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Cuatro elementos cruciales de la Biblia: Cristo, el Espíritu, la vida y la iglesia, Lospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6380-8
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La iglesia es la vida de Dios mismo

Dios nos llamó a salir del mundo, de toda nación, tribu, pueblo y lengua (Ap. 7:9) y nos ha reunido para que seamos la iglesia. Hoy en día, independientemente de nuestra nacionalidad o linaje, hemos sido llamados para ser el pueblo del reino de los cielos. Por tanto, nuestra ciudadanía es celestial. Un ciudadano estadounidense de ascendencia china es chino conforme a su nacimiento, pero llega a ser un ciudadano estadounidense por naturalización. Hoy nosotros hemos llegado a ser ciudadanos del reino de los cielos por “naturalización”, al ser llamados por Dios, y también por nacimiento, al haber sido regenerados por Dios. Dios no sólo nos llamó, sino que también nos regeneró con Su vida. No fuimos adoptados por Dios, sino engendrados de Él con Su vida. Todos poseemos la vida divina de Dios en nosotros, y somos hermanos y hermanas porque hemos nacido del mismo Padre. Sin importar nuestro color, linaje o nacionalidad, Dios nos ha llamado y regenerado para que lleguemos a ser el pueblo del reino de los cielos, y hermanos y hermanas en Su familia universal. Esto es la iglesia.

La vida de Dios es Dios mismo. Por lo tanto, cuando Dios nos regenera con Su vida, nos engendra consigo mismo. Además, Él está en nosotros hoy. La iglesia es una entidad de vida y, como tal, posee una vida y una persona. La iglesia no es una organización; es una entidad de vida, un organismo, que posee una vida y una persona. Esta vida y esta persona son el Dios Triuno mismo. Él es el elemento de la unidad de la iglesia (Ef. 4:1-6); por tanto, la iglesia no puede ser dividida. Puesto que todos tenemos un solo Dios, una sola vida y una sola persona, no hay ningún factor que pueda dividirnos.

La vida de iglesia consiste en vivir y andar
por la persona que está en nosotros

Puesto que tenemos al Dios Triuno en nosotros como nuestra vida y nuestra persona, debemos vivir y andar por Él en nuestra vida diaria (Gá. 5:25), y crecer en todo en Él, quien es la Cabeza (Ef. 4:15). Es difícil para el esposo y la esposa no tener riñas en la vida matrimonial. Por la gracia del Señor, he estado casado con mi esposa por casi treinta años, y aunque no me atrevería a decir que nunca hemos tenido un desacuerdo, sí puedo decir que nunca he discutido con ella. Esto se debe a que tengo otra persona en mí: el Dios celestial que es mi persona. Cuando me siento disgustado y descontento, e intento decir algo que no es muy amable, esta persona que está en mí me dice: “Tú podrás hablar, pero Yo no hablaré; tú podrás ir a discutir, pero Yo no iré contigo”. Por lo tanto, lo único que puedo decir es: “Señor, si Tú no vas, entonces yo tampoco iré”. Entonces el Señor tal vez me diga: “¡Excelente! Ya que tú no vas a ir, quédate aquí y Yo estaré contigo”. De este modo, tengo una dulce comunión con el Señor y, en lugar de discutir, únicamente hay oración, la oración de dos personas que oran juntas. Yo oro y Él ora conmigo; Él ora en mi oración. ¡Cuán deleitoso es esto! Esto es lo que significa vivir y andar regidos por la persona que está en nosotros.

