Obra de edificación que Dios realizapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7020-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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¿Qué es entonces el edificio de Dios? ¿Cuál es el propósito de la obra de edificación que Dios realiza? Las Escrituras nos proveen una clara explicación de esto. Tal vez no veamos esto tan claramente cuando leemos los primeros capítulos de Génesis; sin embargo, cuando llegamos a la historia de Jacob, la luz resplandece, y empezamos a ver un poco acerca del edificio de Dios.
Pese a que Jacob había sido escogido por Dios, él nunca pensaba mucho en Dios cuando era joven. Él únicamente pensaba en su propio bienestar y en cómo aprovecharse de otros valiéndose de su astucia. Él era una persona completamente egoísta. Sin embargo, su astucia le causó un gran problema que lo obligó a abandonar su hogar. Mientras huía de su hermano, llegó a cierto lugar en el desierto y, debido a que el sol se había puesto, pasó allí la noche. Tomando una piedra del lugar como almohada y se acostó a dormir (Gn. 28:11). Para entonces él era verdaderamente una persona errante, pues no tenía su propio hogar. Fue en esas circunstancias que Dios vino a él. El Dios por quien él no se interesaba vino. Las bendiciones que él más deseaba se le habían escapado, mientras que el Dios a quien no deseaba vino. Esa noche mientras dormía, vio una visión en sueños. En esta visión había una escalera apoyada en la tierra, y su extremo tocaba el cielo. Por esa escalera los ángeles de Dios subían y descendían (v. 12). Esta visión dejó en él una profunda impresión. Creo que el Espíritu Santo le permitió tener cierto entendimiento del significado de este sueño, el cual es que el Dios del cielo desea entrar en el hombre de la tierra para que la tierra y el cielo se unan, y para que el hombre y Dios puedan morar y vivir juntos. Por lo tanto, después que Jacob se despertó, él hizo algo maravilloso. Se levantó muy de mañana, tomó la piedra que había usado de almohada, la erigió como columna y derramó aceite sobre ella. Además, dijo que esta piedra, este lugar, era Bet-el (vs. 18-19, 22). En hebreo el vocablo el significa “Dios” y bet significa “casa”. Por lo tanto, lo que Jacob quiso decir cuando dijo esto era: “Un día esta piedra que he erigido como columna llegará a ser una casa y un templo. Este lugar es la casa de Dios”.
Lo maravilloso es que Jacob no dijo: “Ésta es mi casa”, sino que en vez de ello dijo: “Esto es la casa de Dios”. Este cuadro corresponde al que se nos presenta en Juan 4. En Juan 4 vemos un Salvador sediento que pide agua para beber y una pecadora sedienta que viene a sacar agua para beber. Ustedes pueden ver la sed en ambas partes. El hombre está sediento, y el Dios encarnado también está sediento. Tanto Dios como el hombre desean beber agua. Éste es el cuadro que nos presenta Juan 4. ¿Qué nos dice el cuadro de Génesis 28? Aparentemente vemos a un hombre sin hogar, un hombre errante que no tiene una casa ni un lugar donde descansar. Sin embargo, si leemos este capítulo cuidadosamente, nos llevamos la impresión de que no sólo vemos a un hombre sin hogar, sino también a un Dios sin hogar. El hombre no era el único que no tenía una casa; Dios tampoco tenía una casa sobre la tierra. En aquel entonces lo único que tenían Dios y el hombre era una columna de piedra. El hombre no podía vivir en ella ni tampoco Dios.
