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Cristo en Su excelenciapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3291-0
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CAPÍTULO CINCO

LA PLENITUD DE CRISTO

Lectura bíblica: Jn. 1:14, 16; Col. 2:9; Ef. 1:22-23; 3:17-19; 4:11-13

LAS RIQUEZAS DE CRISTO
LLEGAN A SER LA PLENITUD DE CRISTO

En el último capítulo hemos hablado sobre las riquezas de Cristo. Ahora veamos lo que es la plenitud de Cristo. Si disfrutamos de las riquezas de Cristo, llegaremos a ser la plenitud de Cristo. Podríamos afirmar que la plenitud de Cristo es el tema más profundo del Nuevo Testamento, y su profundidad radica en que las riquezas de Cristo llegan a ser la plenitud de Cristo. Son muchas las personas que no entienden cómo las riquezas de Cristo pueden llegar a ser la plenitud de Cristo, y también son muchos los que ni siquiera distinguen claramente entre las riquezas de Cristo y la plenitud de Cristo.

Permítanme darles un ejemplo a manera de ilustración. Supongamos que en una mano tengo un vaso vacío y en la otra una jarra llena de agua. Puesto que el vaso no tiene nada de agua, es un vaso vacío; en cambio, la jarra está llena de agua, por lo cual podemos decir que ella es rica en agua. Yo podría verter en el vaso el agua que está en la jarra y podría llenar el vaso y seguir llenándolo hasta que el agua rebose. Entonces podríamos decir que este desbordamiento del agua es la plenitud, la expresión. Entonces, aquella fuente rica en agua se habrá convertido en la expresión desbordante de las corrientes de agua. En esto consiste la plenitud: abarca desde las riquezas hasta el desbordamiento y la expresión de dichas riquezas.

La “plenitud” a la que se refiere el Nuevo Testamento es la que procede de las riquezas de Cristo, la cual tiene como fin la expresión de Dios. Las riquezas son la fuente de esta plenitud. El suministro continuo de las riquezas es la fuente que produce la plenitud como la expresión de dichas riquezas. Por tanto, las riquezas son la fuente y la plenitud es el resultado de dichas riquezas.

Después de haber estudiado la historia del cristianismo y las obras que han publicado, nos hemos dado cuenta de que casi nadie ha hablado sobre las riquezas de Cristo y la plenitud de Cristo, las cuales son dos expresiones que aparecen claramente en la Biblia. En Efesios 3:8, que es el único versículo de la Biblia que menciona las riquezas de Cristo, Pablo nos dice: “A mí ... me fue dada esta gracia de anunciar a los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo”. Por otro lado, la palabra plenitud, que aparece numerosas veces, es mencionada por primera vez en Juan 1:14: “Y el Verbo se hizo carne y fijo tabernáculo entre nosotros ... lleno de gracia y de realidad”. Aquí la palabra lleno es un adjetivo de la palabra plenitud. En el versículo 16 se nos dice: “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. Aquí la palabra plenitud implica las riquezas de Cristo. ¿Por qué Juan usa plenitud en vez de riquezas? Porque estaba refiriéndose al Dios que se encarnó y que, por tanto, tenía una expresión, es decir, la expresión de Sus riquezas. Cuando Dios se encarnó trajo consigo estas riquezas, las cuales son la expresión de Sí mismo, a fin de que nosotros las recibiéramos. Si le recibimos a Él como la expresión de Dios, entonces recibimos Sus riquezas. Esto es lo que quiere decir cuando Juan nos dijo “porque de Su plenitud recibimos todos”. Por tanto, el Cristo encarnado es la expresión de las riquezas de Dios y la plenitud de Dios. Cuando recibimos a Cristo, recibimos la plenitud de Dios, ya que toda la plenitud de Dios habita en Cristo corporalmente (Col. 2:9).

