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Reino, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4708-2
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CAPÍTULO CUATRO

LA SEMILLA DEL REINO

Lectura bíblica: Mt. 1:1, 2, 6, 11, 16-18, 20, 21, 23; 2:1-13, 16, 19, 20, 22, 23

Como ya hemos visto, el reino es Cristo mismo como semilla de vida que se sembró en nuestro ser, que crece, se propaga y madura en nuestro interior hasta que se produzca la cosecha en toda su plenitud. La cosecha en su plenitud es la manifestación del reino.

En el primer capítulo del Nuevo Testamento tenemos el relato de una Persona maravillosa, Cristo, quien nos es recomendado como semilla del reino. Es necesario que comprendamos más profundamente lo que es esta semilla del reino. Quizás digamos que la semilla del reino es el Señor Jesús, pero es posible que el entendimiento que tengamos con respecto a Él sea todavía bastante superficial.

UN ESPÍRITU DE REVELACIÓN

Resulta fácil leer la Biblia como palabras en blanco y negro, y también es muy fácil inferir cierto significado o impresión al leerla de esta manera. Sin embargo, una cosa es meramente leer las palabras de la Biblia y otra muy distinta es captar su significado espiritual. Por ejemplo, cuando los fariseos discutieron con el Señor Jesús sobre el divorcio, incluso citando las Escrituras, Él les respondió de una manera distinta. Él les dijo: “Desde el principio no ha sido así” (Mt. 19:8). En otra ocasión, los saduceos discutieron con el Señor Jesús sobre la resurrección. Podríamos decir que ellos eran los “modernistas” de su era, pues no creían en la resurrección. Éstos citaron algunos versículos de la Biblia, y el Señor Jesús también les citó otro (22:23-33). Él les habló del nombre de Dios dado en Éxodo 3:6: “Yo soy [...] el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Si nos limitamos a leer el texto de la Biblia, entenderemos que Dios es el Dios de estos tres: el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Incluso estudiantes de primaria podrían leer y captar esto. Pero, con base en este nombre divino, ¡el Señor Jesús pudo revelar algo sobre la vida y la resurrección! Puesto que Dios es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, y todos ellos han muerto, y puesto que Dios es el Dios de los vivos y no de los muertos, ¡ciertamente Dios debe ser el Dios de la resurrección! De esta manera, el Señor Jesús también les demostró que todos aquellos santos que murieron serían resucitados. Tal revelación espiritual se halla en el texto bíblico, pero no podemos apreciarla simplemente mediante la letra de la Biblia; se requiere algo más. Necesitamos un espíritu de sabiduría y de revelación (Ef. 1:17).

En cierto sentido, es fácil leer el primer capítulo de Mateo. En éste encontramos “la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”. No es complicado entender que éstos fueron los antepasados del Señor Jesús y que María era Su madre. ¡Pero lo que más necesitamos con respecto a este capítulo es la revelación! A fin de conocer el reino tenemos que conocer la semilla del reino. ¿Qué es esta semilla? Tal vez digan que es el Señor Jesús; pero ¿qué es Él? No les pregunto quién es el Señor Jesús, sino qué es Él. Necesitamos ver algo que va mucho más allá de una mera respuesta doctrinal. Necesitamos revelación para ver que el Señor Jesús es el fruto de muchas generaciones mezclado con la divinidad. Aquel que es fruto de tal mezcla de muchas generaciones humanas con el Dios Triuno es llamado Jesús y Emanuel (Mt. 1:21, 23).

CUARENTA Y DOS GENERACIONES HUMANAS

Cuarenta y dos generaciones se hallan incluidas en esta genealogía, las cuales se encuentran divididas en tres grupos de catorce generaciones cada uno. El primer grupo se inicia con Abraham y finaliza con David el hombre. El segundo grupo comienza con David el rey. Así pues, David es contado como dos generaciones: una como el hombre con quien concluye el primer grupo, y otra como el rey que da inicio al segundo grupo. El tercer grupo abarca desde el tiempo del cautiverio hasta el nacimiento de Jesucristo. Estas cuarenta y dos generaciones tienen mucho significado.

El primer grupo corresponde a seres humanos comunes. Abraham era una persona común al igual que Jacob, e incluso David el hombre. El segundo grupo corresponde a los reyes y representa las generaciones de la realeza. El rey David engendró al rey Salomón, y a su vez, el rey Salomón engendró a otro rey y así sucesivamente. El tercer grupo comprende a todas las generaciones nacidas durante el cautiverio así como a las que retornaron del mismo. Si no hubiesen retornado del cautiverio, habría sido imposible que el Señor Jesús naciese del linaje santo en la ciudad de Belén, pues casi todo el linaje santo había sido dispersado por todo el mundo gentil. Que el pueblo retornase de la cautividad permitió que el Señor Jesús viniera a la tierra por primera vez. La venida del Señor Jesús fue fruto de todas esas generaciones humanas: generaciones de hombres comunes, generaciones de reyes y generaciones de aquellos que fueron llevados cautivos y retornaron del cautiverio.

¡El Señor Jesús es maravilloso! Él fue el fruto de Abraham, el verdadero Isaac; quien en figura fue muerto y resucitado; además, se casó con Rebeca, quien tipifica a la iglesia como la novia. El Señor Jesús también fue el fruto de David, esto es, Salomón, quien poseía una sabiduría extraordinaria y quien edificó el templo de Dios.

Para comprender los primeros diecisiete versículos del Nuevo Testamento, es necesario recibir la revelación completa de todo el Antiguo Testamento, pues esos diecisiete versículos en realidad nos proveen una síntesis de la totalidad del Antiguo Testamento. Si queremos abordar estos versículos es necesario abordar asuntos contenidos desde Génesis hasta Malaquías.

El Señor Jesús era tal fruto: el fruto de Abraham, el fruto de David e incluso el fruto de una mujer, una virgen. A Abraham se le hizo una promesa en cuanto a su fruto (Gn. 22:18), como también se le hizo a David en cuanto a su fruto (2 S. 7:12-13). Asimismo hubo una promesa en cuanto al fruto de la mujer (Gn. 3:15). Esta simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente. De las cuarenta y dos generaciones, éstas son apenas tres: el fruto de Abraham, Isaac, quien fue muerto y resucitado, y cuyo retorno fue efectuado con el propósito de recibir a la novia; el fruto de David, Salomón, quien poseía sabiduría y pudo llevar a cabo la edificación del templo de Dios; y el fruto de la mujer, Cristo, quien aplastó la cabeza de la serpiente. El Señor Jesús era tal fruto.


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