Por lo tanto, el cuadro de Génesis 28 es el mismo que vemos en Juan 4. En Juan 4 vemos que Dios y el hombre estaban sedientos. En Génesis 28 vemos que Dios y el hombre estaban sin hogar. En la tierra había un hombre sin hogar, y en el cielo estaba un Dios sin hogar. Podemos decir que ambos afrontaban la misma dificultad y, por tanto, podían fácilmente compadecerse el uno del otro. En Juan 4 el Señor Jesús ya sentía mucha compasión por la sed que sentía la mujer samaritana, y la mujer samaritana también podía compadecerse de la sed del Señor Jesús. Aquí en Génesis 28 vemos que Dios sentía lástima por este hombre errante que no tenía un hogar en la tierra, y al mismo tiempo este hombre errante también podía compadecerse del Dios del cielo que no tenía hogar. Por supuesto, no creo que en aquel tiempo Jacob tuviera la misma claridad que tenemos nosotros hoy. Pero aunque él no entendiera esto con toda claridad, bajo la autoridad del Espíritu Santo él habló unas palabras muy claras e inteligibles. Él dijo que la piedra que había erigido como columna llegaría a ser la casa de Dios.
No sé cómo Jacob pudo hablar como lo hizo ese día. Esto es realmente algo maravilloso. Además de esto, Jacobo oró diciendo que si Dios le daba pan para comer y ropa para vestir y lo hacía volver a la casa de su padre en paz, entonces tomaría a Dios como su Dios (vs. 20-21). En realidad, aquí estaba negociando con Dios. Es como si dijera: “Si Tú me provees alimento y vestido, y si me das paz, entonces te consideraré mi Dios”. En otras palabras, decía: “Si Tú no me das de comer, ni ropa para vestir, y si no me garantizas que me darás paz, entonces no te tomaré como mi Dios”. Tal vez nos riamos de la oración que hizo Jacob, pero debemos saber que hoy son muchos los cristianos que son como Jacob. Les pido que consideren esto: ¿cuántas de sus oraciones son como la oración de Jacob? Me temo que gran parte de sus oraciones son oraciones en las que piden alimento, vestido y seguridad.
En cualquier caso, es maravilloso que este egocéntrico Jacob, que no se preocupaba por Dios sino sólo por sus propios intereses, expresara unas palabras tan positivas después de hacer esta oración tan egoísta. Él dijo que si lo que pedía se le cumplía, entonces la piedra, que había usado de almohada, llegaría a ser el templo de Dios, la casa de Dios.
Muchas veces al final de nuestras oraciones egoístas e insensatas, expresamos también una o dos frases que son muy claras. Tal vez oremos esto muy a menudo: “Señor, si haces esto por mí y si haces aquello por mí”. Éstas son oraciones insensatas. Pero después de orar de esta manera, expresemos palabras muy cuerdas y digamos: “Si haces esto y aquello por mí, entonces me entregaré absolutamente a Ti”. Decir: “Me entregaré absolutamente a Ti” es hablar palabras llenas de cordura. Es así como oramos muchas veces. Alguien podría orar, diciendo: “Señor, si permites que mi hijo se gradúe de la universidad y procure después sacar un doctorado, te ofreceré el diez por ciento de lo que él gane”. Esto es hablar neciamente al comienzo y con un poquito más de cordura al final. Quien ora de esta manera pide al comienzo la bendición de Dios, pero al final de alguna manera hace referencia a la intención de Dios. Ésta es una oración jacobina.
Ese día cuando Jacob le pidió a Dios que le diera pan para comer y ropa para vestir, estaba presentando el asunto de su alimento y vestido. Todos sabemos que además de necesitar alimento y vestido, el hombre también necesita un lugar donde morar. Sin embargo, Jacob estaba vagando en el desierto y no tenía un hogar donde descansar. Fue por esto que en la noche tuvo que poner una piedra debajo de su cabeza. Creo que él estaba consciente de su necesidad y, por tanto, le mencionó a Dios el problema de no tener casa. Sin embargo, es extraño que cuando él presentó el asunto de una casa, en lugar de hablar de su propia casa, habló de la casa de Dios. Él era alguien que sólo se preocupaba por su propio bienestar y no por Dios. Sin embargo, después de mencionar los problemas relacionados con su bienestar y de expresar su deseo de ser debidamente alimentado y vestido, es como si se hubiera olvidado de su necesidad de una casa y, en vez de ello, habló de la casa de Dios. Debemos creer que esto sucedió bajo la soberanía del Espíritu Santo. Las últimas palabras de Jacob hacían referencia a la intención que Dios tenía en Su corazón. Cuando Dios trajo el cielo a la tierra, Su intención era obtener Bet-el, la casa de Dios, en la tierra. Ésta es la primera vez que se menciona la casa de Dios en la Santa Biblia.
