanecen.

En el mismo principio, si una persona mansa muere, ¿podrá seguir siendo mansa? No importa si una persona es irascible o mansa, una vez que muere, desaparece la irritabilidad o la mansedumbre. Únicamente aquellos que todavía están vivos manifiestan toda índole de problemas. En cambio, con respecto a aquellos que están muertos, todos sus problemas se desaparecen y se acaban. Si vemos que estamos en la cruz, nuestro mal genio desaparecerá y nuestra mansedumbre se acabará. Si vemos que estamos en la cruz, nuestro odio cesará y nuestro amor llegará a su fin. Cuando estamos muertos, todo se acaba. El significado de la cruz es muerte, y la experiencia de la cruz es darle fin a todo nuestro ser.

LA VIDA DE DIOS SE EXPRESA
POR MEDIO DE NOSOTROS
DESPUÉS QUE SOMOS ANIQUILADOS

Quizás algunos pregunten: “Si somos aniquilados, ¿eso significa que allí acaba todo con respecto a nosotros?”. Hace muchos años, un cristiano dijo una vez que si enterramos una roca en la tierra, ése será el fin de la roca porque no tiene vida; pero que si enterramos una semilla en la tierra, esto le dará a la semilla la oportunidad de crecer y salir de la muerte, porque hay vida en la semilla. En esto radica la diferencia entre los que tienen la vida de Dios y los que no la tienen. Con respecto a aquellos que no tienen la vida de Dios, una vez que ellos cesan todas sus actividades, llegan a su fin; pero con respecto a nosotros, que tenemos la vida de Dios, una vez que somos aniquilados, permitiremos que la vida de Dios brote de nuestro interior. En otras palabras, una vez que hagamos cesar nuestro amor, nuestra moralidad y todas nuestras actividades humanas, veremos que el amor de Dios, Su bondad, Sus atributos y Su vida, espontáneamente se expresarán por medio de nosotros.

Hoy en día el problema principal entre los cristianos no es el cometer pecados sino el hacer el bien. Tal vez no llevemos una vida pecaminosa, pero si simplemente llevamos una vida que manifiesta nuestra propia bondad, como mucho seremos un buen hombre que se ha convertido del mal al bien, y de ningún modo podremos experimentar la cruz. Los que han experimentado la cruz no tienen el mal, pero tampoco tienen el bien. Cristo encuentra cabida únicamente en aquellos que experimentan la cruz, y son únicamente ellos los que pueden llevar una vida que manifiesta la vida de Dios.


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