Expresión práctica de la iglesia, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-87083-905-4
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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A fin de que la iglesia se exprese debidamente en la práctica, tenemos que conocer la unidad de la iglesia. La iglesia local apropiada y la práctica apropiada de la iglesia dependen de que conozcamos la iglesia, y la unidad es el cimiento y la prueba de la práctica de la vida de iglesia. Si pasamos la prueba de la unidad, nuestra práctica será apropiada y correcta. Por tanto, debemos entender claramente qué es la unidad de la iglesia.
¿Qué es la unidad de la iglesia? El capítulo cuatro de Efesios lo explica: “Diligentes en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un Cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (vs. 3-6).
La unidad de la iglesia es la unidad del Espíritu, la cual consiste del Dios Triuno. En el capítulo cuatro de Efesios, los siete unos se subdividen en tres grupos, y en cada grupo está una de las tres Personas de la Deidad. En el primer grupo, vemos al Espíritu; en el segundo, al Señor; y en el tercero, a Dios el Padre. En el primer grupo está el Cuerpo, el Espíritu y la esperanza; luego en el segundo grupo vemos al Señor, la fe y el bautismo; y el último grupo contiene a Dios el Padre. El Cuerpo y la esperanza se mencionan junto con el Espíritu; la fe y el bautismo, junto con el Señor; y después, Dios el Padre, quien es sobre todos, por todos y en todos. La Deidad en tres Personas es nuestra unidad, la cual se realiza en el Espíritu.
La unidad de la iglesia es el Dios Triuno, el propio Dios en tres Personas que se imparte en nosotros para producir el Cuerpo. Es interesante notar que en estos tres grupos el Espíritu se menciona primero, luego el Señor y después Dios el Padre. Este orden concuerda con la formación del Cuerpo y no con la secuencia de la Deidad, la cual sería Dios el Padre, el Señor y el Espíritu. Pero según la formación del Cuerpo, primero experimentamos al Espíritu, luego al Señor y después a Dios el Padre. Esto se debe a que Dios el Padre es la fuente, el Señor es el cauce y el Espíritu es la aplicación. El Cuerpo llega a existir en el Espíritu y por la aplicación de éste. Es imposible tener el Cuerpo sin el Espíritu.
Cuando experimentamos al Espíritu, somos guiados al Señor; y cuando tenemos al Señor, poseemos la fuente, quien es Dios el Padre. Esta es la unidad de la iglesia, y no es nada menos que el Dios Triuno hecho real en el Espíritu; por lo tanto, la unidad de la iglesia es la unidad del Espíritu. El Padre está en el Hijo, el Hijo está en el Espíritu y el Espíritu está ahora en el Cuerpo. Son cuatro en uno: el Padre, el Hijo, el Espíritu y el Cuerpo.
¿Cómo puede ser esto posible? ¿Cómo puede el Dios Triuno ser uno con el Cuerpo? Se realiza solamente por la fe y el bautismo: por la fe entramos en el Señor y por el bautismo se le da fin a toda nuestra vejez; la fe nos introduce en Cristo y el bautismo nos saca de Adán. Por eso tenemos que creer y ser bautizados a fin de ser trasladados fuera de Adán e introducidos en Cristo. Nacimos en Adán, así que estábamos en Adán, pero al creer y ser bautizados, fuimos trasladados fuera de Adán e introducidos en Cristo.
Cuando creímos entramos en Cristo al creer; y al ser sepultados por el bautismo, dicha sepultura puso fin a todas nuestras viejas relaciones. Por medio de estas dos transacciones, estamos en Cristo y El en nosotros. En Cristo somos uno con el Dios Triuno y tenemos una esperanza. Todo está hecho, ahora sólo anhelamos dicha esperanza, la cual es nuestro futuro y destino, es decir, la venida de Cristo. Cristo es nuestra esperanza, la esperanza de gloria (Col. 1:27), y cuando El regrese seremos glorificados con El e introducidos en Su gloria (Fil. 3:21; 1 Co. 2:7; 1 P. 5:10).
