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Visión del edificio de Dios, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6775-2
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Actualmente disponible en: Capítulo 7 de 19 Sección 1 de 4

CAPÍTULO SIETE

LA EXPERIENCIA EN EL LUGAR SANTÍSIMO

Todas nuestras experiencias de Cristo en el Lugar Santo son muy positivas, pero todavía no son lo suficientemente adecuadas. Entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo nos encontramos con un problema: el velo (Éx. 26:33). El velo representa la carne (He. 10:20), el yo. Los ídolos han sido eliminados, el problema del pecado ha quedado atrás, y los enredos con el mundo han sido abandonados, pero el yo todavía está con nosotros. Dios tiene cuatro enemigos principales: los ídolos —que representan los espíritus malignos o las huestes satánicas—, el pecado, la mundanalidad y el yo. Como cristianos que somos, podemos ser liberados de los primeros tres, y estar actualmente disfrutando a Cristo como el todo para nosotros. Pero ¿qué de nuestro yo? La mayoría de nosotros debemos reconocer que éste no ha sido aún quebrantado.

Muchas veces usamos el propio Cristo que disfrutamos como un elemento para gloriarnos. Pensamos para nuestros adentros: “Ahora soy una persona muy maravillosa; estoy tan lleno de Cristo. Conozco que Cristo es mi vida, mi alimento, mi luz y mi incienso a Dios. Cristo es mi todo”. Pero todo ello no es otra cosa que “yo, yo y yo”, el terrible yo. Todavía somos personas muy superficiales. Aunque disfrutamos mucho a Cristo, el gran problema que tenemos ahora es el yo.

LA PERFECCIÓN EN EL LUGAR SANTÍSIMO

Examinen el cuadro de Éxodo cuidadosamente. Es sólo cuando entramos en el Lugar Santísimo del tabernáculo y allí experimentamos el Arca que podemos llegar a ser una tabla apropiada, una tabla que está recubierta del oro por ambos lados, una tabla que es apta para el edificio de Dios. Únicamente las tablas del Arca están recubiertas de oro por ambos lados. La mesa del pan de la Presencia que está en el Lugar Santo está recubierta de oro sólo por un lado. En el Lugar Santo aún no se ha llevado a cabo por completo la obra de revestir con oro. Por lo tanto, debemos proseguir a experimentar el Arca, a fin de ser perfeccionados al ser revestidos del oro divino por dentro y por fuera. Entonces seremos el material apropiado y adecuado para el edificio de Dios. Necesitamos ser perfeccionados; necesitamos llegar a ser como las tablas del Arca. Las tablas usadas para edificar el tabernáculo de Dios correspondían exactamente a las tablas del Arca. Esto significa que es únicamente al experimentar el Arca que llegamos a ser las tablas adecuadas para el edificio de Dios. En otras palabras, mientras no experimentemos el Arca, no habremos sido perfeccionados ni estaremos disponibles para el edificio. Aunque muchos cristianos hablan mucho en cuanto a la vida de iglesia, hablando con propiedad, no son materiales disponibles para la iglesia.

Las tablas mismas del tabernáculo son producidas a través de nuestra experiencia del Arca, puesto que tanto aquéllas como ésta están completamente recubiertas de oro. El principio es el mismo que el que hemos visto en la producción de las basas de bronce usadas para el fundamento del atrio. Dicho fundamento provenía de haber experimentado el altar de bronce y el lavacro de bronce. Ahora debemos avanzar del atrio, pasando por el Lugar Santo, para entrar en el Lugar Santísimo, a fin de ser producidos como las tablas del edificio de Dios. Es únicamente en el Lugar Santísimo que somos perfeccionados y hechos completamente aptos para el edificio de Dios.

LA MANERA DE ENTRAR EN EL LUGAR SANTÍSIMO

¿Cómo podemos avanzar del Lugar Santo y entrar en el Lugar Santísimo? Es sólo cuando nuestro yo sea quebrantado y aniquilado. Debemos negarnos a nuestro problemático yo y permitir que sea juzgado y quebrantado. El velo que separa el Lugar Santo del Lugar Santísimo tiene que ser rasgado. Entonces podremos entrar al Lugar Santísimo y disfrutar a Cristo de una manera más plena.

El velo de separación tipifica nuestra carne, nuestra naturaleza vieja y carnal. Así como el velo tenía que ser rasgado, de igual manera nuestra naturaleza carnal, nuestro yo, tiene que ser quebrantada para que podamos entrar al Lugar Santísimo. Nuestro yo, nuestro viejo hombre, ya fue juntamente crucificado con Cristo en la cruz (Ro. 6:6). Por lo tanto, es por medio de la cruz que se abre la entrada al Lugar Santísimo. Debemos aplicarnos a nosotros mismos la cruz de Cristo. Debemos comprender que nosotros mismos somos el velo de separación que nos impide entrar al Lugar Santísimo de Dios. Por lo tanto, es preciso que nuestro yo sea crucificado. La vieja naturaleza tiene que ser completamente abandonada; el viejo hombre tiene que ser quebrantado. Es mediante la experiencia práctica de la muerte del Señor, mediante la aplicación práctica de la cruz a nuestro problemático yo, que podemos entrar al Lugar Santísimo para participar de Cristo como la corporificación misma de Dios tipificada por el Arca.


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