Debemos saber que tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, en el hebreo o en el griego, estas tres palabras —palacio, casa y hogar— están relacionadas. Incluso en el idioma chino estas palabras están también relacionadas. Un hogar es por lo general una casa, y la casa en la que viven personas notables como los reyes es un palacio. Un palacio es un hogar, y un hogar es una casa, un edificio. La Biblia de principio a fin nos muestra que Dios desea obtener un hogar, un edificio, en este universo. Además, cuando Dios reveló Su intención por primera vez en las Escrituras, se la reveló a un hombre errante que estaba sin hogar. Esto es maravilloso.
A partir de este punto, el tema de que Dios desea edificar una casa en la tierra se hace cada vez más claro y concreto. Con el tiempo, Dios le dio a Jacob un gran número de descendientes. Ellos son llamados la casa de Jacob y también la casa de Israel. Las Escrituras revelan que el deseo de Dios era hacer de la casa de Israel Su casa. Después que Dios salvó a los hijos de Israel de Egipto, les dijo que moraría en medio de ellos y sería su Dios (Éx. 29:45). Esto muestra que Él salvó a Su pueblo con el fin de obtener una morada, una casa, en la tierra.
Cuando los hijos de Israel llegaron al desierto, Dios les mandó que erigieran un tabernáculo en el cual Él podía morar juntamente con ellos. Al erigir el tabernáculo, los materiales más importantes fueron las tablas erguidas que estaban recubiertas de oro. Eran tablas de madera, pero por fuera estaban recubiertas de oro; eran tablas que tenían la apariencia de oro, pero por dentro eran de madera. Los lectores de la Biblia saben que en la tipología la madera denota la humanidad, mientras que el oro denota la divinidad. Por lo tanto, la madera recubierta de oro implica que la divinidad y la humanidad están mezcladas como una sola entidad. Esta mezcla de Dios con el hombre es una edificación. En el tabernáculo vemos la mezcla de la divinidad con la humanidad no sólo en las tablas, sino también en otros muebles, como el Arca, la mesa del pan de la presencia y las cortinas. De hecho, todo el tabernáculo nos muestra esta mezcla. Esta mezcla es un tipo de edificación, y esta edificación es la casa de Dios.
Tenemos que recordar que el que Dios morara en el tabernáculo en medio de los hijos de Israel era simplemente una señal, una figura. En realidad, Dios no consideraba el tabernáculo Su morada; más bien, Él consideraba el pueblo de Israel Su morada. Dios no moraba simplemente en el tabernáculo; Él moraba en medio de los hijos de Israel. La verdadera intención de Dios era mezclarse con los hijos de Israel y mezclar a los hijos de Israel consigo mismo, a fin de que ellos llegaran a ser Su morada. Con respecto a esto, Dios usó el tabernáculo como una señal. Por lo tanto, cuando los hijos de Israel erigieron el tabernáculo, la gloria de Dios, que es Dios mismo, llenó el tabernáculo. En ese momento, Dios había obtenido una morada en la tierra.
Después que los hijos de Israel entraron en Canaán, Dios repetidas veces los bendijo, dándoles reposo en todo lugar y permitiéndoles vivir en paz. En aquel tiempo, al considerar el asunto de una morada para Dios, David, el rey de ellos, dijo: “Yo habito en casa de cedro, pero el Arca de Dios habita entre cortinas” (2 S. 7:2). En vista de esto, él decidió edificarle a Dios una casa. Sin embargo, Dios al responderle pareció decirle: “¡No te apresures! Yo primero te edificaré una casa, de la cual procederá un hijo, y él es quien me edificará una casa. Primero tengo que edificarte una casa, y entonces tú podrás hacer esto por Mí”.
