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Solo Cuerpo, un solo Espíritu, y un solo y nuevo hombre, Unpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4289-6
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Actualmente disponible en: Capítulo 3 de 10 Sección 2 de 4

EL CUERPO DE CRISTO
NO PUEDE EXISTIR CUANDO VIVIMOS
SEGÚN LA CARNE O SEGÚN EL HOMBRE NATURAL

Si usted ha recibido esta luz y con ella examina cuidadosamente el cristianismo actual, dirá que el Cuerpo de Cristo no se encuentra en ningún lugar. Ello se debe a la condición en que se encuentra el cristianismo actual. De joven, yo estudié en una universidad de habla inglés en Chifú que era administrada por la Junta de la Misión Presbiteriana Americana. Yo me enteré de la situación de aquella junta misionera y de la Iglesia Presbiteriana. La Iglesia Presbiteriana Americana había enviado a algunos misioneros, los cuales también enseñaban en mi universidad. Cuando estos misioneros occidentales y los pastores chinos de la Iglesia Presbiteriana se reunían, se dividían claramente en dos grupos de personas. Estos dos grupos con frecuencia disputaban entre sí, y a veces hasta se tiraban bolígrafos o Biblias. ¿Es éste el Cuerpo? ¡No! Esto no es el Cuerpo, sino la carne. Es por ello que digo que aparentemente es la iglesia, pero en realidad no lo es. Definitivamente aquello no era la iglesia.

Sin embargo, no olviden que aunque la situación entre nosotros es evidentemente más sana y mejor —pues no disputamos ni nos tiramos bolígrafos cuando nos reunimos— aún tenemos que ir más a fondo y preguntarnos si nos reunimos según Cristo en nuestro espíritu o según otra cosa. Si en lugar de comportarnos conforme a Cristo en nuestro espíritu, nos comportamos conforme a nuestra mansedumbre, nuestra elocuencia, nuestras estrategias, nuestra diplomacia o nuestra habilidad para responder con astucia, entonces, en principio, aún estamos en la carne. Simplemente se trata de una carne más civilizada, una carne más refinada.

En 1958 fui a cierto lugar de Inglaterra y me quedé allí un mes. Mientras estuve allí, los hermanos no sólo hicieron arreglos para que simplemente compartiera en ciertas conferencias, sino que también quisieron que compartiera en las reuniones del día del Señor y en otras reuniones regulares. Dos días antes de que partiera, iba a tener mi última reunión de la semana en la noche, ni siquiera sospechaba que me tocaría compartir la palabra. Sin embargo, cuando entré al salón de reuniones, el hermano responsable de ese grupo se acercó y me dijo: “Hermano Lee, quisiéramos pedirle una vez más que comparta esta noche”. Le dije: “Ni siquiera había pensado en hacerlo”. Sin embargo, como me insistió que compartiera, finalmente acepté. Aunque no tenía la intención de compartir, ni estaba preparado para hacerlo, en cuanto subí al estrado, recibí una carga. Y di un mensaje contundente, en el que dije: “El ministerio existe para las iglesias locales, no las iglesias locales para el ministerio. Por mucha experiencia que el ministerio tenga y por muy elevado, rico, espiritual o celestial que sea (quizás como el ministerio del apóstol Juan) y, por otra parte, por muy deplorable y repugnante que sean las iglesias locales (quizás como lo eran cinco de las siete iglesias de Apocalipsis 2 y 3), el ministerio aún seguirá existiendo para las iglesias; no las iglesias para el ministerio”. La palabra que compartí ese día dio en el clavo con respecto a la condición de aquel grupo de hermanos. Ellos estaban completamente a favor de tener reuniones para el ministerio, en vez de tener el ministerio para las reuniones.

Lo que quiero decir es que mientras estuve allí, ninguno de ellos se comportó de forma inculta; todos eran muy civilizados y refinados. Sin embargo, cada uno de ellos me pidió tener una cita para hablar conmigo en la habitación donde estaba hospedado y durante ese tiempo criticaron a otros de una manera muy refinada. Ninguno de ellos fue tosco ni brusco; al contrario, todos ellos se comportaron muy apropiadamente. Aquello era la carne refinada, no el Cuerpo. ¿Queremos ese tipo de refinamiento entre nosotros? Ciertamente que no. Eso es ser diplomáticamente refinados. Dicha situación es semejante a cuando los aviones y cañones se alistan para la guerra detrás de la escena, mientras los diplomáticos aún están dándose la mano. Les describo estas cosas para mostrarles que los cristianos de hoy no tienen la realidad del Cuerpo.

