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Base para la obra edificadora de Dios, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7268-8
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Actualmente disponible en: Capítulo 4 de 8 Sección 5 de 5

EL PENSAMIENTO CENTRAL
DEL ÚLTIMO MENSAJE Y ORACIÓN DEL SEÑOR
ES LA UNIDAD ENTRE DIOS Y EL HOMBRE Y
LA MORADA MUTUA DE DIOS Y EL HOMBRE

Hemos terminado de leer Juan 14, 15, 16 y 17. Ahora quisiera hacer una breve pausa y pedirles, hermanos y hermanas, que consideren lo siguiente. En estos cuatro capítulos, ¿se hace hincapié en que el Señor nos lleve a nosotros, los que hemos sido salvos, de la tierra al cielo? ¿Se encuentra ese pensamiento? En estos cuatro capítulos, ¿encuentran ustedes el concepto de que la intención del Señor es salvarnos a nosotros, quienes estamos en la tierra, y llevarnos al cielo? La respuesta claramente es no. Estos cuatro capítulos nos hablan de que el Señor se fue por medio de la muerte y la resurrección para salvarnos a nosotros, quienes estábamos fuera de Dios, e introducirnos en Dios, es decir, para salvarnos a nosotros, quienes no teníamos nada que ver con Dios, al punto en que no sólo tengamos una relación con Dios, sino que incluso entremos en Dios. Les digo una vez más que Su encarnación tenía por finalidad introducir a Dios en el hombre. Cuando Él se encarnó, en ese momento hubo una persona en la tierra que tenía a Dios en Su interior. Pero si Él no hubiese pasado por la muerte y la resurrección, el hombre no podría estar en Dios, puesto que aún no habría entrado en Dios. Es por esta razón que antes de Juan 14 no podemos encontrar ningún versículo en el que el Señor les dijera a Sus discípulos: “Vosotros estáis en Mí” o “Yo estoy en vosotros”. En el mejor de los casos, sólo encontramos versículos que dicen que el Señor estaba entre los discípulos. Es sólo después de haber dicho: “Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo” (14:3), que Él pudo decir: “Vosotros estáis en Mí” y “Yo estoy en vosotros”. No olviden 14:20, que dice: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”.

Espero que los hermanos y hermanas jóvenes puedan tomarse el tiempo para contar cuántas veces se repite en Juan 14, 15, 16 y 17 la preposición en. Tan sólo en la última frase de la oración de conclusión de Juan 17, que dice: “Para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y Yo en ellos”, la preposición en aparece dos veces. Ustedes deben ver que el pensamiento central en el mensaje del Señor y en Su oración de conclusión es que un grupo de personas que pertenecen a Él —a quienes Dios escogió antes de la fundación del mundo, a quienes Dios apartó del mundo, a quienes Dios desea usar para edificar Su morada— estaban fuera de Dios y ajenas a Dios, y no habían entrado en Dios para ser edificadas con Dios. Por esta razón, Él tenía que morir en la cruz y así poner fin a los pecados de ellos, su carne, su enemigo y el mundo que se hallaba en ellos, para así abrir un camino a fin de que ellos pudiesen entrar en Dios y vivir en Dios. Eso es lo que significa que Él fuera a preparar un lugar para ellos. Una vez que Él hubiese preparado el lugar de esa manera, regresaría, esto es, resucitaría y vendría no sólo para estar entre ellos, sino también para entrar en ellos, de modo que pudiesen recibir la vida de Dios. De esta manera, Él los introduciría en Dios para que se unieran a Dios como una sola entidad. Entonces ellos recibirían la vida eterna de Dios, conocerían quién es Dios, recibirían la palabra de Dios, y de ese modo se separarían del mundo. Más aún, ellos vivirían plenamente en Dios, disfrutarían de la gloria de Dios y llegarían a ser una sola entidad con Dios. Éste es el templo que el Señor edificó después que resucitó y ascendió al cielo. Este templo es edificado con la vida de resurrección en la resurrección del Señor.

