Llevar fruto que permanece, tomo 2por Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6315-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Debemos prestar atención al hecho de guiar a los nuevos creyentes a confesar sus pecados delante del Señor. En las reuniones hemos escuchado muchos testimonios de cómo las personas fueron salvas, pero no es común escuchar a alguien testificar que sentía que era pecaminoso, que confesó sus pecados delante del Señor y que creyó que la preciosa sangre que derramó el Señor Jesús en la cruz por él lo limpió de todos sus pecados. Es raro que alguien testifique acerca de esto. Ésta es una gran deficiencia en nuestra predicación del evangelio. Por lo tanto, cuando contactemos a los nuevos creyentes, ya sea antes o después del bautismo, debemos dedicar un buen tiempo para tener comunión con ellos acerca del asunto del pecado, a fin de que tengan un sentimiento apropiado al respecto.
Las personas deben entender que en la Biblia la primera palabra del evangelio es “arrepentíos” (Mt. 3:2). El día de Pentecostés, después que la multitud oyó el evangelio predicado por Pedro, le preguntaron a éste: “¿Qué haremos?”. Pedro entonces les dijo: “Arrepentíos” (Hch. 2:37-38). Por supuesto, el método que hemos descubierto de usar El misterio de la vida humana para predicar el evangelio es correcto, pero esta publicación es simplemente útil para abrir la puerta. Podemos comparar esto a quitarle el corcho a una botella; después de abrir la botella, debemos estudiar muy cuidadosamente cuál debe ser el contenido de la botella. El primer elemento que debemos poner en el hombre es el arrepentimiento para que sepa que es pecaminoso. Esto es algo que nos hizo falta en el pasado, y ahora todos debemos suplir esta carencia. Debemos aprender cómo guiar a las personas al arrepentimiento, cómo ayudarles a que presten atención a su conciencia y a que perciban el sentir interior. Por ejemplo, si alguien fue deshonesto y ofendió a sus padres, hermanos y hermanas, ciertamente no podemos reprenderlo cara a cara. En vez de ello, primero debemos orar delante del Señor. Luego, cuando vayamos a predicarle el evangelio, debemos aprender cómo guiarlo al arrepentimiento y a sentirse convencido de pecado. Cuando el Espíritu venga, Él convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Jn. 16:8). La palabra griega traducida convencer es difícil de traducir; denota un exhaustivo arrepentimiento y confesión, así como la condenación del yo. Esto es algo que hace falta en nuestra predicación del evangelio, y tenemos que esforzarnos por suplir esta carencia.
Por causa de los nuevos creyentes que estén presentes en la reunión del día del Señor, debemos tener comunión en cuanto al significado del partimiento del pan y dedicar un tiempo al ministerio de la Palabra. Cada día del Señor, debemos tener un mensaje que compartir a los santos. Hablando con propiedad, la iglesia debe ser viviente y estar llena de las riquezas al grado en que no haya necesidad de dar a los santos una copia impresa del extracto de un mensaje. En vez de ello, debe haber un hermano que simplemente se ponga en pie para compartir sobre un pasaje por diez minutos. El hablar debe ser viviente, iluminador, real y rico. Aunque desde la época del hermano Nee, nosotros hemos hecho lo posible por mejorar en este asunto, hasta hoy no lo hemos logrado. La vieja manera que practicamos en el pasado anuló este asunto. Ahora somos como un hombre cojo, que anda con muletas. Esperamos que después de seis meses o un año, sean producidos algunos hermanos que sean hábiles en esto. Deben haber recibido cierto adiestramiento y pueden usar de diez a quince minutos en la reunión para guiar a todos los santos a leer unos cuantos pasajes de la Biblia, a orar-leer juntos y a decir algo para que las personas puedan recibir el beneficio y ser alimentadas.