¿Qué es el Cuerpo? El Cuerpo no es simplemente un grupo de personas que han sido llamadas; el Cuerpo es la plenitud de Cristo. El Cuerpo no sólo es la expresión de Cristo, sino también la plenitud de Cristo. ¿Cómo llega a existir esta plenitud? Al recibir las riquezas de Cristo en nuestro ser a fin de disfrutarlas y asimilarlas hasta que éstas lleguen a ser lo que nosotros somos. Esto es semejante a cuando comemos pescado, pollo y pan. Después de cinco o seis horas, digerimos el alimento y éste llega a ser lo que somos. Es entonces que llegamos a ser la plenitud.

Hasta la fecha llevo ya más de diez días en Taipéi. Supongamos que en los pasados siete días no hubiera tomado alimento ni bebido agua, sino que en vez de ello me hubiera quedado acostado en mi casa. En ese caso ustedes me habrían tenido que traer cargado a la reunión, y al ponerme de pie frente a ustedes, me vería muy delgado y pálido, y todo mi cuerpo estaría temblando. ¿Qué sería esto? Ciertamente no sería la plenitud. Sin embargo, en los pasados diez días yo he estado ingiriendo las riquezas de Taiwán, es decir, he comido pescado, pollo y muchas cosas más; he comido una gran cantidad de las riquezas de Taiwán, las cuales, después de asimilarlas, se han convertido en lo que soy. Por esta razón, ahora puedo estar aquí delante de ustedes lleno de vida y energía. Esto es la plenitud. La iglesia es la plenitud de Cristo, y esto es lo que el Señor desea hoy.

EL SEÑOR NECESITA URGENTEMENTE
LA EXPRESIÓN DEL CUERPO

Hoy el Señor tiene una necesidad urgente en la tierra. Él necesita que la realidad del Cuerpo se exprese en cada localidad. En este momento, por obra del Señor, tenemos aquí reunidos a hermanos y hermanas procedentes de los seis continentes principales del mundo, representando al menos dieciocho países. No estamos aquí discutiendo asuntos, negociando ni haciendo convenios. Nosotros estamos aquí para una sola cosa, a saber: estar en el espíritu. ¿Qué significa estar en el espíritu? Estar en el espíritu es estar en Cristo. Hoy el Señor necesita esta clase de testimonio en la tierra. En una localidad tras otra, independientemente de cuántos se reúnan en la vida de iglesia, todos somos uno en el espíritu. “No hay judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer” (Gá. 3:28). Aquí únicamente hay lugar para Cristo. Todos hemos llegado a ser uno en Cristo. Esto es lo que el Señor desea hoy. Esto no sólo debe suceder en una localidad, sino también cuando muchas localidades se reúnan; todas ellas deben ser uno. Así, cuando Taipéi, Taichung, Tainan, Kaohsiung y Chiayi se reúnan, todos los santos deben ser uno. Aquí no puede haber nadie de Taipéi ni de Tainan, ni tampoco de Kaohsiung ni de Chiayi, sino que únicamente Cristo debe tener cabida. En Cristo todos somos uno. Lo mismo debe suceder no sólo entre varias localidades, sino también cuando muchos países se congreguen. Cuando hermanos de Indonesia, Singapur, Malasia, las Filipinas, Hong Kong y Taiwán se reúnan, también deben poder decir: “No hay nadie de Indonesia ni de las Filipinas; no hay nadie de Malasia ni de Hong Kong; no hay nadie de Singapur ni de Taiwán, sino que únicamente Cristo tiene cabida”. Éste es el Cuerpo que el Señor desea. El Cuerpo no solamente tiene un aspecto local, sino también universal. En principio, el Cuerpo es uno, tanto en su aspecto local como universal. Por consiguiente, todos podemos ver que estos pasajes de la Biblia son extremadamente exigentes.