Éste es un principio espiritual de gran trascendencia. Nadie puede hacer nada por Dios primero. Dios siempre obra primero a favor del hombre, y después el hombre puede obrar a favor de Dios. Dios jamás le pide nada cuando usted aún tiene las manos vacías. Él siempre le da a usted primero y luego le pide un poco. Esto es semejante a un padre que primero le da a su hijo una bolsa llena de dulces, y luego le pide que le dé un dulce. No obstante, a veces el padre no recibe el trato que merece, pues aunque le ha dado a su hijo una bolsa llena de dulces, cuando le pide un dulce, el niño rehúsa hacerlo. En tal caso, el padre no tiene más opción que traer otra bolsa de dulces y decirle al niño: “Si me das un dulce, entonces te regalaré otra bolsa”. Después de hacer algunos cálculos, el niño piensa que es un excelente arreglo dar un dulce a cambio de otra bolsa, así que accede a darle a su padre un dulce. Sin embargo, el padre tendrá que preparar una tercera bolsa de dulces si quiere pedirle al niño otro dulce. Si el padre no tiene una tercera bolsa de dulces, el niño no le dará un segundo dulce. Asimismo, siempre existe una dificultad similar cada vez que Dios nos pide algo. Sin embargo, puedo asegurarle a usted que si Dios les pide algo es porque ya tiene preparada una “segunda bolsa” para usted. Además, Él no sólo tiene una segunda bolsa, sino que ha preparado un sinnúmero de bolsas. Puede estar tranquilo porque Dios nunca le pedirá nada a usted mientras tenga las manos vacías. En vez de ello, Él siempre le dará a usted antes de pedirle cualquier cosa.
Ese día cuando David primero quiso edificar una casa para Dios, incluso el profeta Natán, quien conocía a Dios, no entendió este principio. Fue por eso que le dijo a David: “Todo lo que está en tu corazón, anda y hazlo, porque Jehová está contigo” (v. 3). Entonces Dios vino a Natán inmediatamente y le dijo: “¡No! Ve y dile a David que no puede edificarme una casa. Yo primero debo edificarle una casa, y después un hijo procederá de esa casa, y entonces él Me edificará una casa”.
Finalmente, cuando Salomón nació, él edificó un templo para Dios y la gloria de Dios lo llenó. Sin embargo, ese templo no era más que una señal. Así como Dios no moró en el tabernáculo, Él tampoco moró en el templo. En vez de ello, Dios consideraba que los hijos de Israel eran Su templo. Cuando la condición de los hijos de Israel era normal ante Dios, Él moraba entre ellos, y entonces el templo fue lleno de la gloria de Dios. Cuando los hijos de Israel estaban en desolación ante Dios, Dios ya no podía morar en medio de ellos, y la gloria de Dios también se retiraba del templo. Por lo tanto, el templo era simplemente una señal, un símbolo. El verdadero templo era los hijos de Israel. Dios no moraba en una casa hecha de piedras, sino que moraba en medio de los hijos de Israel. Fue por eso que Dios dijo en Isaías: “El cielo es Mi trono, / y la tierra estrado de Mis pies. / ¿Dónde, pues, está la casa que me habréis de edificar, / y dónde está el lugar de Mi reposo? [...] / Pero miraré a aquel hombre que es pobre y / de espíritu contrito, y que tiembla ante Mi palabra” (66:1-2). Así como el cielo no es la morada de Dios, tampoco lo es una casa en la tierra. Lo que Él busca es un grupo de personas en quienes Él pueda entrar. Además, Dios habló por medio de Isaías, diciendo: “Porque así dice el Alto y Sublime, / el que habita la eternidad [...] / Yo habitaré en la altura y la santidad, / y con el contrito y humilde de espíritu” (57:15). Estas palabras claramente nos muestran que los cielos y la tierra no son la morada de Dios. La morada que Dios desea obtener es un grupo de personas. Si Dios no logra obtener un grupo de personas, entonces será un Dios sin hogar en el universo. Por esta razón, Él anhela obtener un grupo de personas a fin de que sean conjuntamente edificadas como Su morada.
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