El Evangelio de Juan es un libro que profundiza en las verdades bíblicas, pues en él se nos dice que Jesús el nazareno no sólo es nuestro Señor, sino que Él también es el Dios que se encarnó. El Verbo, que era Dios, se hizo carne, lo cual quiere decir que Dios se hizo hombre, y dicho hombre es nuestro Señor Jesús. Nuestro Dios no sólo es el misterio del universo, sino también el centro de todos los misterios. Un día, este Dios misterioso entró por medio de Su Espíritu en el vientre de una virgen para nacer de ella, y fue llamado Jesús. Fue de esta manera que Dios llegó a ser un hombre. Él era el único Dios verdadero; no obstante, Él se hizo carne y se vistió de humanidad para llegar a ser un hombre real. Como hombre Él fue tentado en todo igual que nosotros, pero sin pecado (He. 4:15). Cuando este Dios-hombre vino, era el Señor Jesús quien vino, y Su venida trajo gracia y realidad.

Antes de que viniera el Señor Jesús, ya existía todo aquello que había en el universo –los cielos, la tierra y el hombre–, y ya en el Antiguo Testamento existían numerosas promesas, siendo la primera de ellas que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente (Gn. 3:15). También ya existían en el Antiguo Testamento numerosas profecías, tales como Isaías 7:14, en la cual se nos dice que una virgen concebiría y daría a luz un hijo. La simiente de esta mujer sería el Salvador del linaje humano, tipificado en Éxodo por el cordero que el pueblo de Dios ofreció para la redención de sus pecados. Además, en el Antiguo Testamento se menciona el tipo del tabernáculo, el cual fue el medio que hizo posible que Dios se reuniera con el hombre; el tabernáculo era el centro en torno al cual se reunieron. Sin embargo, todo aquello que existía en aquel entonces en el universo y todo los tipos presentes en la Biblia eran simplemente una sombra; no eran la realidad misma. Por esta razón, sin Dios, los cielos y la tierra son vanos; sin Dios, incluso el hombre mismo es vano; asimismo, sin Él, el cordero, el tabernáculo y las ofrendas son meras sombras vacías. Por tanto, no debería sorprendernos que el Antiguo Testamento use tan pocas veces la palabra gracia, y que cuando lo hace, su significado no sea muy claro. Hablando con propiedad, antes de que naciera el Señor Jesús, no había gracia ni realidad en el universo porque Él, quien es gracia y realidad, aún no había venido. Es por eso que Juan 1:17 dice que la ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo. Antes que el Señor Jesús viniera, aún no había ni gracia ni realidad, pero una vez que el Señor Jesús vino, la gracia y la realidad vinieron por medio de Él. Esto se debe a que Él es la gracia y la realidad.

Antes de que naciera el Señor Jesús, no había realidad ni gracia en la tierra; todo cuanto existía en la tierra era meramente un tipo o una sombra. No fue sino hasta que el Señor Jesús se encarnó que hubo gracia y realidad en la tierra; de hecho, Él era la gracia y la realidad. La gracia es Dios en Cristo como nuestro deleite. Juan 3:16 nos dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito”. Dios nos ha dado a Su Hijo gratuitamente como un don, y esto es gracia. La gracia no consiste, como muchos piensan, en obtener una posición social muy elevada, ni recibir grandes ingresos, ni tampoco ser dueño de una hermosa mansión. La gracia tampoco consiste en disfrutar de la compañía de muchos hijos e hijas, y tener muchos nietos y biznietos. Según Pablo, tales cosas no son la gracia. Pablo nos dijo que por causa de la excelencia del conocimiento de Cristo, él había estimado toda persona, todo asunto y toda cosa como basura, y consideraba únicamente a Cristo como Aquel que es excelente (Fil. 3:8). Este excelente Cristo es la gracia. Cuando el hombre obtiene gracia, eso es realidad. Puesto que nosotros hemos obtenido a Dios y a Cristo, hemos obtenido la vida divina y la realidad de la vida. Cristo no sólo es la vida misma, sino también la realidad de dicha vida. Si no tenemos a Cristo, para nosotros la vida sería únicamente un término carente de realidad; pero si tenemos a Cristo, no sólo poseeremos la vida divina misma sino también la realidad de ésta vida. Así que, la gracia es el Cristo que disfrutamos gratuitamente, y la realidad es el Cristo que hemos obtenido.


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