Estudio-vida de Levíticopor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6571-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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La ofrenda de harina es hecha con flor de harina. La flor de harina es, por tanto, el principal componente de la ofrenda de harina. La flor de harina representa la humanidad de Cristo.
La humanidad de Cristo es fina, mientras que nuestra humanidad es áspera y tosca. Tal vez aparentemente seamos mansos y amables, pero en realidad somos toscos. Entre el linaje humano, Cristo es el único que es manso; sólo Él es la flor de harina. En Él no hay aspereza alguna. Su humanidad es fina, perfecta, equilibrada y recta en todo sentido. Desde cualquier ángulo que lo miremos —de frente o de atrás, de arriba o de abajo, del lado derecho o del izquierdo—, Él es recto.
La flor de harina, con la cual estaba hecha la ofrenda de harina, era producida del trigo que había sido sometido a una serie de procesos, como por ejemplo, el hecho de ser sembrado, ser enterrado para morir, crecer, ser golpeado por el viento, por la escarcha, por la lluvia y por el sol, para luego ser segado, trillado, cernido y molido. Todos estos procesos representan los diversos padecimientos de Cristo que hicieron de Él un “varón de dolores” (Is. 53:3). En Su vida humana, el Señor Jesús soportó incesante dolor.
La flor de harina era perfecta en el sentido de ser fina, uniforme, tierna y suave, y completamente equilibrada, sin manifestar exceso ni carencia alguna. Esto representa la belleza y excelencia del vivir humano de Cristo y de Su andar diario. La humanidad de Cristo es perfecta. No existe ningún punto de comparación entre Su humanidad y nuestra humanidad caída y natural.
El aceite de la ofrenda de harina representa al Espíritu de Dios (Lc. 4:18; He. 1:9). Cristo es un hombre y, como tal, Él posee una humanidad excelente. Él también posee el elemento divino, que es el Espíritu de Dios. El elemento divino está en el Espíritu de Dios y es el Espíritu de Dios.
Como ofrenda de harina, Cristo está lleno de aceite. Incluso podríamos decir que Él ha sido “aceitado”. Él se ha mezclado con el aceite. Esto significa que Su humanidad se mezcló con Su divinidad.
En la ofrenda de harina, el aceite era derramado sobre la flor de harina. Esto significa que el Espíritu de Dios fue derramado sobre Cristo (Mt. 3:16; Jn. 1:32).
El olíbano tiene un aroma agradable y da a las personas una sensación muy placentera. En tipología, el olíbano en la ofrenda de harina representa la fragancia de Cristo en Su resurrección.
El olíbano era aplicado a la flor de harina. Esto significa que la humanidad de Cristo lleva el aroma de Su resurrección, que se manifiesta en medio de Sus sufrimientos (cfr. Mt. 11:20-30; Lc. 10:21). En el transcurso de Su vida humana, Cristo tuvo muchos padecimientos, pero el aroma de Su resurrección se manifestaba a través de Sus padecimientos. A pesar de la multitud de Sus padecimientos, de Él emanaba una dulce fragancia, el aroma de Su resurrección.
En la ofrenda de harina encontramos tres componentes: la flor de harina, el aceite y el olíbano. Si estudiamos los cuatro Evangelios, veremos que la vida de Cristo consistía principalmente de estos tres elementos. En la vida y en el andar del Señor Jesús vemos continuamente estos tres elementos: Su humanidad mezclada con Su divinidad y que expresaba Su resurrección.
Aun antes de ser crucificado, Cristo continuamente expresó Su resurrección. Al respecto debemos saber que el Señor Jesús fue crucificado diariamente y no sólo al final de Su vida. Durante toda Su vida Él estuvo sujeto a la operación de la cruz. Él era continuamente degollado, desollado y cortado en trozos. Su crucifixión, la cual duró seis horas, fue la culminación de Sus experiencias en las que fue degollado, desollado y cortado en trozos. Debido a que el Señor Jesús diariamente vivió sujeto a la operación de la cruz, la resurrección siempre emanó de Su humanidad, la cual estaba mezclada con Su divinidad.
Si tenemos este pensamiento presente mientras leemos los Evangelios, veremos qué clase de persona fue Cristo mientras vivió en la tierra. Él fue una persona que poseía la mejor y más elevada humanidad. Su humanidad estaba “aceitada”, debido a que se había mezclado con Su divinidad. En Su vivir humano, Él no expresó Sus padecimientos, sino la resurrección. Esta resurrección es el olíbano, el aroma fragante, el olor grato, en todo el universo. No hay nada más grato, más fragante, que este aroma de resurrección. Así fue el vivir humano de Cristo en la tierra.
Incluso cuando el Señor Jesús fue arrestado y crucificado, Él llevó una vida en la que Su humanidad estaba mezclada con Su divinidad y que expresaba la resurrección. Una compañía de soldados y alguaciles de parte de los principales sacerdotes y de los fariseos fueron al huerto a buscar a Jesús. Él les preguntó dos veces: “¿A quién buscáis?” (Jn. 18:4, 7), y en ambas ocasiones contestaron: “A Jesús nazareno” (vs. 5, 7). Entonces, el Señor Jesús les dijo: “Pues si me buscáis a Mí, dejad ir a éstos” (v. 8). Al decir “éstos” se refería a Sus discípulos. En el momento en que era traicionado por Su falso discípulo y era arrestado por los soldados, el Señor seguía cuidando de Sus discípulos. En esto podemos percibir la fragancia de la resurrección.
Mientras el Señor Jesús estaba en la cruz, Él cuidó de Su madre. “Jesús, viendo a Su madre y al discípulo a quien Él amaba, que estaba presente, dijo a Su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre” (Jn. 19:26-27a). Aquí vemos nuevamente la resurrección expresada en medio de los sufrimientos del Señor.
Sin importar cuáles fueran las circunstancias, el Señor Jesús llevó una vida de sufrimientos, pero siempre expresó la fragancia de Su resurrección. En todo lugar y en todo momento, Cristo llevó una vida en la que Su humanidad estaba mezclada con Su divinidad y que expresaba Su resurrección. Ésta es la ofrenda de harina.
El holocausto tiene como finalidad satisfacer a Dios al cumplir Su deseo. El holocausto sirve de alimento a Dios, y sólo Él puede comerlo. El hecho de que toda la ofrenda fuese consumida sobre el altar indica que Dios la recibía. Podríamos decir que el fuego que consumía el holocausto es la “boca” de Dios. Mientras que el holocausto sirve de alimento a Dios, la ofrenda de harina es nuestro alimento para nuestra satisfacción, de la cual compartimos con Dios una pequeña porción.
La adoración apropiada requiere el holocausto y la ofrenda de harina. Ofrecer el holocausto para satisfacción de Dios y ofrecer la ofrenda de harina para satisfacción nuestra y para compartir nuestra satisfacción con Dios: ésta es la verdadera adoración. La adoración apropiada consiste en satisfacer a Dios con Cristo como holocausto y en ser satisfechos con Cristo como ofrenda de harina, satisfacción que compartimos con Dios. En la adoración auténtica, Cristo como holocausto asciende a Dios, y Cristo como ofrenda de harina entra en nuestro ser. En esta adoración satisfacemos a Dios con Cristo, y compartimos con Él nuestro disfrute de Cristo.
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