Esta es la unidad. Todos los cristianos son verdaderamente uno en esto, y ningún creyente genuino difiere; somos iguales en los siete unos. Esta es nuestra unidad, la cual es la unidad del Espíritu. El Espíritu es la realidad de dicha unidad.
Esta unidad es también la unidad de la fe en la cual todos creemos. La fe, por la cual somos salvos, es la unidad. Así como en el Espíritu somos uno, así también en la fe somos uno.
En Efesios 4:13-14 encontramos dos expresiones: “la unidad de la fe” y “viento de enseñanza”. ¿Cuál es la diferencia entre la fe y la enseñanza? La fe se compone de lo que nos salva cuando creemos en ello, tal como la Persona y la obra redentora de Cristo; somos salvos si creemos en esto. Tales cosas son la fe, no la enseñanza. La enseñanza, o doctrina, no tiene nada que ver con nuestra salvación.
Algunos dicen que tienen fe en el bautismo por inmersión, otros dicen que tienen fe en el bautismo por aspersión; pero, ¿forman la inmersión o la aspersión parte de la fe? La fe es absolutamente necesaria para nuestra salvación, pero ni la inmersión ni la aspersión son necesarias para ser salvos. Algunos que son salvos han sido bautizados por inmersión, mientras otros que también son salvos quizá hayan sido bautizados por aspersión. Por tanto, ni la inmersión ni la aspersión tienen nada que ver con nuestra salvación, lo cual comprueba que ninguna de ellas son parte de la fe, aunque tampoco son herejías; ambas son doctrinas, pero ninguna es parte de la fe.
La fe tiene que ver con nuestra salvación: si la tenemos, somos salvos; si no la tenemos, estamos perdidos. Esto es la fe, pero ¿qué es la doctrina? La doctrina quizá nos beneficie, pero no tiene nada que ver con nuestra salvación.
En el cristianismo actual hay muchas doctrinas, tales como el lavamiento de los pies, el cubrirse la cabeza, el bautismo por inmersión o por aspersión, etc. Existen muchas enseñanzas que son bíblicas, pero que no necesariamente son parte de la fe; simplemente son doctrinas, pero no tienen nada que ver con nuestra salvación. Somos salvos mientras creamos en la fe, ya sea que nos cubramos la cabeza o no, que practiquemos el lavamiento de pies o no, o que seamos bautizados por inmersión o por aspersión.
He oído a muchos en el pasado citar Judas 3: “Que contendáis ardientemente por la fe que ha sido trasmitida a los santos una vez para siempre”. Por lo tanto, dicen, debemos contender por la fe. Algunos toman el bautismo por inmersión como parte de su fe, así que contienden por ello. Pero tanto el bautismo por inmersión, como muchas otras enseñanzas, no son parte de la fe; simplemente son doctrinas. La Biblia nos exhorta a que contendamos por “la fe”, no por ninguna doctrina. Debemos contender por “la fe”, la fe que salva, no por ninguna doctrina que no tiene nada que ver con nuestra salvación.
Supongamos que un hermano en la fe insiste en ser bautizado por aspersión. ¿Cuál debe ser nuestra actitud? Quizá pensamos que es mejor bautizarlo por inmersión, pero si él insiste en la aspersión, debemos permitírselo. Con tal que tengamos fe en el Señor, es suficiente. Si usted insiste en la aspersión, todavía soy uno con usted. Aunque no soy partidario de la aspersión, sigo siendo uno con usted en la fe y en el Cuerpo. Ninguna doctrina me dividirá de usted, ni en la fe ni en la iglesia.
No debemos tomar cualquier doctrina y hacerla parte de la fe. Si lo hacemos, seremos una “iglesia” de cierta doctrina y llegaremos a ser una secta de esa doctrina. Si insistimos en la aspersión o en la inmersión y hacemos de ellas parte de nuestra fe, seremos una “iglesia” de la aspersión o una “iglesia” de la inmersión; éstas no son iglesias genuinas sino divisiones. El hecho de que bauticemos por inmersión o por aspersión no tiene nada que ver con la fe. Somos uno con tal que guardemos la fe y que no tomemos cualquier doctrina para hacerla parte de dicha fe. En la fe todos somos uno; pero las doctrinas nos dividen.
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