Experiencia que tienen los creyentes de la transformación, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7157-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Examinemos la vida de Satanás y la ley del pecado de manera más detallada. Cuando Adán tomó el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, él introdujo algo de ese árbol en su cuerpo. Desde ese momento, algo le fue añadido a su cuerpo haciendo que se convirtiera en carne. Necesitamos ver que hay una diferencia entre el cuerpo y la carne. El cuerpo fue la creación original de Dios (Gn. 2:7a), mientras que la carne es el cuerpo al que se le ha añadido Satanás (Ro. 8:3; 6:6). Cuando Satanás entró en el cuerpo del hombre con su vida satánica, el cuerpo humano se volvió pecaminoso. Debido a que tenemos la vida de Satanás, tenemos la ley del pecado en nuestro cuerpo. Romanos 6:6 habla del “cuerpo de pecado”. Nuestro cuerpo es llamado el cuerpo de pecado porque el pecado mora en nuestro cuerpo. Por consiguiente, nuestro cuerpo es la carne. Romanos 8:3 identifica al cuerpo de pecado, la carne, como carne de pecado. El cuerpo de pecado y la carne de pecado denotan la misma cosa.
El cuerpo de pecado siempre opera por medio del alma. Si el alma está viviente, activa y en acción, el cuerpo de pecado actúa. Pero cuando se le da muerte al alma, el cuerpo de pecado queda “desempleado”, porque ya no le queda nada por hacer. Esto es esencialmente lo que Pablo dice en Romanos 6:6. Cuando nuestro viejo hombre, cuya vida es la vida del alma, es crucificado, el cuerpo de pecado es anulado. Por esta razón, cuando la vida del alma es puesta a muerte, el cuerpo de pecado ya no puede hacer nada. El pecado no está en el alma sino en el cuerpo. Pero el cuerpo de pecado opera por medio del alma. Así que, si la vida del alma está muerta, el cuerpo de pecado no tiene manera de actuar. Cuanto más viviente y activa sea nuestra vida del alma, más activamente operará el cuerpo de pecado.
Veamos un ejemplo. Dado que en los juegos de azar las personas se valen de su cuerpo para apostar, es sólo cuando la vida del su alma sea puesta a muerte, que el cuerpo que le gusta apostar no podrá participar en juegos de azar. Si estos jugadores fueran despojados de su vida del alma, los miembros pecaminosos de su cuerpo ya no podrían jugar. Esos miembros ya no tendrían la vida del alma como su “patrón” y por ende quedarían “desempleados”. Romanos 6:7 dice: “Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado”. Algunas traducciones usan la palabra librado en lugar de justificado. El cuerpo de un apostador no podrá ser librado de los juegos de azar hasta que su vida del alma, la vida del viejo hombre, haya sido puesta a muerte. Cuando la vida de su alma haya sido puesta a muerte, el cuerpo que le gusta apostar, el cuerpo de pecado, quedará desempleado.
Todos deseamos ser librados de la ley del pecado, pero tal vez no sepamos cómo experimentar esta liberación. La ley de Dios está fuera de nosotros y es objetiva. Todo el que ha sido inspirado por el Espíritu Santo tiene la intención de vivir y actuar conforme a la ley de Dios. Sin embargo, si, al hacerle frente a la ley del pecado, hacemos caso a la ley de Dios e intentamos usar la ley del bien en nuestra mente para vencer la ley del pecado, experimentaremos muchas dificultades. En lugar de hacer el bien, sólo seremos capaces de tratar de hacer el bien e inevitablemente fracasaremos. A fin de ser librados de la ley del pecado, debemos olvidarnos de la ley de Dios y renunciar a la ley del bien en nuestra mente. Lo único que debemos hacer es simplemente prestar atención a la ley del Espíritu de vida y estar de acuerdo con ella. Siempre y cuando nos mantengamos en contacto con la ley de vida y permanezcamos en comunión con el Señor y permanezcamos en Su presencia, esta ley operará en nuestro interior. Esta ley es la más poderosa de las tres leyes que están presentes en nosotros. Esta ley nos libera y nos libra de la ley del pecado.
La ley del bien en nuestra mente puede compararse con un automóvil descompuesto. Si conducimos ese auto, experimentaremos muchas dificultades y encontraremos muchos problemas. La ley del Espíritu de vida en nuestro espíritu, por otra parte, es como un jet. Si hay un jet disponible para transportarnos, no tenemos por qué depender de un carro descompuesto. La ley del Espíritu de vida es poderosa. En lugar de enfocarnos en la ley de Dios y luchar para guardar la ley del bien en nuestra mente, simplemente debemos permanecer en comunión con Dios y estar de acuerdo con la ley del Espíritu de vida en nuestro interior. Si hacemos esto, seremos trascendentes sobre la ley del pecado y finalmente ganaremos la victoria. Éste es el simple camino a la victoria.
