Estudio-vida de 1 Corintiospor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1445-9
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En el versículo 9 Pablo escribe: “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión de Su Hijo, Jesucristo nuestro Señor”. Estas palabras son una continuación del versículo 8 y refuerzan con la certeza de la fidelidad de Dios el pensamiento que ahí se presenta. Dios en Su fidelidad confirmará a los creyentes hasta el fin, haciéndoles irreprensibles en el día que regrese el Señor.
El versículo 9 dice que Dios nos llamó a la comunión de Su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor. La comunión en este versículo habla de participar del Hijo de Dios, de disfrutar al Cristo que lo es todo. Dios nos llamó a esta comunión para que participemos del Cristo que es la porción que Dios nos asignó. Este versículo, al igual que las palabras del versículo 2 que dicen que Cristo es de ellos y nuestro, vuelve a recalcar el hecho crucial de que Cristo es el centro único de los creyentes, el cual soluciona todos los problemas que existen entre ellos, especialmente el de la división.
Esta epístola revela que Cristo, quien es la porción de los creyentes y a cuya comunión fuimos llamados, es todo inclusivo. El es el poder de Dios y la sabiduría de Dios como justicia, santificación y redención para nosotros (1:24, 30). El es el Señor de gloria (2:8) para nuestra glorificación (2:7; Ro. 8:30). El es las profundidades de Dios (2:10). El es el fundamento único del edificio de Dios (3:11). El es nuestra Pascua (5:7), el pan sin levadura (5:8), el alimento espiritual, la bebida espiritual y la roca espiritual (10:3-4). El es la Cabeza (11:3) y el Cuerpo (12:12). El es las primicias (15:20, 23), el segundo hombre (15:47) y el postrer Adán (15:45), quien como tal, fue hecho Espíritu vivificante (15:45) para que lo recibamos como el todo para nosotros. Esta persona todo inclusiva, cuyas riquezas se aprecian por lo menos en diecinueve aspectos, es la porción que Dios nos dio para que la disfrutemos. Debemos centrarnos en El, y no en ninguna otra persona o asunto. El es el único centro designado por Dios, y debemos fijar nuestra atención en El para que se solucionen todos los problemas que existen entre los creyentes. Dios nos llamó a la comunión de esta maravillosa persona, el Hijo de Dios. Esta comunión llegó a ser la comunión de los apóstoles, la cual ellos compartían con los creyentes (Hch. 2:42; 1 Jn. 1:3) en el Cuerpo, la iglesia, y debe ser la comunión que nosotros disfrutamos al participar del cuerpo de Cristo y de Su sangre en la mesa del Señor (10:16, 21). Esta comunión es única porque Cristo es único y no permite ninguna división entre los miembros del Cuerpo, el cual también es único.
La palabra comunión es muy profunda, y no creo que ningún maestro cristiano ni ningún expositor de la Biblia pueda agotar su significado. La comunión no se refiere simplemente a la comunicación que existe entre usted y otra persona; denota también una participación. Además, significa que nosotros y Cristo llegamos a ser uno, que disfrutamos a Cristo y todo lo que El es, y que El nos disfruta a nosotros y lo que somos. Como resultado, no sólo existe una comunicación mutua, sino una mutualidad en todo aspecto. Todo lo que Cristo es llega a ser nuestro, y todo lo que nosotros somos llega a ser Suyo. El objetivo por el cual Dios nos llamó es que participemos de la mutualidad que existe entre nosotros y el Hijo de Dios. No creo que exista en ningún idioma un equivalente exacto de la palabra griega que se traduce comunión. Fuimos llamados a la comunión del Hijo de Dios. Fuimos llamados a una mutualidad en la que disfrutamos al Hijo de Dios, y en la cual somos uno con El y El uno con nosotros. Más adelante en esta epístola, Pablo escribe: “Pero el que se une al Señor, es un solo espíritu con El” (6:17). Participar de esta unidad es el objetivo por el cual fuimos llamados. En ella disfrutamos de lo que Cristo es, y El disfruta de lo que nosotros somos.
Aunque nuestra condición es deplorable, Cristo nos disfruta de todos modos. Tal vez a usted le resulta difícil creer esto, y diga: “Yo creo firmemente que fuimos llamados a disfrutar a Cristo, pero ¿cómo puede Cristo disfrutar de nosotros? Usted podrá afirmar que esto es así, pero a mí me cuesta creerlo”. A esto, Cristo contestaría: “Hijo, Yo disfruto mucho de ti, y no sabes cuánto. Aun cuando te encuentras débil y decaído, te sigo disfrutando, pues soy un solo espíritu contigo”.
El versículo 9 está relacionado con el versículo 2, donde Pablo escribe: “Con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”. Cristo es nuestro y también de ellos; pertenece a nosotros y a todos los creyentes.
