Cristo como la realidadpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-3063-3
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Hemos visto que la humanidad de Jesús es necesaria para la guerra espiritual y para el servicio de la iglesia. Si hemos de pelear la guerra espiritual por el reino de Dios, necesitamos la humanidad apropiada. Dios necesita un hombre para eliminar a Su enemigo, Satanás, y este hombre es Jesús. Solamente un hombre está calificado para pelear la batalla, y este hombre es también nuestra persona. Ya que Él es nuestra persona interior, Su humanidad es también nuestra humanidad a fin de que peleemos la batalla por el reino de Dios.
Más aún, para servir a Dios en la iglesia de una manera adecuada, necesitamos la humanidad de Jesús. Pablo, en sus dos epístolas a Timoteo, abarcó tres clases de servidores. Primero mencionó a los ancianos, esto es, los que vigilan o los obispos (que son diferentes designaciones para la misma persona). Ellos son los que toman la delantera en la iglesia. Después se refirió a los diáconos y diaconisas, que son los hermanos y hermanas que sirven en la iglesia. La palabra diácono proviene de la palabra griega que significa “uno que sirve”. Pablo también se dirigió a los siervos del Señor, tales como Timoteo. Por tanto, hay tres clases de servidores en la iglesia: los ancianos, los diáconos y diaconisas, y los obreros del Señor. Todos estos servidores necesitan la humanidad apropiada; esto es básico. De la manera que la madera de acacia era el elemento por el cual las tablas del tabernáculo permanecían derechas (Éx. 26:15), así también la humanidad de Jesús es el elemento por el cual todas las cosas espirituales se mantienen firmes. Si estamos en la lucha espiritual o en el servicio de la iglesia, necesitamos la humanidad apropiada.
En este capítulo debemos ver que la humanidad de Jesús es necesaria también en nuestro andar cotidiano. La humanidad de Jesús es necesaria para pelear, para servir y también para vivir. Si no tenemos la humanidad apropiada, nuestro andar diario no será apropiado.
La mayoría de los hermanos de mayor edad ya han experimentado el hecho de que cuanto más tratamos de valernos por nuestra humanidad, más nos damos cuenta de nuestra incapacidad. Algunos jóvenes todavía no creen que su humanidad no valga nada. Pero cuanta más edad se tiene, más se reconoce la perversidad de su propia humanidad. Antes de que cumpliésemos los dieciséis años de edad, teníamos cierta confianza en nuestra humanidad; pero después que los cumplimos, comenzamos a darnos cuenta de que no teníamos esperanza. Más tarde, después que nos graduamos de la universidad, comprendimos que teníamos aún menos solución; y después de casarnos, estuvimos completamente convencidos de que nuestra humanidad no tenía remedio. Antes de casarse muchas hermanas jóvenes pensaban que eran maravillosas; pero el matrimonio verdaderamente las puso al descubierto. Después de casarse, aunque muchas de ellas aún culpan al marido, reconocieron su verdadera condición.
Ahora estamos en la iglesia, en la cual no hay tinieblas; todo está bajo la luz y todo es transparente. No hay nada que nos ponga más al descubierto que la iglesia. Mientras estamos en las reuniones de la iglesia, estamos bajo los rayos X celestiales. Nuestra humanidad queda expuesta, para que podamos ver que necesitamos una humanidad apropiada. No obstante, cuando quedamos expuestos a la luz celestial, inmediatamente debemos aplicar la sangre. Necesitamos orar: “Oh Señor, limpia todo mi pasado con Tu sangre. Cúbreme con Tu sangre”.
Sin embargo, a veces somos un poco necios. Antes de ser iluminados en la iglesia, quizás no admitíamos que estábamos equivocados; no admitíamos que había alguna maldad o corrupción en nosotros mismos. No obstante, después que somos iluminados, nunca debemos contarles nuestros fracasos a otros. Eso es un error. Más bien, debemos aplicar la sangre del Señor, y todo nuestro pasado quedará bajo la sangre. Nunca debemos remover nada de lo que ha quedado bajo la sangre y mostrárselo a otros, especialmente en las reuniones. Esto es absolutamente malsano e infructuoso, y no es bíblico. Por un lado necesitamos que la luz divina nos ponga al descubierto, pero por otro lado, después de quedar al descubierto, tenemos la cobertura de la sangre redentora. Dios no tiene la intención de avergonzarnos y ponernos al descubierto delante de otros; Él sólo desea que veamos cuán inútiles y desahuciados somos en términos de nuestra humanidad, para que aprendamos a tomar Su humanidad. Después que hemos visto esto, tenemos la sangre que nos cubre y nos limpia. La exposición de la luz divina es siempre seguida por la sangre que nos limpia y nos cubre. No debemos hablar más de nosotros mismos ni de nuestro pasado, pues una vez que todo sale a la luz, queda bajo la cubierta de la sangre. Olvidémonos de todos nuestros fracasos del pasado, porque Dios cuando perdona, olvida. A veces tratamos de recordarle a Dios las cosas que Él ya ha perdonado; pero Dios simplemente no tiene memoria para estas cosas. Una vez que Él perdona, olvida. ¡Alabado sea el Señor por la sangre que nos cubre y nos limpia!
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