Revelación crucial de la vida hallada en las Escrituras, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-1-57593-811-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Romanos 5 nos muestra dos personas: Adán y Cristo. La desobediencia de un hombre está en contraste con la obediencia de uno solo (v. 19). Adán es el primer hombre, Cristo el segundo Hombre. En la Biblia el deseo de Dios está con el segundo Hombre, y no con el primero. Los dos hijos de Isaac eran Esaú y Jacob. Dios rechazó a Esaú, el primogénito, y amó a Jacob, el segundo hijo (Ro. 9:13). Además, el libro de Exodo nos dice que el juicio final de Dios sobre Egipto consistió en que murieron todos los primogénitos (11:4-5). El primero representa al hombre natural, mientras que el segundo representa al hombre espiritual (1 Co. 15:46-47). Estábamos en Adán, el primer hombre, pero ahora estamos en Cristo, el segundo Hombre. Primero nacimos en Adán, pero la segunda vez nacimos en Cristo. Todos los que tienen un solo nacimiento no han sido salvos y no están en Cristo. Debido a que nuestro primer nacimiento fue en Adán y nuestro segundo nacimiento en Cristo, somos de Cristo.
Según Romanos 5 heredamos el pecado y la muerte en Adán (v. 12). El pecado nos puso bajo la condenación de Dios (vs. 16, 18). Mientras seamos pecaminosos, seremos condenados por Dios bajo el justo juicio de El. La muerte nos introduce en una situación donde somos completamente incapaces de cumplir con los requisitos de Dios. Debido a que estamos muertos, no tenemos la capacidad de ser humildes ni pacientes conforme a la norma divina de Dios. Romanos 5 muestra que primero estábamos bajo la condenación de Dios y además éramos completamente incapaces de cumplir con Sus requisitos. No obstante, damos gracias a Dios porque Cristo murió por nosotros. Su muerte resolvió el primer problema que teníamos. El hecho de estar bajo la condenación de Dios se acabó por completo. Pero ahora, en cierto sentido, seguimos en la segunda condición, la de no ser capaces de cumplir los requisitos de Dios.
De Adán heredamos el pecado y la muerte. De Cristo recibimos justicia y vida (vs. 17-19). La justicia y la vida son dos cosas principales que hemos recibido en Cristo y de El. La justicia está en contra del pecado, y la vida está en contra de la muerte. Heredamos el pecado, pero hemos recibido la justicia. La justicia borró el pecado. Heredamos la muerte de Adán, pero hemos recibido la vida en Cristo. La vida borra y absorbe la muerte. La justicia en Cristo está relacionada con Su muerte. La vida en Cristo está relacionada con Su resurrección. El murió por nuestro pecado y resucitó para que nosotros tuviéramos la vida. Su muerte resuelve el problema de nuestro pecado, y Su resurrección nos imparte Su vida para vencer y absorber la muerte. Por una parte, hemos sido reconciliados con Dios por Su muerte. Por otra, ahora en Su vida somos salvos de la muerte. La muerte es nuestro problema. Habiendo sido reconciliados, mucho más, en Su vida seremos salvos de la muerte (v. 10), la cual es la incapacidad de cumplir los requisitos de Dios conforme a Su norma divina.
Tenemos que aplicar esta comunión a nuestra vida práctica diaria. El descuido, la falta de disciplina y la indolencia son debilidades, y éstas son los diferentes aspectos de la muerte. Nosotros somos descuidados, indisciplinados e indolentes porque somos débiles, y todas las debilidades son aspectos de la muerte. Tal vez pensemos que si tuviéramos más libertad, eso sería maravilloso. Pero la clase de libertad que deseamos tal vez no sea de verdad libertad sino descuido.
Tenemos que distinguir entre la libertad y la falta de disciplina. Ser indisciplinados significa que en nuestra vida diaria no podemos hacer nada por nosotros mismos. Tal vez no podamos acostarnos cuando debemos. Quizás no podamos mantener todo en orden. Cuando somos fuertes y sobrios en nuestra mentalidad, espontáneamente somos disciplinados. Cuando sea el tiempo para sonreír, debemos sonreír. Cuando sea el tiempo para llorar, debemos llorar. Cuando sea el tiempo para reír, debemos reír. El descuido significa que no hay control. La indisciplina trae la muerte. Tener libertad es no estar bajo el cautiverio de nada. Cuando estamos libres, hacemos lo que nos parece que debemos hacer. Tener libertad es reír cuando nos parezca que debemos reír y cesar de reír cuando así nos parezca. Cuando estamos libres, no estamos cautivos por nada.
Cuando disfrutamos la verdadera libertad podemos controlarnos. La habilidad de manejar bien un automóvil significa que manejamos con libertad. Podemos usar los frenos o acelerar cuando sea necesario. Manejar de manera indisciplinada significa que los frenos o el volante no funcionan. Para disfrutar la verdadera libertad en el manejo, tenemos que ejercer absoluto control sobre el automóvil. Necesitamos vivir una vida sana, sobria y normal, y esa vida es Cristo. ¡Cuán sano, sobrio, normal y fuerte es El!
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