Sacerdocio, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-0324-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El salmo 23 es muy conocido, pero tal vez no hayamos notado lo que recalca al final: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días” (v. 6). Sabemos que este salmo comienza con los pastos delicados y luego describe las sendas de justicia y el campo de batalla, hasta llegar finalmente al punto en que el salmista mora en la casa de Dios por largos días. La meta del salmo es la morada del Señor.
Examinemos otros versículos de Salmos, prestando atención a la relación que tiene el que habla con la casa de Dios. “Jehová, la habitación de tu casa he amado, y el lugar de la morada de tu gloria” (26:8). “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo” (27:4). “Serán completamente saciados de la grosura de tu casa, y tú los abrevarás del torrente de tus delicias. Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz” (36:8-9). “¡Cuán amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos! Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo. Aun el gorrión halla casa, y la golondrina nido para sí, donde ponga sus polluelos, cerca de tus altares, oh Jehová de los ejércitos, Rey mío, y Dios mío. Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos” (84:1-3, 5). Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad” (84:10).
Veamos también algunos pasajes de los profetas. “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo” (Is. 6:1). “Las palabras de Jeremías hijo de Hilcías, de los sacerdotes que estuvieron en Anatot, en tierra de Benjamín” (Jer. 1:1). “Vino la palabra de Jehová al sacerdote Ezequiel hijo de Buzi, en la tierra de los caldeos, junto al río Quebar; vino allí sobre él la mano de Jehová” (Ez. 1:3). “Y a hablar a los sacerdotes que estaban en la casa de Jehová de los ejércitos, y a los profetas, diciendo: ¿Lloraremos en el mes quinto? ¿Haremos abstinencia como hemos hecho ya algunos años? Vino, pues, a mí palabra de Jehová de los ejércitos, diciendo: Habla a todo el pueblo del país, y a los sacerdotes, diciendo: Cuando ayunasteis y llorasteis en el quinto y en el séptimo mes estos setenta años, ¿Habéis ayunado para mí?” (Zac. 7:3-5). Notemos, además, este versículo de 2 Samuel: “Y David danzaba con toda su fuerza delante de Jehová; y estaba David vestido con un efod de lino” (6:14). Sabemos que un efod es una túnica especial que usaba el sacerdote, sin embargo, David, el rey, lo llevaba puesto en esa ocasión.
Vayamos ahora al Nuevo Testamento. “Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, del turno de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet” (Lc. 1:5). “Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Ella era de edad muy avanzada, y había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y era viuda hasta los ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo a Dios de noche y de día con ayunos y súplicas” (Lc. 2:36-37). “Había entonces en Antioquía, en la iglesia local, profetas y maestros ... Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron” (Hch. 13:1-3). “Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesús. Yo estaba en el espíritu...” (Ap. 1:9-10).
En el capítulo anterior vimos que Dios, a fin de cumplir Su propósito, determinó hacerlo mediante cierta clase de personas, a saber, los sacerdotes. No se trata simplemente de una persona que sirve al Señor, sino de uno que verdaderamente se mezcla con el Señor para que el propósito de Dios se lleve a cabo.
Son pocos los creyentes que mencionan el propósito eterno del Señor, porque pocos conocen lo que Dios desea realizar. Para conocer el verdadero sacerdocio, es necesario conocer el propósito espiritual y eterno de Dios. La Biblia nos muestra que este propósito consiste en que Dios desea forjarse en nosotros a fin de ser uno con nosotros. Este es el significado básico de la encarnación. En otras palabras, Dios entra en el hombre para ser totalmente uno con él, de tal modo que es difícil determinar qué parte es Dios y qué parte es hombre. Cuando el Señor vivía en la tierra, hacía muchas cosas, pero los hombres no percibían la fuente de Sus obras; no sabían quién actuaba, si era Dios o el hombre, debido a que Jesús era una persona maravillosa, era el Dios-hombre. El era Dios mismo y, como tal, encarnó como hombre para ser la expresión de Dios. Este es el principio de la encarnación y revela el verdadero significado del sacerdocio.
El concepto de que el hombre debe trabajar para Dios es un concepto profundamente arraigado en la mente humana. Antes de ser creyentes, nosotros no teníamos en cuenta para nada al Señor y nunca mencionábamos a Dios. Pero al volvernos al Señor, empezamos a pensar qué debemos hacer para El. Estos pensamientos nos invaden continuamente, pero no provienen de Dios sino del enemigo.
En todo el universo existen dos fuentes: Dios y Satanás. En el huerto del Edén había dos árboles que indicaban la presencia de estas dos fuentes: el árbol del conocimiento, que indicaba que Satanás es el origen de la muerte, y el árbol de vida, que mostraba a Dios como fuente de la vida. Podemos leer la Biblia muchas veces, sin ver jamás que el conocimiento, las obras y aun las cosas buenas que están separadas de Dios, no pertenecen a la fuente divina sino a Satanás. Hacer algo para Dios puede ser bueno, pero se origina en el árbol equivocado. Necesitamos comprender que hacer algo para el Señor es terrible y detestable. ¿Qué trajo la muerte a la humanidad? El árbol del conocimiento. Así que, todo deseo de hacer algo para Dios proviene de esa misma fuente.
La intención del Señor es que abramos nuestro ser a El y le permitamos entrar y llenarnos a fin de que seamos uno con El. Entonces El hará algo por medio de nosotros, y lo que haga será lo que brote de El. Este es el servicio que Dios busca de nosotros.
Si captamos el entendimiento espiritual que contiene la Biblia desde el principio hasta el final, veremos que en ella jamás se nos pide que hagamos algo para Dios, sino que nos presenta continuamente para que le disfrutemos; la Biblia dice que debemos disfrutar a Dios, comerle y beberle; debemos tomarle como nuestra vida y nuestro suministro de vida. Por esta misma razón, el árbol de la vida se halla al comienzo de la Biblia, y lo encontramos nuevamente al final de la misma. Desde el principio hasta el final, el árbol de la vida muestra que Dios es nuestro suministro de vida y nuestro deleite en vida. Cuanto más le disfrutemos, más seremos llenos de El, más nos poseerá y más unidos estaremos a El.
El Señor dijo: “Yo soy el pan de vida ... el que me come, él también vivirá por causa de Mí” (Jn. 6). Y a los que le reciben, El será un manantial, o fuente de agua en ellos (Jn. 4). Debemos desechar la idea de trabajar para Dios; El solamente desea que le disfrutemos continuamente. Hay muchas maneras de expresar esto mismo: respirarle, ingerirle, beberle y absorberle como la luz del sol. Solamente así seremos completamente ocupados, llenos, impregnados y empapados de El; entonces al ser uno con El, El actúa por medio de nosotros.
La Biblia usa varios ejemplos que nos muestran esto mismo. Notemos los sarmientos de la vid, que no hacen nada; simplemente permanecen fijos al tronco, cuyas riquezas absorben y disfrutan. Cuando se llenan de las riquezas y se saturan de la savia vital de la planta, algo se produce por medio de ellos. A esto se refiere el capítulo quince de Juan. La mayoría de los cristianos ha descuidado o ha perdido este asunto tan sencillo.
Dios desea forjarse a Sí mismo en nosotros, ya que sólo así seremos el sacerdocio. Un sacerdote es una persona que está llena, impregnada y empapada de Dios, a tal grado que es uno con El. Entonces, mediante dicha persona, Dios expresa algo de Sí mismo.
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