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Sacerdotes neotestamentarios del evangelio, Lospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3970-4
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CAPÍTULO CINCO

EL SACERDOCIO UNIVERSAL
EN EL NUEVO TESTAMENTO

Lectura bíblica: 1 Co. 15:8-10, 58

LA NUEVA MANERA EXIGE QUE EXPERIMENTEMOS
LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN

Los versículos que leímos esta noche son todos del libro de 1 Corintios. En particular, todos ellos son del capítulo 15. Hemos visto que los capítulos 14 y 15 son dos capítulos muy significativos. El capítulo 14 habla principalmente sobre el profetizar. Únicamente el profetizar edifica a la iglesia. Inmediatamente después, Pablo trata el asunto de la resurrección en 1 Corintios 15. Esto nos muestra que el profetizar mencionado en el capítulo 14 debe hacerse en resurrección. En nuestro ser natural, sólo podemos hablar palabras ordinarias; no nos es posible hablar por el Señor. Por esta razón, tenemos que aprender a permanecer en resurrección, a fin de poder hablar por Dios y proclamarlo.

La razón por la cual condenamos la vieja manera es que ella nos mantiene en la esfera natural. No sabemos cómo aplicar el poder de la resurrección ni tampoco necesitamos hacerlo en nuestro entorno. Como resultado, continuamos yendo por el viejo camino y permanecemos en nuestro ser natural. Sin embargo, cualquier cosa que tengamos que hacer en la nueva manera, no podremos hacerlo en nuestro ser natural. A fin de predicar el evangelio según la manera ordenada en el Nuevo Testamento, tenemos que contactar y visitar a las personas directamente para que ellas puedan ser salvas de su entorno y nosotros podamos ofrecerlas a Dios como sacrificios. Sin embargo, esto es algo que el hombre natural no puede hacer. Es únicamente mediante el poder de la resurrección que esto se puede lograr.

Sabemos que el Espíritu Santo es la realidad de la resurrección. Cuando usted está en el Espíritu Santo, está en la resurrección. Aunque la resurrección y el Espíritu Santo están estrechamente relacionados, según nuestra experiencia subjetiva, hay una relación todavía más estrecha entre la resurrección y la muerte. Nuestro ser natural, junto con su fuerza natural y sus opiniones naturales, debe pasar por la experiencia de la muerte para que pueda entrar en su resurrección. En Himnos, #135 dice: “Sin la sangre y su limpieza no se puede unción tener; sin pasar por el Calvario, no habrá Pentecostés”. Si no pasamos por la experiencia de la muerte en la cruz, jamás podremos recibir al Espíritu de Pentecostés, ya que el Espíritu de Pentecostés es la realidad de la resurrección. Por lo tanto, si queremos obtener la realidad de la resurrección, necesitamos pasar por Gólgota.

Hoy en día, tal como se nos revela en la Biblia, hemos visto esta nueva manera. También hemos visto que para tomar este camino necesitamos experimentar la muerte y la resurrección en cada paso que damos. Especialmente quisiera mostrarles a los hermanos que sirven como ancianos en la iglesia, que para guiar a los hermanos y hermanas en esta nueva manera es necesario que nosotros seamos personas que viven en resurrección. Debemos pasar por la muerte; sólo entonces podremos entrar en la resurrección y en la realidad del Espíritu Santo.

EL APÓSTOL PABLO EXPERIMENTÓ LA GRACIA DE DIOS
POR LO CUAL LABORÓ MÁS ABUNDANTEMENTE

Cuando Pablo habló de la resurrección de Cristo en 1 Corintios 15, no trató este asunto simplemente como una defensa en contra de la herejía que había en la iglesia; más bien, él aplicó la resurrección a sí mismo. En el versículo 5 él empezó hablando de cómo el Señor se apareció después de Su resurrección, y luego, en el versículo 8 dijo: “Y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí”. Después de esto, añadió: “Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol” (v. 9). “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy [...] he trabajado mucho más que todos ellos” (v. 10). Esto nos muestra que el apóstol tenía una característica muy notable: su labor. Cuanto más labora, más será un apóstol. Puesto que Pablo había laborado más que todos los demás apóstoles, él era un apóstol entre los apóstoles. Sin embargo, después de esto dijo: “Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (v. 10). Era la gracia de Dios la que lo constituía la clase de persona que era.

Juan 1:1 dice: “El verbo era Dios”. Luego el versículo 14 dice: “Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros [...] lleno de gracia y de realidad”. El versículo 17 continúa diciendo: “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo”. La gracia vino por medio de Jesucristo. Esto nos muestra que la gracia no es nada menos que Jesucristo, quien es la corporificación y expresión del Dios Triuno. Él pasó por la muerte y la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante. Hoy en día Él puede entrar en nuestro espíritu para ser nuestro disfrute. Por consiguiente, la consumación de este Dios Triuno, el Espíritu vivificante, es la gracia hoy.

También 2 Corintios 13:14 dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. La gracia, el amor y la comunión no son tres cosas separadas, sino más bien, tres aspectos de una misma cosa. El amor es la fuente; cuando el amor se expresa, se convierte en gracia. Cuando la gracia viene a nosotros, se convierte en comunión, y esta comunión es el Espíritu Santo. Por consiguiente, el Espíritu Santo es el Dios Triuno mismo que viene a nosotros.

Esto nos permite ver que la gracia es el Espíritu consumado del Dios Triuno procesado, quien entra en nosotros para ser nuestro todo. Cuando esta gracia vino a Pablo en resurrección, lo hizo un apóstol entre los apóstoles. Él llegó a ser tal persona que de otro modo no hubiera podido serlo. Fue por eso que dijo: “Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Co. 15:10).

Al comienzo de 1 Corintios 15, Pablo aplicó la gracia de la resurrección a sí mismo. Luego, en el último versículo, exhortó a los hermanos, diciendo: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes e inconmovibles, abundando siempre en la obra del Señor” (v. 58). Abundar en la obra del Señor significa que estamos llenos con la obra del Señor.

Si hoy no tenemos la obra del Señor con nosotros, eso muestra que no estamos en gracia ni en resurrección, sino que estamos en la esfera natural. La vida natural proviene de Adán, pero la vida de resurrección la recibimos en el momento de nuestra regeneración. En la nueva manera que el Señor ha recobrado hoy, nadie podrá suplir la necesidad valiéndose de su vida natural. Sobre todo los hermanos que toman la delantera en las iglesias deben darse cuenta de que esta obra no puede realizarse mediante el hombre natural. Únicamente al permanecer en la gracia de resurrección es que podremos abundar en la obra del Señor para llevar adelante la nueva manera.


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