Estudio-vida de Génesispor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1420-6
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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David era un hombre que confiaba en Dios y recurría a El (1 S. 17:37, 45; 30:6). El secreto de la vida de David consistía en que él deseaba morar continuamente en la casa de Dios y contemplar Su hermosura (Sal. 27:4, 8, 14). Esto significa que él disfrutaba de la presencia de Dios. Además, disfrutaba a Dios como la grosura y como el torrente de Sus delicias (Sal. 36:8-9). David dijo: “Contigo está el manantial de la vida”. Esto demuestra que aun en aquellos tiempos David disfrutaba de la vida de Dios como el árbol de la vida y como el río que fluía dentro de sí. Este disfrute hizo de él ese gran rey de los hijos de Israel.
Todos conocemos la historia de Daniel. No obstante, la mayoría de los cristianos sólo sienten curiosidad en cuanto a las profecías de Daniel. Desean saber sobre la gran imagen de Daniel 2, la imagen que tenía cabeza de oro, hombros de plata, abdomen de bronce, piernas de hierro y dedos de barro. También quieren conocer las bestias que salen del mar en Daniel 7. Todos los jóvenes se interesan por estos asuntos. Aunque pasé mucho tiempo estudiando estos puntos hace años, finalmente llegué a valorar más los otros aspectos del libro de Daniel. Ahora me agrada el libro de Daniel porque allí veo a un hombre que oraba constantemente al Señor y tenía un contacto continuo con El (Dn. 6:10-11; 9:3-4; 10:2-3, 12). Daniel 6 nos enseña que Daniel era preeminente entre los gobernadores y príncipes en el reino de Darío. Los demás gobernadores y príncipes le tenían envidia y planearon intrigas en su contra, tratando de destruirlo. Cuando Daniel se enteró de esto, acudió al Señor y oró. La meta de la conspiración de ciento veinte gobernadores consistía en hacer tambalear la relación que tenía Daniel con Dios. No obstante, Daniel abrió sus ventanas hacia Jerusalén y oraba tres veces al día. Al leer la profecía de Jeremías, Daniel se enteró de que el período de exilio sería setenta años y de que el cautiverio iba a terminar; entonces empezó a orar (Dn. 9:2-3). Luego recibió otra visión y oró sin detenerse durante tres semanas hasta que recibió la respuesta (Dn. 10:1-3, 12). La vida de oración de Daniel procedía de una vida santa. El llevaba una vida santa en la tierra pagana de Babilonia. Por ejemplo, Daniel se negó a participar de la comida del rey, la cual era ofrecida a los ídolos y luego usada para alimentar al rey y a su gente (Dn. 1:8). El rechazó esa comida y disfrutaba mucho a Dios. El disfrutaba a Dios como el árbol de la vida.
Al llegar al Nuevo Testamento, vemos que la primera persona en la línea de vida del Nuevo Testamento fue el Señor Jesús. Jesús no sólo disfrutaba el árbol de la vida, sino que El mismo era el árbol de la vida. El dijo que venía del Padre y que vivía por el Padre (Jn. 6:57). El no vivió conforme al conocimiento ni al aprendizaje. El vivía, andaba y laboraba conforme al Padre que obraba dentro de El (Jn. 14:10).
Nosotros los creyentes neotestamentarios tenemos un destino: permanecer en el Señor y permitir que El more en nosotros (Jn. 15:5). Esto significa que disfrutamos al Señor. El Señor Jesús nos dijo que debemos comerle a El, y que todo aquel que lo coma vivirá por El (Jn. 6:57; 14:19). Debemos comer al Señor Jesús porque El es nuestro pan de vida, nuestro árbol de vida. El árbol de la vida es la vida presentada en forma de alimento. En Juan 6 el Señor se presentó como la provisión de vida también en forma de alimento, diciéndonos que El es el pan de vida (v. 35) y que Su carne es comestible (v. 55). Si lo comemos a El, lo tomaremos como nuestra vida y como nuestra provisión de vida por la cual vivimos. Este es el verdadero disfrute del árbol de la vida.
Entre todos los creyentes neotestamentarios, Pablo fue el ejemplo por excelencia de un hombre que vivía al Señor. En Gálatas 2:20, dijo que Cristo vivía en él y que la vida que él vivía la vivía por la fe del Señor Jesús. Pablo dijo que él mismo había sido crucificado y sepultado, y que era Cristo quien vivía en él. Finalmente Pablo pudo decir: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). Cristo era su vida y su provisión de vida, porque Pablo disfrutaba a Cristo como él árbol de la vida.
La iglesia es el Cuerpo de Cristo. Es imposible que el cuerpo no disfrute de la cabeza. El cuerpo no puede ser separado de la cabeza, pues esa separación significaría la muerte. La iglesia entera es el Cuerpo de Cristo, depende de Cristo y vive por Cristo como vida (Ef. 1:23; Col. 3:4). Por lo tanto, podemos ver que la iglesia puede disfrutar a Cristo como el árbol de la vida.
Al final de la Biblia vemos la consumación del árbol de la vida: la Nueva Jerusalén. En el centro de esa ciudad hallamos el río de vida, que sale del trono de Dios y del Cordero, y en el cual crece el árbol de vida que lleva fruto cada mes (Ap. 22:1-2). Nuestro destino y nuestra porción eterna será el disfrute del árbol de la vida y el agua de la vida. La Biblia concluye con una promesa y un llamado. La promesa se encuentra en Apocalipsis 22:14 donde leemos: “Bienaventurados los que lavan sus vestiduras, para tener derecho al árbol de la vida”. Vemos el llamado de Apocalipsis 22:17 donde leemos: “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. Por tanto, toda la Biblia termina con comer y beber, es decir, con disfrutar a Dios como el árbol de la vida y con beberlo como el agua de la vida. Esta es la consumación de la línea de la vida.
¿Qué debemos hacer ahora? No debemos hacer nada. Sólo debemos permanecer en la línea del árbol de la vida, disfrutando a Dios como nuestra vida y como nuestra provisión de vida. Dios se ocupará de todo. Al disfrutar al Señor como nuestra provisión de vida, nuestra vida cotidiana, nuestro andar, nuestra labor y la edificación de las iglesias serán el resultado de ello. Entonces todo lo que tengamos se conformará al elemento divino, al elemento de Dios, y no a nuestros conceptos. Ahora vemos el camino que debemos tomar. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que todos sigamos la línea de la vida.
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