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Manera normal de llevar fruto y de pastorear a fin de edificar la iglesia, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4643-6
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EL PROPÓSITO DE NUESTRO SERVICIO
ES EL DE MINISTRAR VIDA A OTROS

El primer aspecto de nuestro entrenamiento es comprender que en nuestro servicio en la iglesia no hacemos nada por organización. La iglesia es un organismo y, como tal, lo único que requiere es vida. Por lo tanto, nuestro servicio en la iglesia tiene como objetivo principal ministrar vida a otros. Aun el arreglo de las sillas del local o la limpieza de los baños no son un fin en sí mismos; el propósito de todo es ministrar vida. Asimismo, al servir como ujieres o al realizar algún trabajo de oficina, o cualquier aspecto del servicio en la iglesia, debemos hacerlo todo para ministrar vida a los demás. Por supuesto, nos conviene que hagamos las cosas adecuadamente. Si no lo hacemos, esto nos traerá muchos inconvenientes, sin embargo, eso no significa que hacer las cosas bien equivale a tener el servicio apropiado. En las organizaciones religiosas y mundanas, basta con hacer las cosas bien; pero en la iglesia lo más importante es que la vida sea ministrada. Incluso si no somos capaces de hacer las cosas muy bien, pero por Su misericordia ministramos vida a otros, nuestro servicio será exitoso. Así pues, lo más crucial es ministrar vida a otros.

Algunos dirán que es únicamente el Señor Jesús, y no nosotros, quien es el Dador de vida. Sin embargo, por lo menos hay un versículo en el Nuevo Testamento que dice que nosotros podemos impartir vida a los más débiles. En 1 Juan 5:16a dice: “Si alguno ve a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y le dará vida”. Aquí la palabra griega traducida “vida” no es bíos, la vida física, sino zoé, la vida espiritual. Este versículo no dice que si oramos por la enfermedad del hermano, le podemos impartir la vida física; más bien, dice que le daremos la vida zoé, la vida espiritual. Tenemos el privilegio de impartir vida a los más débiles, para que su muerte sea absorbida. Muchos santos no están enfermos físicamente, sino espiritualmente. Ellos necesitan que nosotros oremos por ellos y les impartamos vida. Todos debemos ser entrenados para cuidar de los más débiles, o sea, los que están faltos de vida y enfermos espiritualmente, y también debemos ponerlo en práctica. En las iglesias es muy común que la muerte, en lugar de la vida, sea propagada de boca en boca. Por tanto, es necesario que los más fuertes ministren vida para que cese la propagación de la muerte y ésta sea absorbida. Éste es el propósito principal del servicio en la iglesia.

La mejor oportunidad que tenemos para ministrar vida a otros es en los grupos de servicio. Muchos santos que tienen un corazón para el Señor han sido puestos en estos grupos bajo el cuidado de los hermanos responsables. Los hermanos que llevan la delantera en el servicio no deben preocuparse sólo por hacer las cosas adecuadamente. Lo más importante que ellos deben hacer es cuidar en vida a todos los que sirven en los grupos. En lugar de ayudar a los santos a meramente realizar el servicio, deben tener comunión con ellos e impartirles vida para que puedan crecer. Si los hermanos que llevan la delantera hacen esto, espontáneamente todos los santos harán lo mismo con otros hermanos. De esa manera, toda la iglesia estará bajo el cuidado del ministerio apropiado de vida.

CONSAGRARSE NUEVAMENTE AL SEÑOR
A FIN DE SERVIR Y SER ENTRENADOS

A fin de ministrar vida a otros, es menester que hagamos por lo menos cuatro cosas. Primero debemos mantener una relación adecuada con el Señor. Todos debemos proponernos acudir al Señor, no para orar por algunas cosas, sino simplemente para pasar tiempo con Él. Tenemos que ser como el esclavo comprado descrito en Éxodo 21. El versículo 5 dice: “Si el siervo dice: ‘Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos; no quiero salir libre’ ”. Después de haber servido por seis años, el esclavo quedaba en libertad, pero si él amaba a su señor, no saldría libre. Más aún, mientras él estuvo en casa de su amo, él recibió una esposa y tuvo hijos. Según la tipología, la esposa y los hijos del esclavo representan a la iglesia con todos los santos. No solamente tenemos al Amo, sino que además tenemos la iglesia y todos los santos como nuestra familia. Amamos al Señor, a la iglesia y a todos los santos. Debemos decirle al Señor: “Señor, deseo quedarme. Podría salir libre, pero no lo haré. Te amo. Amo a mi esposa, la iglesia, y amo a mis hijos, los santos. No quiero perderte de vista, Señor; tampoco quiero perder de vista Tu iglesia y todos los santos. Quiero permanecer aquí como Tu esclavo”.

El versículo 6 dice: “Entonces su amo lo llevará ante Dios [heb.], lo arrimará a la puerta o al poste, y le horadará la oreja con lesna. Así será su siervo para siempre”. Según la tipología, hacer que nuestra oreja sea horadada quiere decir abrir nuestros oídos. Ser un buen servidor no depende de nuestros pies, nuestras manos o nuestros ojos. Ello depende de nuestros oídos abiertos. A fin de ser un esclavo apropiado, es necesario que tengamos los oídos abiertos; no se nos exige hablar, hacer nada ni andar, sino que escuchemos. No debemos ser instructores, sino como los que son instruidos; no debemos ser maestros, sino aprendices. Todos necesitamos orar así: “Señor, te amo, amo Tu iglesia y amo a los santos. Jamás saldré libre. Por tanto, horada mi oreja; abre mis oídos para escucharte. No quiero ser un maestro. Soy uno que escucha y aprende”. Isaías 50 es una palabra profética que describe al Señor Jesús mientras estuvo en la tierra. Los versículos 4 y 5 dicen: “Jehová el Señor me ha dado lengua de discípulo, / para que yo sepa sostener con una palabra al fatigado. / Mañana tras mañana me despierta, / despierta mi oído para escuchar como los discípulos. / Jehová el Señor me abrió el oído; / y yo no fui rebelde, / ni me volví atrás” [heb.]. Una persona que ha recibido vida de parte del Señor, así como Su palabra oportuna, podrá impartir la palabra oportuna que sostendrá al fatigado. Esto es ministrar vida a los fatigados y débiles. Todos tenemos que acudir al Señor primero para consagrarnos nuevamente con el propósito de servirle en la iglesia y de participar en el servicio y el entrenamiento.


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