Podemos ver estas cuatro leyes en nuestra experiencia de la siguiente manera. Por ejemplo, un punto de la ley es que tenemos que amar a nuestro hermano (1 Jn. 4:21; Jn. 13:34). Digamos que dos hermanos se encuentran. El primer hermano sabe que según la ley de Dios debe amar al otro hermano. Dentro de él está la ley del bien, que corresponde a la ley de Dios que está fuera de él. Conforme a esta ley interna, él trata de hacer el bien, complacer a Dios y guardar los mandamientos de Dios. Por esta razón, cuando este hermano ve al otro hermano, la ley del bien dentro de él responde a la ley de Dios fuera de él, y él le dice al Señor que amará al hermano. Es en ese mismo momento, él experimenta la ley del pecado levantándose dentro de él para luchar en contra de su intento de guardar la ley de Dios. Como resultado, él será incapaz de amar al hermano. Inevitablemente la ley del pecado llevará cautivo a este hermano. Aunque él intenta amar a su hermano y guardar el mandamiento de Dios, el resultado de su intención es una derrota inevitable y es capturado por la ley del pecado. A la postre, hasta podría hacerle algún mal a su hermano, aun cuando esto sea contrario no sólo a la ley de Dios, sino también a su propias intenciones, deseos, e incluso a la ley del bien dentro de él. Pienso que hemos tenido experiencias similares.
En la mente de Pablo, descrito en Romanos 7 y 8, está implícito el pensamiento de que debemos olvidarnos de la ley de Dios, renunciar a la ley del bien dentro de nosotros mismos y simplemente permanecer en comunión con el Señor, ya que únicamente la comunión y el contacto que tenemos con el Señor en nuestro espíritu hará que la ley más fuerte, la ley de vida, opere. Si seguimos la ley del Espíritu de vida y nos alineamos con la vida divina, amaremos a nuestros prójimos aun sin intentarlo. Nuestro amor por ellos será el resultado de la vida divina que se manifiesta a través de nuestro vivir. En otras palabras, la ley de vida en nuestro espíritu nos fortalecerá y nos energizará para que amemos a los demás.
Veamos otro ejemplo. Había una vez un hombre que era muy orgulloso. Un día él fue a un predicador para hablarle del problema de su orgullo. El predicador, quien conocía la ley de Dios y la ley del bien, pero no sabía nada de la ley del Espíritu de vida, le dio el siguiente consejo: “Trata hasta donde sea posible de ser humilde. Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes da gracia”. Ese breve consejo asustó al hombre orgulloso, porque la ley del bien ya había estado operando, mientras él trataba de ser humilde. No obstante, tomó el consejo del predicador y oró al Señor, diciendo: “Señor, deseo ser humilde. Ayúdame a ser humilde”. Todos debemos estar claros de cuál fue el resultado de su oración. Cuanto más oremos de esta manera, más orgullosos seremos. A pesar de nuestras oraciones, no podemos evitar ser orgullosos. Como resultado de nuestros pensamientos altivos, tal vez estemos llenos de remordimiento y le digamos al Señor: “Señor, soy muy malo. No importa cuánto me esfuerzo, simplemente no puedo ser humilde”. El apóstol Pablo ha resuelto este problema por nosotros. Él simplemente nos dice que permanezcamos en comunión con Dios para que la ley del Espíritu de vida pueda operar. Debemos olvidarnos de la ley de Dios, renunciar a la ley de hacer el bien y ver el hecho de que la vida divina está dentro de nosotros. Dios está tan cerca y es tan querido para nosotros. Sencillamente debemos permanecer en contacto con Él, quien es la ley del Espíritu de vida, viviente y poderosa, que está dentro de nosotros. Una vez que nos alineemos a esta ley, estaremos llenos de reposo y satisfacción, y seremos humildes de manera automática y subconsciente. Aun si la gente nos admira por nuestra humildad, no estaremos conscientes del hecho de que somos humildes. Nuestra humildad no será una actuación, sino la vida espontánea de Cristo que se manifiesta en nuestro vivir gracias a la ley de vida que nos energiza. Tal vivir corresponde absolutamente a la ley de Dios y cumple perfectamente los requisitos de la ley de Dios (8:4). Si seguimos al Espíritu Santo, estaremos en la línea de la ley de vida y cumpliremos de forma natural y automática con los requisitos de la ley de Dios.
Les pido que todos practiquen esto. Olvídense de la ley de Dios, y renuncien a la ley del bien. Mas bien, siempre permanezcan en contacto con el Señor y sigan la ley del Espíritu de vida que está en su espíritu. Entonces llevarán una vida diaria que corresponde perfectamente a la ley de Dios y cumple absolutamente todos sus requisitos.
Nota: Esperamos que muchos se beneficien de estas riquezas espirituales. Sin embargo, para evitar cualquier tipo de confusión, les pedimos que ninguno de estos materiales sean descargados o copiados y publicados en otro lugar, sea por medio electrónico o por cualquier otro medio. Living Stream Ministry mantiene todos los derechos de autor en estos materiales, y esperamos que ustedes los que nos visiten respeten esto.