EL CRISTO QUE LO LLENA TODO
NECESITA UN CUERPO UNIVERSALMENTE VASTO

“[La iglesia] es Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Ef. 1:23). Este versículo de la Biblia representa un gran problema para los traductores. Colosenses 3:11 dice: “Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”. Si usted tuviera en sus manos una Biblia en griego, podría comparar estos dos versículos, y ver que las mismas palabras se usan en ambos versículos. En Colosenses 3:11 la palabra todo se refiere a todos los santos. En el nuevo hombre, no hay griego ni judío, ni ninguna otra clase de persona, sino que Cristo es todos los creyentes y está en todos ellos. Según este versículo, Efesios 1:23 debería traducirse: “...Aquel que llena todas las personas en todas las personas”. Sin embargo, si continúan leyendo hasta Efesios 4:10, verán que allí aún hay otros detalles especiales. Allí se nos dice que el Señor Jesús primero descendió a la tierra para encarnarse, y que después de Su muerte y resurrección ascendió por encima de todos los cielos. Él ascendió “para llenarlo todo”. La palabra todo, tanto aquí como en 1:23, es la misma palabra griega, así que no es apropiado traducirla “todas las personas”. En 4:10 vemos que se menciona la tierra y también los cielos. Así que en realidad aquí no se está hablando solamente de las personas, sino también de todas las cosas. La razón por la cual Él primero descendió a la tierra y luego ascendió por encima de todos los cielos era poder llenar todas las cosas. Por lo tanto, basándonos en Efesios 4:10, debemos traducir Efesios 1:23 de esta manera: “Aquel que llena todas las cosas en todas las cosas”. Según el significado del idioma original ambas traducciones son correctas. Si nos basamos en la segunda traducción, hoy Cristo es Aquel que llena todas las cosas del universo.

Este Cristo universal, el Cristo que llena todas las cosas, el Cristo que está tanto en los cielos como en la tierra, necesita un Cuerpo que sea Su plenitud. Cuando Él estuvo en la tierra como Jesús el Nazareno, no podía estar en Judea y al mismo tiempo en Galilea, ni tampoco podía estar en Jerusalén cuando estaba en Samaria. Esto se debe a que Él era un Jesús pequeño. Él estaba limitado por Su carne. Pero ¿qué podemos decir hoy? Él resucitó de los muertos y ascendió a los cielos, de tal manera que ahora lo llena todo. Él puede estar en los cielos y en la tierra simultáneamente; puede estar en un lugar en los cielos, y al mismo tiempo estar en millones de lugares en la tierra. Por ser Aquel que todo lo llena, Él necesita un Cuerpo muy grande que sea Su plenitud. Por lo tanto, hoy podemos decir que debido a que Él tiene un Cuerpo tan grande en la tierra, Él está en los cielos y también está en Taipéi, en Hong Kong, en Manila, en Singapur, en Londres, en Alemania, en los Estados Unidos, en África, en Norteamérica y en Suramérica. Su Cuerpo está en todo lugar. ¿Qué es este Cuerpo? Es Su plenitud, Su plenitud universal.

Queridos hermanos y hermanas, ustedes no deben simplemente limitarse a escuchar esta palabra y tomarla como una doctrina. Es preciso que vean que la iglesia que realmente existe hoy (no me refiero a la iglesia verdadera solamente, sino a la iglesia presente que existe en términos concretos) es la plenitud de Cristo en cada localidad. En otras palabras, la iglesia que realmente existe hoy es una parte de Cristo. La iglesia en Taipéi es aquella parte de Cristo que está en Taipéi. Asimismo, la iglesia en Singapur es aquella parte de Cristo que está en Singapur. Hoy en día Cristo no es un Cristo local, sino un Cristo universal, y este Cristo universal tiene una parte de Sí mismo en cada localidad. La parte de Cristo que está en Taipéi se llama la iglesia en Taipéi, la parte de Cristo que está en Londres se llama la iglesia en Londres, y la parte de Cristo que está en Nueva York se llama la iglesia en Nueva York. Cada iglesia local es una parte de Cristo. Todas estas partes en conjunto constituyen el Cuerpo.


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