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Obra de edificación que Dios realizapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7020-2
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CAPÍTULO DOS

LA CASA QUE DIOS EDIFICA
ES LA MEZCLA DE DIOS CON EL HOMBRE
COMO UNA MORADA MUTUA

Lectura bíblica: Sal. 90:1; 92:12-13; Lc. 2:37; 1 Co. 6:17, 19a; 1 Jn. 4:13; Ap. 21:2-3

En el primer capítulo vimos que Dios desea obtener una casa en el universo mediante Su obra de edificación para que tanto Dios como el hombre puedan tener un lugar donde reposar. Vimos que después que se concluyó la obra de creación, la Biblia dice que Dios reposó (Gn. 2:1-3); sin embargo, en Isaías 66:1 Dios dice: “El cielo es Mi trono, / y la tierra estrado de Mis pies [...] / ¿Dónde está el lugar de Mi reposo?”. Estas palabras demuestran que aunque Dios creó los cielos y la tierra y acabó Su obra de creación, Él no ha obtenido un lugar de reposo en el universo. Por consiguiente, Él necesita continuar laborando para edificar un lugar de reposo para Sí mismo. La obra edificadora de Dios se recalca repetidas veces en las Escrituras. Mientras que la obra creadora de Dios sólo tardó seis días, después de seis mil años Su obra de edificación aún no ha terminado. Por consiguiente, la obra de edificación que Dios realiza en el universo es sumamente grande y misteriosa.

¿En qué consiste entonces la obra de Dios? ¿Y cómo ésta se llevará a cabo? En resumen, la obra de edificación que Dios realiza es la mezcla de Dios con el hombre. El hecho de que Dios se mezcle con el hombre equivale a que Él sea edificado en el hombre; y el hecho de que el hombre se mezcle con Dios, equivale a que el hombre sea edificado en Dios. En la obra creadora de Dios, los cielos eran los cielos, la tierra era la tierra, Dios era Dios, y el hombre era el hombre. Las dos partes no llegaron a mezclarse. No obstante, en la obra de edificación que Dios realiza, Dios desea edificarse a Sí mismo en el hombre y edificar al hombre en Sí mismo. Cuando estos dos se mezclan y se edifican el uno en el otro, llegan a ser un edificio en el universo que podemos llamar una casa universal. Este edificio, o sea, esta casa, es formada mediante la mezcla de Dios con el hombre. Ésta es la casa de Dios y también la casa del hombre. En esta casa Dios toma al hombre como Su morada y el hombre toma a Dios como su habitación. En otras palabras, esta casa es la morada mutua de Dios y el hombre.

Las Escrituras claramente nos muestran que toda la obra que Dios realiza en el tiempo tiene por objetivo obtener esta morada, esta casa. Aunque el universo se compone de los cielos y la tierra, Dios no toma el cielo como Su morada, ni tampoco considera la tierra como la morada del hombre. Si Dios no se mezcla con el hombre para ser uno con él, sino que permanece fuera del hombre, entonces no tiene una morada; Él es un Dios sin hogar. De manera semejante, si el hombre no se mezcla con Dios para ser uno con Él, y si el hombre continúa viviendo fuera de Dios, entonces es una persona errante y no tiene un hogar. Con respecto a Dios así como con respecto al hombre, la verdadera morada en el universo no es ni los cielos ni la tierra, ni mucho menos una casa física; más bien, la verdadera morada es la unidad que es producto de la mezcla de Dios con el hombre, la unidad producida al mezclarse Dios con el hombre y el hombre con Dios. Esta unidad es una unidad grande y universal, es un edificio espiritual y una inmensa casa universal. La obra de edificación de Dios a lo largo de las generaciones consiste en obtener esta morada, esta casa.

LA CASA DE DIOS
LLEGA A EXISTIR SÓLO MEDIANTE
LA MEZCLA DE DIOS CON EL HOMBRE

En el capítulo anterior dijimos que en Génesis 28 se revela el edificio de Dios. Allí se nos dice que Jacob en su sueño vio una escalera y escuchó la promesa que Dios le hizo. Después que se despertó, tomó la piedra, que había usado de almohada, y la erigió como columna. Después derramó aceite sobre ella, diciendo: “Esta piedra [...] será casa de Dios” (v. 22).