Según lo que somos por naturaleza, venimos de diferentes países y somos de diferentes linajes. Incluso podemos ser enemigos los unos de los otros debido a nuestra formación cultural o por razones históricas. Sin embargo, en la vida de iglesia todas las enemistades han sido eliminadas. Independientemente de qué clase de personas seamos por naturaleza, todos tenemos una sola vida y una sola persona gracias a la regeneración. Todos hemos nacido del Padre celestial y, por ende, somos uno. Ésta es una característica de la iglesia. En la iglesia no hay diferencias de color ni de raza, ni tampoco hay separación debido a los diferentes idiomas o culturas. Todos hemos llegado a ser uno en Cristo. Todos fuimos bautizados en un solo Cuerpo, y todos tenemos un Espíritu, un Señor y un Dios y Padre (1 Co. 12:13; Ef. 4:4-6). Ahora debemos estar firmes sobre el terreno de la unidad en cada localidad para ser el único testimonio del Cuerpo de Cristo y vivir la vida práctica de iglesia.

CRISTO: EL ÉNFASIS ES QUE
CRISTO ES LA VIDA DE LOS CREYENTES
Y ESTÁ UNIDO A LOS CREYENTES
Y MEZCLADO CON ELLOS

El segundo elemento crucial de la Biblia es Cristo. Por lo general, el conocimiento inicial que los cristianos tienen en cuanto a Cristo es que Él es el Salvador (Lc. 2:11), Aquel que está lleno de amor y de compasión para salvarlos del infierno. Después de leer un poco de la Biblia, quizás lo conozcan como el Redentor (Mt. 20:28), quien murió y derramó Su sangre en la cruz en rescate por muchos para satisfacer los justos requisitos de Dios (1 P. 1:18-19; Ap. 1:5b). Sin embargo, no es suficiente conocer a Cristo sólo hasta este grado. Además de conocer a Cristo como el Salvador y Redentor, debemos conocerle a un grado más profundo, es decir, conocer que Él es nuestra vida y que también está en nosotros para unirse y mezclarse con nosotros. En Juan 15:5 el Señor Jesús dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto”. Es un misterio que nosotros permanezcamos en el Señor y Él permanezca en nosotros. Es difícil describir esta unión misteriosa con palabras humanas. Así como permanecemos en el aire, y el aire también permanece en nosotros, hoy en día, debido a que el Señor es el Espíritu, podemos permanecer en el Señor, y el Señor también puede permanecer en nosotros. ¡Qué milagro! ¡Qué misterio! ¡El Señor permanece en nosotros y está unido y mezclado con nosotros! La estrofa 1 de Himnos, #103 dice: “¡Oh, qué milagro, mi Señor, / Que estés en mí y yo en Ti esté! / De hecho somos uno Tú y yo; / ¡Misterio tan excelso es!”.

La Biblia claramente revela que el Dios Triuno no sólo coexiste, sino que también mora en coinherencia: el Hijo está en el Padre, y el Padre está en el Hijo (Jn. 14:10-11). De igual manera, nosotros moramos en coinherencia con el Señor: permanecemos en el Señor, y el Señor permanece en nosotros (v. 20; 17:21). Ésta es la mezcla del Señor con nosotros. Esto no sólo es un asunto de la vida divina, sino que también se efectúa en la vida divina. La unión y mezcla entre nosotros y el Señor puede ocurrir únicamente en nuestro espíritu. Por tanto, el resultado de esta mezcla es que nos unamos al Señor como un solo espíritu (1 Co. 6:17). Necesitamos conocer a Cristo a tal grado. Con el tiempo, Él llega a ser nosotros y nosotros llegamos a ser Él: Él y nosotros somos uno. Él es la Cabeza del Cuerpo, y nosotros los miembros del Cuerpo (1 Co. 12:12-13; Ef. 1:22-23). Después de resucitar, Cristo ascendió a los cielos y se sentó a la diestra de Dios (He. 1:3; 10:12). Más aún, hoy en día Él también es el Espíritu que mora en nosotros. Él es nuestra vida (Col. 3:4a) y nuestra persona, y siempre está unido y mezclado con nosotros. Él también está operando en nosotros para transformarnos hasta que llegue a ser nosotros y nosotros lleguemos a ser Él (2 Co. 3:18). Éste es el Cristo que nos es revelado en la Palabra santa.


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