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Iglesia como el Cuerpo de Cristo, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4182-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 2 de 21 Sección 2 de 4

EL GOBIERNO DE DIOS
INTRODUCE LA GLORIA DE DIOS

Estos dos asuntos, la autoridad y la imagen, están relacionados. Según el orden en que se presentan en Génesis, la imagen viene primero y después la autoridad; sin embargo, en el Nuevo Testamento, siempre se menciona la autoridad antes de la imagen. Debemos prestar atención a este principio importante en la Biblia: la imagen de Dios es Dios expresado; únicamente cuando Dios es expresado puede manifestarse Su imagen. Por ejemplo, cuando Dios se dio a conocer en Apocalipsis 4, se menciona una imagen, y esa imagen es gloria (v. 3). Efesios nos dice que Dios llega a ser el todo en el hombre y que Dios es glorificado en la iglesia (3:16-21). Siempre que Dios se da a conocer, Él es glorificado. Cuando Dios es glorificado, se expresa Su imagen.

Supongamos que Dios sea expresado en nuestro vivir cotidiano como resultado de la comunión cabal que tenemos con Él. Las personas tal vez sientan que Dios es glorificado en nosotros, o que Dios es glorificado por medio de nosotros; hasta les parecería ver la semejanza de Dios en nosotros. La gloria que se expresa es la imagen de Dios. El Nuevo Testamento nos habla primeramente de la autoridad, no de la imagen. Dios puede darse a conocer únicamente a través de aquellos que se sujetan a Su autoridad. Cuando nos sujetamos a la autoridad de Dios, Su gloria puede ser vista en nosotros, y Su imagen es expresada en Su gloria.

Ésta es también la secuencia que encontramos en la última frase de la oración que hizo el Señor en Mateo 6:13, que dice: “Porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”. Dondequiera que esté el gobierno de Dios, Dios será expresado, y la imagen de Dios, la gloria de Dios, estará presente. Al final de Apocalipsis vemos que toda la ciudad de la Nueva Jerusalén expresa la imagen de Dios. En Apocalipsis 4:3 vemos que el Dios que estaba sentado en el trono era semejante a piedra de jaspe; y en 21:11 vemos que la luz de la ciudad de la Nueva Jerusalén era semejante a piedra de jaspe. Esto nos muestra que la expresión de la Nueva Jerusalén es la imagen de Dios, la gloria de Dios. La base sobre la cual Dios es glorificado por medio de la Nueva Jerusalén es el establecimiento del dominio de Dios en la tierra. En otras palabras, Su gloria es mantenida por la ciudad; y la ciudad representa el dominio de Dios, la autoridad de Dios. Todo el que trate de hacerle daño a la ciudad estará atentando contra la gloria de Dios; y todo el que le intente hacerle daño a la ciudad estará impidiendo que la gloria de Dios sea expresada. En esto vemos la relación que hay entre la autoridad y la imagen.

Sin embargo, la imagen y la autoridad son la expresión externa, no la fuente interna. La autoridad es una expresión externa, y la gloria es también una expresión externa; ni la autoridad ni la expresión son la fuente interna. La fuente interna es la vida. Apocalipsis 21 y 22 nos muestra que externamente la Nueva Jerusalén expresa la gloria, pero que en su interior se encuentran el río de agua de vida y el árbol de la vida. Génesis 1 menciona los asuntos externos de la imagen y la autoridad (vs. 26-28), mientras que en el capítulo 2 vemos el árbol de la vida y el río que se reparte en cuatro brazos (vs. 9-14). Esto nos muestra que a fin de tener autoridad y expresar la gloria, es imprescindible que tengamos la vida interior; debemos permitir que la vida fluya en nosotros. La vida de Dios, la cual procede del trono de donde Dios reina, trae consigo la autoridad (Ap. 22:1). La vida divina lleva la autoridad a todo aquel que recibe el fluir. Es únicamente cuando la vida divina fluye en el hombre con la autoridad divina que éste puede gobernar por Dios, y es únicamente entonces que la gloria de Dios puede expresarse por medio del hombre.

Debemos ver que Dios se ha propuesto ganar un lugar y un medio en la tierra donde Su autoridad pueda ser ejercida, de manera que Su imagen se pueda expresar y Él pueda ser glorificado. La iglesia es ese lugar y ese medio. Es imposible obtener la autoridad y la imagen de Dios si menospreciamos la iglesia. Sin la iglesia no podemos tener la autoridad de Dios, y sin la iglesia tampoco podemos tener la expresión de Dios. Tanto la autoridad como la expresión de Dios están en la iglesia; sin la iglesia, no podrán estar presentes la autoridad ni la expresión de Dios.

Examinemos ahora nuestra condición. En una iglesia todo depende de la autoridad; no depende del lugar donde ella esté ni del número de creyentes que la compongan. No depende de si dichos creyentes son poderosos, emotivos, efusivos o fervientes; más bien, todo lo relacionado con la iglesia depende de la autoridad de Dios. Esta autoridad es el regir de Dios; es la autoridad de Dios que se expresa por medio del hombre. Nosotros podemos ser fervientes y no expresar la autoridad de Dios. Podemos ser emotivos y no expresar la autoridad de Dios. Incluso podríamos dar la impresión de que somos espirituales y, aun así, no expresar la autoridad de Dios. Podemos ser esto o lo otro, y no dar a otros la sensación de temor, de asombro y del dominio de Dios.

Por ejemplo, podemos asistir a un concierto y sentirnos emocionados, efusivos y alegres, pero aun así, no percibir la autoridad. Sin embargo, si entramos en el palacio presidencial, podemos percibir algo que es completamente diferente de la sala de conciertos. En la oficina del presidente, de inmediato percibiremos autoridad. Lo mismo debe suceder en la iglesia. En una reunión apropiada de la iglesia debemos poder percibir la autoridad de Dios. Lamentablemente, algunas personas sienten como si hubieran entrado a una sala de conciertos o, peor aún, a un lugar de contiendas. Lo único que perciben allí son las opiniones, las disensiones y la carne de los hombres, mas no la autoridad de Dios. Por supuesto, debemos condenar toda opinión, disensión y la carne; sin embargo, incluso las cosas aparentemente positivas como son la efusividad y la armonía también estarán por debajo de la norma si no manifiestan el dominio de Dios ni Su autoridad.


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