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Visión central necesaria para servir a la iglesia, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-8315-8
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Actualmente disponible en: Capítulo 4 de 7 Sección 4 de 4

NUESTRA ADORACIÓN
Y NUESTRO SERVICIO A DIOS
DEBEN REALIZARSE EN ESPÍRITU

El verdadero Dios ya no está sólo en los cielos. Él ha entrado en nuestro espíritu. Cualquier cosa aparte de Dios es un ídolo. Por tanto, el versículo 21 dice: “Guardaos de los ídolos”. Nunca deberíamos pensar que los ídolos se limitan a objetos que están dentro de los templos. Nuestro celo natural por el Señor es un ídolo que reemplaza al verdadero Dios. El que elijamos himnos de manera natural, el que sirvamos de manera natural y la falta del ejercicio de nuestro espíritu son ídolos. Sólo aquello que procede de nuestro espíritu regenerado es el verdadero Dios.

Hace muchos años, no entendía por qué 1 Juan 5:21 de repente dice: “Hijitos, guardaos de los ídolos”. Estas palabras parecían ser un pensamiento desconectado. Más tarde entendí que cualquier cosa que no se realice en nuestro espíritu regenerado es un ídolo. El apóstol Juan nos exhortó a que huyamos de los ídolos, es decir, que huyamos de todo lo que no proceda de nuestro espíritu. Es bueno que deseemos ser mansos, amplios, humildes y longánimos, pero ¿acaso se originan estas virtudes de nuestro espíritu regenerado? Si ellas se originan de nuestro espíritu regenerado, son del verdadero Dios; si no, son ídolos.

Que todos nosotros podamos ver esta visión. Dios desea forjarse en nosotros para ser nuestra vida, y Él desea vivir en unidad con nosotros en nuestro espíritu. Él no desea que hagamos cosas por Él, y tampoco le interesan otras cosas. A Él sólo le interesa el que nosotros vivamos en unidad con Él en nuestro espíritu. Necesitamos ver esta visión y permitir que esta visión nos controle. Nuestra oración, lo que decimos, nuestro testimonio y nuestra lectura de la Biblia tienen que proceder de esta visión a fin de proclamar esta visión. Si nosotros realmente vemos esta visión, conoceremos qué procede de nuestro celo natural y si nuestra adoración, nuestro cantar y nuestras oraciones son rutinarias.

Los judíos edificaron el templo en Jerusalén según las instrucciones dadas por Dios. Frente al templo había un altar. Los sacerdotes llevaban vestiduras sacerdotales y servían conforme a las Escrituras. Ellos ofrecían sacrificios en el altar y entraban en el Lugar Santo para quemar el incienso y encender las lámparas. Su adoración a Dios era ortodoxa, pero Dios vino para estar entre los hombres. Él nació en un pesebre, viajó a Egipto y regresó a Nazaret (Lc. 2:16; Mt. 2:13-15, 19-23). Después de haber estado escondido por treinta años, Él comenzó a ministrar en Judea. Él incluso se reclinó a la mesa en casa de Simón el leproso en Betania, junto con Marta, María y Lázaro (Jn. 12:1-3; Mr. 14:3; Mt. 26:6-7). Aunque esta casa en Betania era humilde, Dios estaba allí con los discípulos. Aunque los sacerdotes judíos estaban en el templo ofreciendo sacrificios, adorando a Dios, encendiendo las lámparas y quemando el incienso en sus vestiduras sacerdotales según las Escrituras, Dios no estaba allí. Si tenemos la debida perspicacia, veremos que el verdadero Dios, la vida eterna, estaba en aquella casa humilde, mientras que había “ídolos” en el templo (1 Jn. 5:19-21). En aquel tiempo, incluso el templo, los sacerdotes en sus vestiduras sacerdotales, los sacrificios, el quemar el incienso y el encender las lámparas yacían en poder del maligno.

No nos debería preocupar que el Señor Jesús esté en una “casa humilde”, pero necesitamos considerar si nosotros estamos sirviendo religiosamente en “el templo”. Podríamos pensar que adoramos a Dios, pero no darnos cuenta de que realmente estamos bajo la autoridad de las tinieblas y adorando ídolos. El verdadero Dios, la vida eterna, está en nuestro espíritu. Necesitamos sentarnos a Sus pies y tener comunión íntima con Él en nuestro espíritu. Dios no se encontraba en la adoración rutinaria que se efectuaba en el templo. Las cosas relacionadas con el templo, incluyendo los sacerdotes en sus vestiduras sacerdotales y la rutina de quemar el incienso y encender las lámparas habían caído en manos de Satanás; se habían convertido en “ídolos”. Por tanto, el apóstol Juan dijo: “Guardaos de los ídolos”. Si tenemos una visión, entenderemos que el judaísmo se había degradado. Las sinagogas judías originalmente servían al propósito de rendir adoración a Dios, pero Apocalipsis 2:9 dice: “Los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás”. No sólo el judaísmo se degradó, sino que incluso el catolicismo y el protestantismo se han degradado. Por tanto, debemos tener cuidado para que no nos convirtamos en una “sinagoga de Satanás”.

Todo lo que no es del Espíritu de Dios está bajo la autoridad de Satanás. La religión les enseña a las personas cómo adorar a Dios sin Dios; por tanto, ella pertenece a la sinagoga de Satanás. Si nuestro partimiento del pan es un ritual que no tiene la presencia del Señor y no se efectúa en nuestro espíritu, entonces nosotros adoramos ídolos, y no al verdadero Dios. El Señor Jesús dijo: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren” (Jn. 4:24). El Señor no se encuentra en los rituales; Él está en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22). Ésta es la visión que necesitamos. Necesitamos postrarnos delante del Señor y decir: “Señor, ten misericordia de mí. Sin Tu misericordia, estoy ciego y no puedo ver”. Sin la misericordia del Señor, nosotros somos como Saulo de Tarso camino a Damasco. Podríamos pensar que servimos a Dios celosamente, pero de hecho, es posible que estemos bajo la autoridad de Satanás y en la esfera de los ídolos. Un ídolo es cualquier cosa que tiene una forma exterior y que carece del Señor. Tenemos al Señor únicamente cuando estamos en nuestro espíritu. Tener una forma exterior sin el espíritu equivale a tener un ídolo, una religión. Si no tenemos una visión, nosotros adoramos ídolos y no servimos a Dios. Podríamos enseñarles a otros acerca de la santidad, la victoria y el llevar la cruz, pero si no estamos en nuestro espíritu, no guiaremos a otros a que estén en su espíritu. Necesitamos volvernos a nuestro espíritu y sumergirnos en nuestro espíritu para que el verdadero Dios opere en nuestro espíritu. Sólo entonces podremos decir que nuestra adoración y nuestro servicio son conforme al verdadero Dios y la vida eterna.


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