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Administración de la iglesia y el ministerio de la palabra, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6813-1
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Actualmente disponible en: Capítulo 5 de 44 Sección 1 de 4

CAPÍTULO DOS

LOS PROBLEMAS EN LA ADMINISTRACIÓN
DE LA IGLESIA
Y EN EL MINISTERIO DE LA PALABRA

EL PRIMER PROBLEMA: SERVIR SIN TENER UNA CARGA

El mayor problema en la administración de la iglesia y en el ministerio de la palabra es no tener ninguna carga o, bien podemos decir, no recibir una carga o no estar atentos en cuanto a la carga. Es posible que los ancianos administren la iglesia sin sentir ninguna carga. También es posible que los que ministran la palabra lo hagan sin sentir ninguna carga. Liberar la carga al ministrar la palabra no es algo que depende de cuán bien hablamos. Si nuestro único deseo es hablar elocuentemente para conmover a las personas, nuestras palabras no comunicarán ninguna carga. Asimismo, tener una aptitud para administrar la iglesia no libera ninguna carga. No se trata de cuán bien administremos la iglesia, sino de que nuestra administración sea eficaz y que pueda afectar a las personas.

Por ejemplo, cuando las personas asisten a una reunión, a veces se necesita compartir la palabra. Así que, debemos buscar al Señor en cuanto a qué debemos compartir y el fruto de nuestro compartir. Lo que importa no es cuán bien hablemos, ni la logística de nuestra presentación ni tampoco si los santos son conmovidos o no; más bien, se trata de lo que este hablar producirá en los santos. Si algunos todavía no son salvos, cuando compartimos la palabra debemos sentir, por la gracia del Señor, carga por sus almas y sembrar en ellos la semilla de salvación. Nuestra carga será la salvación, y no el dar un mensaje muy dinámico. Si ellos son salvos pero no aman al Señor, entonces nuestra carga deberá ser que amen al Señor. Si ellos aman al Señor pero no están dispuestos a entregarse en las manos del Señor y someterse a Sus tratos, nuestra carga deberá ser que ellos se entreguen voluntariamente al Señor y permitan que Él los discipline. Esto es lo que significa ministrar la palabra con una carga.

De lo contrario, el mensaje que demos en la reunión del día del Señor fácilmente caerá en lo que llamamos el servicio dominical. Todas las semanas se le asigna a alguien que dé un mensaje para mantener la reunión. Después de la reunión, todos se van a su casa, comen, descansan y regresan en la noche para la reunión del partimiento del pan. Esto no es otra cosa que un servicio dominical. Ante tal situación, los que ministran la palabra deben recibir una carga. Es preciso que conozcamos la condición de aquellos que vienen a escuchar el mensaje. Es posible que ellos no tengan ningún sentir con respecto a su propia condición, pero nosotros debemos tener claridad y sentir una profunda preocupación por su condición. Tal vez ellos vengan a sentarse y a escuchar los mensajes muy tranquilamente semana tras semana, pero nosotros no podemos hablar tranquilamente semana tras semana. Debemos recibir la carga de “perturbarlos” y “molestarlos”, de modo que aun si vienen a la reunión con una actitud calmada, cuando se vayan se sientan perturbados interiormente.

Si no nos preocupa el hecho de que nuestro compartir no produce ningún efecto en los oyentes, entonces no tenemos ninguna carga. Esto indica que tanto los que hablan como los que escuchan han caído en una rutina. Ésta es la condición en la que se halla el cristianismo degradado, donde la congregación rutinariamente escucha al pastor, y el pastor rutinariamente predica a su congregación año tras año. Ésta no debe ser nuestra práctica. La ministración de la palabra tiene que alumbrar a los oyentes. Cuando ministramos la palabra cada día del Señor, debemos “perturbar” a las personas al grado que ellas pierdan la paz. Esto es lo que significa tener una carga.

Si los que escuchan la palabra son tibios, aunque ellos escuchen tranquilamente, aquellos que ministran la palabra no deben quedarse en paz. Ellos deben acudir al Señor y permitir que Él les quite su paz, incluso al grado de perder el sueño y dejar de comer, hasta que reciban una carga de parte del Señor. Entonces su compartir le permitirá al Espíritu Santo operar en los oyentes. Únicamente esta clase de hablar es el hablar de Dios. Los hermanos que ministran la palabra deben sentir una carga, y no compartir únicamente doctrinas, lógica y ejemplos. Ministrar la palabra de esta manera es algo intolerable; es una ofensa para Dios y un pecado ante Sus ojos.

Recibir la carga para hablar la palabra de Dios
en el ministerio de la palabra

En Isaías 13:1, la versión China Unida dice que los profetas eran inspirados cuando hablaban por Dios. No obstante, la palabra hebrea traducida “inspiración” significa “carga”. El hombre necesita recibir una carga. No podemos desatender esta responsabilidad y pensar que Dios no nos ha dado una carga. Las Epístolas de Pablo muestran claramente que él recibía cargas. Cuando alguien en la iglesia en Corinto cometió aquel pecado de fornicación, Pablo no simplemente condenó el pecado o dejó de orar por el que había pecado. Él recibió de parte de Dios la carga de asumir la responsabilidad y comisión por la iglesia (1 Co. 5:1-13). Pablo no predicaba doctrinas en sus Epístolas, sino que en vez de ello sentía la carga de tener comunión sobre determinados asuntos y, por eso, podía conmover a las personas.

Existe el peligro de que el ministerio de la palabra en la iglesia en Taipéi se convierta en algo semejante a la predicación de sermones en los servicios dominicales. Cuando ministramos la palabra de Dios, nuestra preocupación debe ser si tenemos el hablar de Dios o no lo tenemos, y no simplemente el tema de nuestro mensaje. A fin de tener el hablar de Dios, el que ministra la palabra debe tener una carga. Cuando la gente escucha un mensaje que es dado con una carga, podrá tener una reacción negativa o sentirse muy conmovida; pero no podrá negar que es el hablar de Dios. Esta clase de mensaje puede ayudar a las personas y resolver sus problemas. Un mensaje que es agradable a los oídos pero que carece del hablar de Dios no puede tocar a las personas ni hacer que ellas experimenten un cambio interno, ni tampoco puede satisfacer a los que están hambrientos y sedientos, por cuanto no contiene las palabras que Dios desea hablar, aun cuando éstas procedan de la Biblia.

Por consiguiente, compartir la palabra no debe ser algo fácil ni barato. No debemos compartir simplemente porque hayamos preparado un mensaje. El que ministra la palabra debe llevar la condición de las personas delante de Dios. Él lleva la responsabilidad de conocer sus necesidades. Tiene que percibir la condición de las personas y saber lo que Dios desea hablarles. La ayuda que hayamos recibido mediante el entrenamiento no podrá reemplazar la carga que está en nuestro interior. El peligro es que hayamos reemplazado nuestra carga con otras cosas, de modo que estemos escasos de revelación y carga espiritual.


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