Tener comunión con el Señor para la mezcla de Dios con el hombrepor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6534-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Cuando fuimos salvos, nuestro espíritu fue vivificado, pero nada ocurrió en nuestra alma ni en nuestro cuerpo. A partir de nuestra regeneración, Dios empezó una obra a fin de salvar nuestra alma. Por medio de la muerte y la resurrección nosotros podemos entrar en Él y recibir Su elemento. Un día, después que entremos en resurrección, nuestro cuerpo será transfigurado y llegará a ser un cuerpo glorificado. Para entonces, nuestra humanidad habrá sido introducida completamente en la divinidad. Por lo tanto, desde el día en que fuimos regenerados hasta el día en que nos encontremos con el Señor, la obra de Dios en nosotros está orientada a la transformación de nuestra alma y a la transfiguración de nuestro cuerpo. Este proceso de transformación involucra la muerte y la resurrección. El resultado de la transformación es que se produzca la mezcla de nuestra humanidad con la divinidad. Mediante esta mezcla somos conformados a la imagen del Hijo de Dios, es decir, somos transformados en la misma imagen del Señor, de gloria en gloria (Ro. 8:29; 2 Co. 3:18). Cuando la gente tiene contacto con un creyente que está en este proceso, percibe el olor de Dios. Los pensamientos, preferencias, opiniones y sugerencias de dicho creyente manifiestan el olor de Dios. Éste es un hombre espiritual; su naturaleza y su imagen han cambiado, porque él ha sido transformado en la misma imagen del Señor.
En el Antiguo Testamento Dios simplemente estaba en el trono; no poseía humanidad. Pero hoy en día Dios está en nosotros, y Él es Dios y a la vez hombre. Por medio de los pasos de encarnación, muerte y resurrección, el Señor efectuó la redención. Por medio de la encarnación Dios se mezcló con el hombre, y por medio de la muerte y la resurrección el hombre se mezcló con Dios. Hoy el Señor Jesús está en el cielo como un “prototipo”, y Dios tiene una fábrica grande y universal en la cual está reproduciendo este prototipo en masa. La obra de Dios hoy consiste en conformarnos a la imagen del Señor, es decir, Dios está laborando para que se produzca la mezcla de la divinidad con la humanidad.
En el huerto del Edén, el alma de Adán era su persona. Su espíritu era simplemente un órgano, un vaso; mas no su persona. El Señor Jesús es Dios y hombre, y Él posee tanto la divinidad, el elemento divino, como la humanidad, el elemento humano. Puesto que nosotros lo hemos recibido en nuestro espíritu, poseemos en nuestro espíritu la naturaleza divina con la personalidad divina así como también la naturaleza humana con la personalidad humana. Sin embargo, esta personalidad humana no es natural, pues ha pasado por la muerte y la resurrección. No obstante, en nuestra alma todavía tenemos nuestra personalidad natural. Por consiguiente, los creyentes tenemos dos personas en nuestro interior. En nuestro espíritu está el nuevo hombre, el cual pertenece a la resurrección; y en nuestra alma está el viejo hombre, el cual es natural. Todo creyente tiene esta doble personalidad. El Señor está operando para introducir la personalidad natural de nuestra alma en la muerte y en la resurrección. Entonces la persona de nuestra alma expresará a la persona de nuestro espíritu. De este modo, nuestra alma será uno con nuestro espíritu, y Dios y el hombre se mezclarán completamente. Así, Dios estará mezclado con el hombre y el hombre estará mezclado con Dios, pero ni Dios ni el hombre serán anulados. El alma de un hombre espiritual jamás es anulada.
La mezcla de Dios y el hombre puede verse claramente en las Epístolas escritas por los apóstoles. Las Epístolas de Pablo tienen el sabor de Pablo, y las Epístolas de Juan tienen el estilo de Juan. Hay claras distinciones entre los escritos de Pablo y Juan. Si la espiritualidad anulara nuestra humanidad, el estilo y sabor de los veintisiete libros del Nuevo Testamento sería el mismo. Sin embargo, estos libros son totalmente distintos. Estas distinciones nos muestran que la salvación no anula nuestra humanidad, sino que más bien la fortalece. Nuestra salvación carecería de sentido si anulara nuestra humanidad. Antes de ser salvo, Pablo llevaba una vida independiente de Dios; él no tenía el elemento divino en su interior ni estaba sujeto a la autoridad divina. Sin embargo, después de ser salvo, él recibió el elemento divino y llegó a estar sujeto a la autoridad divina. Además, su elemento humano no fue anulado; más bien, fue fortalecido y enriquecido al serle añadido el elemento divino. Debido a que Pablo estaba mezclado con Dios, en sus Epístolas podemos ver no sólo a Pablo, sino que, más que eso, podemos ver a Dios. Las Epístolas de Pablo no son simplemente el hablar del Espíritu Santo; son el hablar del Espíritu Santo mezclado con Pablo. Por lo tanto, podemos afirmar que son el hablar de Pablo, y también podemos afirmar que son el hablar de Dios. Asimismo, las Epístolas escritas por Pedro, Jacobo y Juan, por un lado, tienen el sabor divino, pero, por otro, tienen el sabor de Pedro, Jacobo y Juan.
Cuanto más espiritual sea una persona, más marcada será su personalidad, porque su personalidad estará mezclada con la personalidad de Dios. Los doce cimientos de la Nueva Jerusalén son de diferentes colores. Los doce cimientos son piedras preciosas, pero cada piedra es distinta de la otra. Tenemos el jaspe, el zafiro, la calcedonia, la esmeralda, el sardónice, la cornalina, el crisólito, el berilo, el topacio, la crisoprasa, el jacinto y el amatista (Ap. 21:19-20). De la misma manera, no existen dos creyentes que sean exactamente iguales. Por lo tanto, no podemos imitar, copiar ni reemplazar a nadie. Nuestro Cristo es tan grande que requiere que millones de creyentes lo expresen. El Antiguo Testamento nos presenta muchos tipos de Cristo, debido a que Él posee muchos aspectos que necesitan ser expresados.
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