Algunos eruditos bíblicos creen que en el versículo 2, las palabras de ellos y nuestro aluden a lugares. No estoy de acuerdo con esta interpretación. Pablo no habla del lugar de ellos y del nuestro, como si se refiriera a que ellos invocan el nombre del Señor en su lugar de residencia, y nosotros en el nuestro. Esta no es la idea que comunica Pablo. Lo que dice es que el propio Señor Jesucristo, cuyo nombre invocamos en todo lugar, es nuestro Señor y también de ellos, nuestra porción y la de ellos. Esto significa que todos los santos tienen al Señor como porción, pues fuimos llamados a la comunión del Hijo de Dios, el Señor Jesucristo.
Esto nos trae a un asunto muy importante: todos los creyentes, incluyéndonos a nosotros, tienen preferencias, y los creyentes corintios no eran una excepción. Por ser griegos, eran un pueblo filosófico. Normalmente las personas sencillas no tienen muchas preferencias. Por ejemplo, si usted le pregunta a una de ellas que a cuál anciano de su localidad prefiere, quizás conteste que todos son iguales, que no ve ninguna diferencia entre ellos. Pero si le hace la misma pregunta a una persona analítica, en seguida le contestará que prefiere a cierto anciano.
En la iglesia local por lo general hay dos o tres ancianos. ¿No prefiere usted a uno en particular? Cuando necesita conversar de algo relacionado con la iglesia, ¿no prefiere usted dirigirse a su anciano preferido? Quizás usted exprese que le gusta platicar con el hermano fulano. Esto muestra que ese hermano es su preferencia. Además indica que usted es una persona analítica e incluso filosófica, y que tal vez ha estudiado mucho a los ancianos de su localidad. La mayoría de los miembros de la iglesia local ha dedicado tiempo analizando a los ancianos de su localidad, y como resultado, prefieren a alguno de ellos.
Las preferencias provienen de la carne. Si usted retiene su preferencia, sepa que está en la carne. Además, tener preferencias lo lleva a uno a abandonar a Cristo como centro. Nuestro único centro es el Señor, el cual es de ellos y nuestro, el Hijo de Dios a cuya comunión Dios nos llamó. No fuimos llamados a tener preferencias, a preferir a este anciano o aquella iglesia local. En ocasiones, los santos han dicho: “No estoy contento con la iglesia de mi localidad y no quiero permanecer ahí. Procuraré mudarme a otra ciudad”. Esto es tener preferencias, y es una acción de la carne. Quisiera repetir lo que dije antes: las preferencias nos llevan a abandonar a Cristo como centro.
Cuando Pablo escribía su epístola a los creyentes corintios, él parecía decirles: “Queridos hermanos y hermanas, deben darse cuenta que ni Pablo ni Cefas, ni Apolos, ni ninguna otra persona ocupa el centro entre los creyentes. Dicho centro tampoco lo constituye un Cristo estrecho, el Cristo de su preferencia. El Cristo que ocupa el centro de todos los creyentes es tanto de ellos como nuestro”. Si vemos esto, no pondremos nuestra mirada en las personas, en las localidades, y en las nacionalidades; más bien daremos toda nuestra atención al Cristo que es el centro único de todos los creyentes.
Pablo dirige esta epístola específicamente “a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, los santos llamados”. Estos santos, los creyentes que vivían en Corinto, eran los componentes de la iglesia de Corinto. No obstante, esta epístola no sólo fue escrita a ellos, sino también a “todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”. No debe haber ninguna diferencia. Además, según el versículo 9, Dios nos llamó a todos a la comunión de Cristo. Fuimos llamados a la unidad, a la mutualidad, entre nosotros y El. Por consiguiente, no debería haber ninguna preferencia con respecto a iglesias locales y a creyentes individuales. Sólo Cristo, y nadie más, constituye el centro de todos los cristianos.
Quisiera recalcar una vez más que el único centro que tenemos es Cristo, y nada más. Si la iglesia de su localidad está bien o mal, animada o desanimada, no importa mucho. Lo que importa es que Cristo sea el único centro. A nosotros se nos llamó a entrar en El, a tener comunión con El, a disfrutar y participar de El. Fuimos llamados a una mutualidad en la cual somos uno con El. Esto es lo único que puede absorber las divisiones y eliminar las diferencias y preferencias que hay entre los santos.
Si analiza la situación que existe entre los cristianos, se dará cuenta que abundan las preferencias. Unos prefieren ser presbiterianos, mientras que otros, bautistas, metodistas, luteranos o pentecostales. Algunos dicen: “Me gusta esto”; y otros: “Me gusta aquello”. Algunos declaran: “Me cae bien este pastor”; otros dicen: “Me cae bien ese ministro”. Hoy es común oír de la boca de los creyentes: “Me encanta ... Me gusta...”. Tal vez a usted le guste algo, pero puede ser que a Dios no. Lo único que complace a Dios es Cristo. Dios tiene un centro único, Jesucristo, y no lo llamó a usted a la denominación de su predilección, sino a la comunión de Su Hijo. Ningún individuo o grupo debe ser nuestra preferencia. Nuestra única preferencia, nuestra única elección, debe ser Cristo como único centro, el Cristo que es de ellos y nuestro, el Cristo a cuya mutualidad fuimos llamados por Dios. ¡Espero que todos veamos que Dios nos llamó a la comunión de este Cristo!
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