Debemos prestar atención al hecho de que Jacob derramara aceite sobre la piedra. ¿Por qué Jacob derramó aceite sobre la piedra que había erigido como columna? La primera vez que se menciona la casa de Dios en las Escrituras ocurre en Génesis 28. También es en este capítulo que por primera vez se nos habla de derramar aceite. En ese tiempo Jacob era un joven que no había recibido ninguna educación espiritual. Más aún, era alguien que no buscaba a Dios y ninguno de sus antepasados había derramado aceite sobre ninguna cosa. Tenemos que reconocer que lo que Jacob hizo aquella mañana fue algo realmente extraordinario.

Inmediatamente después que Dios se le apareció, Jacob dijo: “Esto no es otra cosa que la casa de Dios, y ésta es la puerta del cielo” (v. 17b). El hecho de que dijera esto ya es bastante espiritual. Sin embargo, es aún más sorprendente que él tomara la piedra que había usado de almohada, la erigiera como columna, derramara aceite sobre ella y dijera que esta columna cubierta de aceite sería la casa de Dios. ¿Qué significado tiene derramar aceite sobre la columna de piedra? Cuando llegamos al Nuevo Testamento, podemos ver claramente el significado de esto. Todos los estudiosos de la Biblia saben que en las Escrituras el aceite simboliza al Espíritu Santo y que una piedra denota a una persona salva. El Señor Jesús le dijo a Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (Mt. 16:18). En griego Pedro significa “una piedra”. Pedro mismo también nos dijo que todos los que son salvos son piedras vivas que son edificadas como casa espiritual (1 P. 2:5a). Por consiguiente, vemos que derramar aceite sobre una piedra significa que Dios es derramado sobre el hombre, que Dios se mezcla con el hombre.

A fin de que exista la casa de Dios, debe producirse la mezcla de Dios con el hombre, según lo tipificado por el aceite derramado sobre la piedra. Cuando Dios como Espíritu viene sobre Su pueblo redimido y entra en ellos, ambos se mezclan. Esto es la casa de Dios, la morada de Dios.

Quisiera que todos los hijos de Dios pudieran ver que siempre y dondequiera que hay personas que tienen al Espíritu de Dios derramado sobre ellas y que se han unido al Espíritu de Dios, allí está el templo de Dios, la casa de Dios. Allí, Dios está con el hombre y mora en él, y el hombre también mora en Dios.

Después de Su resurrección, cuando el Señor Jesús vino a Sus discípulos y sopló en ellos, diciendo: “Recibid al Espíritu Santo” (Jn. 20:22), Él derramó aceite sobre aquellas piedras. Más aún, el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo fue derramado sobre estas personas, esto también fue un cuadro en el que vemos el aceite derramado sobre piedras. En estos dos casos el aceite fue derramado sobre piedras. Debemos recordar que cuando el aceite es derramado sobre piedras, esto produce el templo de Dios, la casa de Dios. El día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre las ciento veinte personas, el Dios Triuno vino para estar entre ellos y moró dentro de ellos. Al mismo tiempo, ellos también moraban en Dios. Ellos realmente podían testificar: “Nosotros sabemos que Dios mora en nosotros, y que nosotros moramos en Dios; Dios y nosotros somos una morada mutua. Somos piedras, y Dios es el aceite. El aceite ha sido derramado sobre las piedras para producir un templo, el cual es la casa de Dios”.

Por lo tanto, vemos que la primera vez que las Escrituras nos hablan de la casa de Dios, se refieren alegóricamente a la unión y mezcla de Dios con el hombre. Esto demuestra que aparte de la mezcla de Dios con el hombre, el edificio universal, la casa de Dios, no puede existir. Es sólo cuando se produce la mezcla de Dios con el hombre que puede existir una morada, la casa de Dios.


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