EL SEÑOR NO SE FUE DESPUÉS DE SU RESURRECCIÓN,
SINO QUE PERMANECE
EN LOS CREYENTES PARA SIEMPRE

Después de Juan 17, el capítulo 18 habla de cómo el Señor fue traicionado y juzgado. Luego el capítulo 19 habla acerca de Su crucifixión, que tenía como fin efectuar la redención. En particular, nos dice que del costado del Señor salió sangre y agua (v. 34). De los cuatro Evangelios, sólo Juan menciona la sangre y el agua. Ustedes deben comprender que el que saliera sangre y agua fue la manera en que el Señor preparó un lugar para los discípulos. La sangre tenía como fin efectuar la redención, y el agua tenía como fin impartir la vida. Por un lado, con Su muerte derramó Su sangre para que se efectuara la redención, lo cual resolvió los problemas que teníamos delante de Dios; por otro, liberó la vida de Dios a fin de que nosotros pudiéramos entrar en Dios y experimentar una unión con Él.

Después en el capítulo 20 Él resucitó. Leeremos sólo unos cuantos versículos, empezando a partir del versículo 19: “Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto de pie en medio...”. Tengan presente que esto fue Su venida. En el capítulo 14 Él dijo que se iba; aquí, en el capítulo 20, Él vino. Él dijo: “Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veis” (14:19). Este “un poco” se refería a tres días conforme a la manera judía de contar los días, aunque sólo eran dos días, contándolos de otra manera. El Señor vino nuevamente y se puso en medio de ellos y les mostró Su persona. Los versículos 19b y 20 del capítulo 20 dicen a continuación: “Les dijo: Paz a vosotros. Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor”. Esto demuestra que Él no era simplemente un alma o un espíritu, sino un verdadero hombre. Esto también hizo que se cumpliera lo dicho en Juan 16:22: “Pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón”.

Entonces Jesús les dijo: “Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también Yo os envío” (20:21). Esto significaba: “Como me envió el Padre, estando dentro de Mí, también Yo os envío, estando dentro de vosotros. Yo estoy en el Padre y el Padre está en Mí. Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, Él habla Sus palabras. [14:10]. Ahora de la misma manera, Yo también os envío desde vuestro interior y hablo Mis palabras en vosotros”.

Los versículos 22 y 23 del capítulo 20 continúan diciendo: “Y habiendo dicho esto, sopló en ellos, y les dijo: Recibid al Espíritu Santo. A quienes perdonáis los pecados, les son perdonados; y a quienes se los retenéis, les son retenidos”. Tengan presente que el aliento que el Señor infundió en los discípulos fue un aliento extraordinario. Este aliento fue Su transfiguración. Él mismo estaba en ese aliento. “Recibid al Espíritu Santo” significa “Recibidme. Ahora entro en vosotros así como este aliento entra en vosotros. Anteriormente, Yo estaba en la carne; sólo podía estar en medio vuestro. Pero ahora puedo entrar en vosotros porque he sido transfigurado en el Espíritu. De ahora en adelante, ya no estoy fuera de vosotros, sino dentro de vosotros. Por lo tanto, a quienes vosotros perdonéis los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los retengáis, les serán retenidos. Esto se debe a que no sois vosotros los que hacéis la obra, sino Yo. La única razón por la que tenéis tan grande autoridad para perdonar o retener los pecados de los demás es que Yo estoy en vosotros. Vosotros habláis estas palabras no en vosotros mismos; más bien, soy Yo quien habla Mis palabras en vosotros”.

Hermanos y hermanas, a partir de entonces el Señor no sólo estaba en medio de los discípulos, sino también en ellos. El que el Señor estuviera en los discípulos era un hecho invisible pero a la vez muy práctico. Quisiera preguntarles: ¿se marchó el Señor Jesús después del versículo 23? Según nuestro concepto, debiera haber una frase adicional en el versículo 23 que dijera: “Después que Jesús les hubo hablado estas palabras, se marchó”. Sin embargo, no encontramos estas palabras en la Biblia.

