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Cristo como el Espíritu en las Epístolaspor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6299-3
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Actualmente disponible en: Capítulo 3 de 6 Sección 3 de 4

El Espíritu de vida
y el Espíritu de la filiación divina

Cuando el Espíritu del Hijo entra en nosotros, Él es el Espíritu de vida que imparte la vida divina, la misma vida de Dios, en nosotros (Ro. 8:2). Esto es impartir a Cristo mismo en nosotros como vida. Por medio de esta impartición de vida somos regenerados, es decir, nacemos de Dios. Entonces desde el momento de nuestra regeneración, el Espíritu de vida es el Espíritu de la filiación divina para nosotros, operando en nuestro ser a fin de transformarnos y conformarnos a la imagen de Cristo. Como resultado, seremos total y completamente santificados, es decir, estaremos en un estado de santidad.

El Espíritu de Cristo y el Espíritu de vida
llegan a ser el Espíritu de la filiación divina
para nosotros por medio
de Su obra de transformación

Debido a que Cristo ha llegado a ser el Espíritu (1 Co. 15:45), toda la “historia” de Su resurrección y transfiguración está ahora en el Espíritu, quien es el Espíritu de Cristo (Ro. 8:9). Ahora este Espíritu, la dosis todo-inclusiva, ha entrado en nosotros a fin de ser el Espíritu de vida para la filiación divina, haciéndonos los hijos de Dios. Por tanto, este Espíritu de vida llega a ser el Espíritu de la filiación divina para nosotros. La manera en la que Él cumple su obra de filiación es transformarnos de día en día.

Antes de ser salvos, estábamos en el estado de la carne pecaminosa, la carne de pecado (v. 3). Un día oímos el evangelio, y este Espíritu maravilloso de Cristo entró en nosotros como el Espíritu de vida a fin de regenerarnos. Ahora este Espíritu está operando, moviéndose y regulándonos dentro de nosotros (v. 2) con miras a la filiación, es decir, para hacer de los pecadores hijos divinos de Dios. Este Espíritu de la filiación divina se mueve, obra, nos satura, nos impregna y nos transforma hasta que finalmente nosotros seamos transformados completamente a la imagen de Cristo. Esto nos introducirá en un estado de santidad. Éste es el cumplimiento de la filiación divina.

Cuando el Espíritu de Cristo entró en nosotros, la obra de la filiación comenzó, pero no había llegado aún a su cumplimiento. De allí en adelante, el Espíritu de Cristo, quien es el Espíritu de vida, obra en nosotros como Espíritu de la filiación divina para dar cumplimiento a la filiación. Entonces cuando seamos impregnados, saturados y totalmente transformados, seremos santificados completamente, es decir, introducidos por completo en un estado de santidad, el cual es el cumplimiento de la filiación divina.

Todo lo dicho anteriormente es revelado por los títulos principales que tiene el Espíritu en Romanos: el Espíritu de Cristo, el Espíritu de vida y el Espíritu de la filiación divina. Este Espíritu también es el Espíritu de Dios, quien no es nada menos que Cristo mismo (vs. 9-10).

EL ESPÍRITU DE EDIFICACIÓN DEL CUERPO DE CRISTO

Romanos nos muestra que Cristo como Espíritu de vida entra en nosotros con el propósito de lograr la filiación en santidad a fin de que podamos ser transformados y conformados totalmente a Su imagen para ser los hijos de Dios plenamente. Sin embargo, la intención de Dios es que todos nosotros seamos edificados juntamente. Por tanto, después de Romanos, en 1 Corintios se nos muestra cómo podemos ser edificados juntamente. Puesto que 1 Corintios es un libro de edificación, el Espíritu mencionado en este libro es el Espíritu de edificación.

El Espíritu mora en nuestro interior
con el fin de edificar el Cuerpo de Cristo

Podemos ver esto en por lo menos tres capítulos de 1 Corintios: capítulos 3, 6 y 12. Los versículos del 9 al 16 del capítulo 3 nos muestran que el Espíritu mora en nuestro interior con el fin de llevar a cabo la edificación. Luego 6:15, 17 y 19 nos dicen que el Espíritu Santo mora en nosotros para hacernos los miembros de Cristo. El Espíritu no mora sólo en nuestro espíritu, sino también dentro de nuestro cuerpo para hacerlo Su templo. Esto corresponde con Romanos 12:1, que nos dice que presentemos nuestros cuerpos por el bien del Cuerpo de Cristo. A medida que Él mora en nuestro interior, hace que nuestros cuerpos sean aptos para el Cuerpo de Cristo. En los capítulos 3 y 6 podemos ver que el Espíritu Santo que mora en nosotros es el Espíritu de edificación, el cual mora tanto en nuestro espíritu como dentro de nuestro cuerpo con el fin de edificarnos juntos como el Cuerpo de Cristo.


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