Si en una reunión de dos mil personas, prácticamente no se oye ni una sola palabra de vida de principio a fin, eso no estará nada bien. No podemos simplemente darles himnos a las personas, porque cuando ellas cantan himnos, raras veces prestan atención al significado del himno y sólo suelen prestar atención a la melodía, al sonido y a la expresión. Por consiguiente, en cada reunión debemos tener el espíritu y la palabra en vez de entretenimiento, festejo y juego, todo lo cual debe evitarse completamente. Las reuniones deben ser vivientes y liberadas, y de ninguna manera debe haber una atmósfera de juego y de festejo. Esto no significa que debamos estar en la reunión con caras largas; antes bien, significa que debemos hacer que las personas perciban cierta solemnidad. Después de todo, el propósito de la reunión del día del Señor es recordar al Señor y adorar a Dios. Aunque hoy estamos en la era de la gracia, siempre que las personas contacten al Señor y se encuentren con Él, se postrarán delante de Él. La presencia del Señor muchas veces hace que las personas sientan reverencia y no es algo tan liviano como quizás hayamos pensado. No les digo esto para desanimarlos, sino para que seamos ayudados a practicar esto diligentemente, a fin de que todas las actividades de la reunión puedan llevarse a cabo de una manera apropiada delante del Señor.
Aunque el camino que estamos siguiendo es el correcto, es muy difícil tener éxito totalmente en este último paso de practicar las reuniones de hogar. Ésta es una carga muy pesada que tenemos en nuestro interior. En el pasado bautizamos a las personas, pero no pudimos retenerlas porque no teníamos las reuniones de hogar, ni sabíamos cómo llevarlas a cabo. Ahora hemos invertido mucho tiempo y esfuerzo para ponerlo en práctica con la esperanza de que por medio de las reuniones de hogar en nuestras localidades podamos establecer a las personas en la vida de iglesia y lograr que crezcan en vida.
El despliegue de entusiasmo es momentáneo, y la emoción es temporal. Es necesario alimentar a las personas continuamente, al igual que una madre prepara comidas en su casa varias veces al día, alimentando continuamente a sus hijos desde que nacen hasta que cumplen veinte años o más. Esto no es nada fácil. Cuando pongamos en práctica las reuniones de hogar, tenemos que verlas desde esta perspectiva. Es necesario que primeramente nosotros mismos seamos enriquecidos con la vida, equipados con la verdad y seamos diestros en nuestro método. Es imprescindible que estas tres cosas estén bien atendidas: ser enriquecidos con la vida, ser equipados con la verdad, y usar y practicar las lecciones con miras a las reuniones de hogar. Nosotros debemos experimentar con las reuniones de hogar personalmente, asistiendo a ellas para aprender cómo se conducen y cómo se llevan a cabo. La misma Biblia y Lecciones de vida en manos de otros pueden ser muy ricas, vivientes, frescas e iluminadoras, pero en nuestras manos quizás no sean tan eficaces. No debiera ser así. Todos ayudamos a las personas a leer la Biblia; sin embargo, mientras algunos lo hacen de una manera viviente e iluminadora, es posible que nosotros lo hagamos de una manera muerta y rígida y que trae las tinieblas. Esto nos muestra que todos necesitamos ser adiestrados.
Si las reuniones de hogar se practican con éxito, la nueva manera será exitosa; de lo contrario, toda nuestra labor relacionada con la nueva manera será en vano. Este asunto es muy serio. Por consiguiente, debemos orar pidiéndole al Señor que nos dé una visión clara del camino que tenemos por delante. Aparentemente hay muchas cosas que son loables y alentadoras; sin embargo, el contenido de las reuniones no merece alabanzas ni es tan alentador. No debemos decir que el contenido nuestro al menos es mejor que el del cristianismo. No debemos comparar el cuadro nuestro con un cuadro negro; nuestro estándar de comparación no es la tierra amarilla sino el oro. ¿Cuánto oro hay en nosotros? Tenemos que ser enriquecidos continuamente con la vida, la verdad, la luz y la experiencia, y aplicar continuamente nuestros métodos hasta que tengamos la debida destreza.
(Mensaje dado el 28 de abril de 1987 en Taipéi, Taiwán)
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