Economía neotestamentaria de Dios, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-87083-252-9
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Después de terminar este entrenamiento de cuarenta días, el Señor tuvo la paz de dejarlos, así que los llevó a todos al monte de los Olivos donde fue llevado al cielo (Lc. 24:51; Hch. 1:12). Esto lo introdujo a otra etapa nueva. Antes de Su encarnación, El era meramente Dios. Su encarnación lo introdujo a una etapa nueva, una etapa en la cual El viviría en esta tierra treinta y tres años y medio, una etapa en la cual El sería un hombre que vivía a Dios. Luego Su ascensión lo introdujo a la tercer etapa. Esta etapa es la de un hombre resucitado que vive en los cielos para ejecutar las cosas que Dios determinó sobre esta tierra. Este Resucitado ahora está sentado en los cielos para ejecutar la administración de Dios (He. 12:2). Esta Persona en los cielos es la Cabeza.
Después de que los discípulos recibieron al Espíritu vivificante soplado dentro de ellos por el Cristo resucitado, como vida, como suministro de vida y como todo lo relacionado con su hombre interior, todos ellos llegaron a ser Dios-hombres, los hombres que habían sido mezclados con Dios. Luego fueron llenados con la vida divina esencialmente, pero no estaban capacitados para llevar a cabo la economía de Dios. Por lo tanto, el Cristo resucitado tuvo que ascender a los cielos para ser exaltado por Dios, y para que le fuera dado por Dios el reinado, el señorío y la posición de la Cabeza sobre todas las cosas. También obtuvo el trono, la gloria y toda la autoridad en el universo. Mientras que los ciento veinte oraban en la tierra por diez días, Dios estaba haciendo que el Cristo exaltado fuera el Rey, el Señor y la Cabeza de todas las cosas. Dios estaba dándole a Su Exaltado la autoridad, el trono y la gloria.
En los cuarenta días del entrenamiento del Señor resucitado, los discípulos aprendieron la lección, así que, después que el Señor ascendió a los cielos, pudieron orar juntos por diez días en Jerusalén en un ambiente amenazante (Hch. 1:12-15). Oraron juntos en una forma intrépida, olvidándose de su comida, su bebida y su mantenimiento. Hechos 1 es un relato maravilloso que nos muestra como los ciento veinte pudieron quedarse juntos bajo una situación amenazante por diez días, atendiendo a nada sino a la orden del Cristo ascendido (vs. 14-15). Entre ellos no había controversia, ni pelea, solamente unidad. Antes de la muerte del Señor, los doce todavía estaban disputando quién iba a ser más grande (Lc. 22:24). Eran tan naturales, egoístas, carnales y aun pecaminosos. Pedro era muy natural y egoísta. Los dos hijos del trueno, Jacobo y Juan, rogaron al Señor Jesús que les diera las dos posiciones más altas cuando El viniera en Su reino (Mr. 10:35-37). Querían sentarse con El, uno a Su diestra y uno a Su izquierda. Cuando los otros diez oyeron esto, se indignaron (v. 41). Ellos se molestaron porque también eran ambiciosos. Sin embargo, después de la resurrección del Señor, Su estancia con ellos de cuarenta días y Su ascensión a los cielos, ellos y aquéllos de los ciento veinte, todos se volvieron diferentes. No sólo eran personas regeneradas, sino también transformadas hasta cierto punto, de modo que pudieron orar juntos en común acuerdo por diez días. Sería difícil que aun unos pocos de nosotros orásemos por diez horas en común acuerdo, pero fueron ciento veinte los que oraron en un lugar que estaba lleno de amenazas. En aquel entonces los líderes religiosos de Jerusalén estaban amenazando darles muerte a los seguidores de Jesús. Estaban bajo esta amenaza de muerte, sin embargo se atrevieron a quedarse allí y orar por diez días, y oraron en común acuerdo. No les interesaba su seguridad o su paz. Ellos se interesaban por la comisión del Señor, por el testimonio del Señor (Hch. 1:8; Lc. 24:48) y por la predicación del evangelio en Su nombre (Lc. 24:47; Mt. 28:19).
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