Terreno genuino de la unidad, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-3873-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Todas las divisiones que hay en el cristianismo son elevaciones que tienen que ver con la concupiscencia o la ambición. La división abre el camino a toda clase de maldad. Consideren la maldad que hizo Jeroboam: hizo dos becerros de oro y puso uno en Bet-el y el otro en Dan. También hizo una casa en los lugares altos y designó sacerdotes para los lugares altos de entre cualquier clase de gente. Él instituyó “una fiesta solemne en el mes octavo, a los quince días del mes, conforme a la fiesta solemne que se celebraba en Judá; y ofreció sacrificios sobre un altar” [1 R. 12:32]. Todos estos puntos se pueden aplicar al cristianismo actual. Por ejemplo, únicamente los creyentes genuinos que tienen la vida de Cristo, que aman al Señor y que conocen la Palabra deben ser sacerdotes. Pero en la cristiandad actual hay muchos ministros que incluso no creen que Cristo es el Hijo de Dios. Además, en el cristianismo se celebran muchas fiestas, como la Navidad y la semana santa, las cuales han sido instituidas y establecidas por el hombre. También, tal como los hijos de Israel fueron finalmente llevados en cautiverio y experimentaron una pérdida completa del terreno de la unidad, así también los cristianos de hoy han sido llevados a Babilonia. El terreno de la unidad no sólo se ha dañado, sino que además se ha perdido por completo. Son muy pocos los cristianos que tienen alguna noción de lo que es el terreno de la unidad. ¿A quién le interesa la unidad genuina hoy? Es raro encontrar cristianos a quienes les interese la unidad. Hace muchas generaciones se perdió la unidad genuina de los creyentes en Cristo. Por esta razón la condición de la cristiandad actual es totalmente babilónica. Aunque algunos hablan de la unidad, ésta no es la unidad genuina revelada en las Escrituras. Cuando hablamos del terreno de la unidad, casi nadie puede entender nuestras palabras. Para la mayoría de los cristianos, las palabras acerca de la unidad suenan como un idioma extranjero.
El Antiguo Testamento revela no solamente el daño y la pérdida del terreno de la unidad, sino también el recobro del terreno de la unidad y su testimonio. Jeremías profetizó que cuando se hubieran cumplido los setenta años de cautiverio en Babilonia, el Señor haría que el pueblo regresase a la buena tierra. Jeremías 29:10 dice: “Porque así dijo Jehová: Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, Yo os visitaré y despertaré sobre vosotros Mi buena palabra, para haceros volver a este lugar”. Esdras 1:1 se refiere a esta profecía de Jeremías, y dice que en el primer año de Ciro rey de Persia, el Señor despertó el espíritu de Ciro, el cual hizo una proclamación en todo su reino anunciando la edificación de la casa de Dios en Jerusalén. Esto ocurrió “para que se cumpliera la palabra de Jehová anunciada por boca de Jeremías”. Esto indica que el regreso a Jerusalén no fue iniciado por el hombre. Según el claro relato de la Biblia, fue iniciado por Dios mismo.
Mientras el pueblo de Dios estaba en Babilonia, ellos no le ofrecieron sacrificios a Dios allí. En ninguna parte se nos dice que hayan ofrecido el holocausto en las mañanas y en las tardes en Babilonia. Sin duda, hombres como Daniel, Esdras y Nehemías oraban, pero no tenían ninguna base para ofrecer sacrificios a Dios. No había altar en Babilonia. Sin un altar, era imposible que le ofrecieran algo a Dios. Además, el pueblo de Dios no podía observar las fiestas anuales en Babilonia. ¡Qué situación más lamentable! Babilonia era un buen lugar para ayunar, pero no para festejar. Era un lugar adecuado para llorar, pero no para regocijarse. Salmos 137:1 dice: “Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos y llorábamos acordándonos de Sión”. Cuando se perdió el terreno de la unidad también se perdió casi todo lo demás. El pueblo de Dios perdió las riquezas de la buena tierra, el altar y las fiestas. Todas estas cosas maravillosas solamente se podían disfrutar en el único lugar escogido, el cual estaba en el monte de Sión.
Cuando el Señor despertó los espíritus del pueblo para que regresaran a Jerusalén, no sólo se recobró el terreno de la unidad, sino que también hubo un recobro espontáneo de todas las cosas positivas que se habían perdido. Los vasos y los utensilios que Nabucodonosor “se había llevado de Jerusalén y había depositado en la casa de sus dioses” fueron llevados de regreso a Jerusalén (Esd. 1:7-11). Además, una vez que el remanente del pueblo regresó, “colocaron el altar firme sobre su base” (Esd. 3:3). El pueblo de Dios sabía que el lugar del altar no estaba en Babilonia, sino solamente en Jerusalén, el único lugar que Dios había escogido. Incluso el altar no se podía poner en cualquier lugar de la buena tierra. Tenía que colocarse en el monte Moriah, en el lugar mismo donde Abraham ofreció a Isaac a Dios. Cualquier persona que deseaba presentar una ofrenda a Dios, tenía que ir a ese lugar definido, específico y único.
Hoy este lugar único es la unidad. Siempre que los cristianos pierdan la unidad, pierden automáticamente el lugar en donde se coloca el altar. Por lo tanto, no tienen la manera de presentar una ofrenda apropiada al Señor. Antes de venir a la vida de iglesia, muchos de nosotros tratamos de ofrecernos al Señor. Puedo testificar que muchas veces me consagré a Él. Sin embargo, según nuestra experiencia tanto antes como después de haber llegado a la vida de iglesia, podemos testificar que tal consagración no era genuina.
Si no regresamos al terreno único de la unidad, no podemos ofrecerle nada a Dios. Poco después de que el pueblo de Dios regresó a Jerusalén, colocaron el altar y comenzaron a ofrecer sacrificios otra vez. Ocurre lo mismo en nuestra experiencia. Al empezar a participar de la vida de iglesia, descubrimos que podíamos consagrarnos al Señor de una manera apropiada y genuina.
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