Los versículos del 24 al 26 dicen: “Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no veo en Sus manos la marca de los clavos y no meto mi dedo en la marca de los clavos, y mi mano en Su costado, no creeré jamás. Ocho días después, estaban otra vez Sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros”. Por favor, díganme lo que está implícito en este relato de la venida del Señor. Siendo precisos, la venida del Señor aquí no es Su venida sino Su aparición. Él jamás se fue después que vino a ellos la semana anterior, en la tarde del día del Señor. Esto se debe a que cuando el Señor con Su soplo se infundió en los discípulos y les dijo: “Recibid al Espíritu Santo”, Él entró en ellos y permaneció dentro de ellos para siempre; Él nunca se fue.

Los versículos del 27 al 29 dicen: “Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira Mis manos; y acerca tu mano, y métela en Mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”. ¿Dice luego la Biblia: “Después que Jesús hubo hablado estas palabras, se fue”? No. Juan únicamente menciona la venida del Señor, pero no menciona Su ida.

Después del capítulo 20, todavía queda otro capítulo, el capítulo 21. Sin el capítulo 21 tal vez pensemos que el Señor se fue. Sin embargo, este capítulo nos muestra que el Señor todavía estaba allí. Leamos los versículos del 1 al 7a. El versículo 1 empieza diciendo: “Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a los discípulos junto al mar de Tiberias”. No se trataba de venir, sino de manifestarse. Puesto que Él jamás se fue, no era necesario que viniera; más bien, Él vivía en ellos. Los versículos del 1b al 4 dicen: “Y se manifestó de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Dídimo, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos de Sus discípulos. Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo. Fueron, y entraron en una barca; y aquella noche no pescaron nada. Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa; mas los discípulos no sabían que era Jesús”. Ellos tampoco tenían idea de cómo Él vino. Los versículos del 5 al 7a continúan diciendo: “Y les dijo: Hijitos, ¿no tenéis algo de comer? Le respondieron: No. Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces. Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor!”. Fue en ese momento que ellos se dieron cuenta de que era el Señor. Ellos no supieron que era el Señor hasta que vieron tantos peces. Esto es semejante a lo que sucedió con los dos discípulos que iban camino a Emaús (Lc. 24); el Señor estaba con ellos, pero ellos no lo sabían.

Ustedes pueden leer hasta el final de Juan 21, pero no encontrarán que Jesús los hubiera dejado, que Jesús se hubiera ido. Pareciera que el Evangelio de Juan no tiene una conclusión. Juan terminó de escribir, pero no hubo ninguna conclusión. En Juan 20 y 21 él usa dos o tres ejemplos que nos muestran que después de la resurrección, el Señor entró como Espíritu en los discípulos para estar con ellos para siempre y no partir jamás. A veces, debido a la debilidad de ellos, Él se les manifestó para que le vieran. Aquello no era Su venida, sino Su manifestación. Después de Su manifestación, Él se ocultaba de nuevo. No obstante, el Señor todavía estaba con ellos; Él jamás los dejó.

Tengan presente que ésta es la obra que el Señor realizó por medio de Su muerte y resurrección. Él introduce a los que le pertenecen plenamente en Dios, y Él mismo permanece en ellos como Espíritu a fin de que ellos sean completamente edificados con Dios y lleguen a ser uno con Dios. Éste es el templo que Él levantó. Es como si Él hubiese dicho: “Destruid este templo que obtuve en Mi encarnación, y Yo lo levantaré de nuevo en tres días. Yo resucitaré de los muertos y lo levantaré en resurrección con la vida de resurrección. Ahora vivo en el cuerpo de un solo hombre, pero después de Mi resurrección viviré en el Cuerpo con millones de personas”. Desde nuestra perspectiva, como seres humanos que viven en la esfera del tiempo, hoy Él todavía continúa edificando este templo en resurrección. Desde la perspectiva de Dios, sin embargo, Él ya resucitó y ya terminó de edificar este templo, porque para Él no existe el elemento del tiempo.

Queridos hermanos y hermanas, éste es el Evangelio de Juan. No olviden que el tema del Evangelio de Juan es la Palabra que se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros. Aquél fue un templo temporal; fue un solo hombre. Los hombres destruyeron este templo, pero el Señor lo levantó en resurrección. La finalidad de Su muerte y resurrección era introducir al hombre en Dios para que el hombre pudiera experimentar una unión con Dios. Ahora Él permanece en el hombre, y el hombre llega a ser un templo edificado por Dios.


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